LA
COSA EN SÍ
La mejor novela que me ha ocurrido nunca, llena de matices, ha sido un sueño en cuatro partes o capítulos que soñé después de ingerir 10 miligramos de Primperán en suspensión más casi medio comprimido de Aldosomnil. La primera parte es un cuento esquizo imposible de describir y de escribir, algo parecido a formas geométricas triangulares en 3D se sucedían sin sentido o con un sentido inconfeso y atorbellinadas; la segunda trataba de encontrar un restaurante en el que supuestamente habíamos quedado y en el que yo tenía que entrar a comer acompañado con una niña de ocho años (los dos nos habíamos perdido del grupo formado por varias familias conocidas mías, todas con niños pequeños) en una ciudad atestada y demasiado bulliciosa, más bien loca; en la tercera parte estuve casi un día entero con Carmen L. y su perrito, un chihuahua, que cuando ocurría algo peligroso se convertía en su hijo de unos dos o tres años, quizá cuatro, los lugares que frecuentábamos eran oscuros y ruinosos, algo ocurrió en unos servicios públicos en los que estuvo a punto de morir trágicamente el chaval; la última parte la pasé en una cama con una mujer o un compendio de mujeres en una, a las que estuve abrazando toda la noche lluviosa en una vieja casa de la plaza Cruz Herrera, posiblemente en los años cincuenta y a la que no pude querer, solo el largo y dislocado abrazo hasta el amanecer y alguna lágrima seca. Así hasta despertar. No es lo mismo “la cosa en sí” para Kant que para Marx.
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