APRETAR EL GATILLO
Miguel Guerrero
Índice
001. Apretar el gatillo 002. Los amables 003. Matar a gente 004. Halloween, Papá Noel y otras invasiones 005. Los toros bravos 006. Sensación de límite 007. Accidente aéreo 008. Funciones ideológicas 009. Sobrevivir 010. Lo real 011. Juanjo Trujillo: Alcalde 012. Los lectores 013. Los escritores 014. Eterna penumbra de la mente Simpson 015. El camarero 016. Belén Esteban 017. Barbarie 018. Las gafas 019. Los mejores libros, según Luke Branded 020. El Show de Darwin 021. La agricultura en Polonia 022. Los escritores 2 (la versión del autor) 023. Después de mi muerte 024. Siete caballos vienen de Bonanza 025. Isabel Gómez-Acebo
001. Apretar el gatillo
El jefe de una banda de atracadores de
joyerías tiene como norma indiscutible que las pistolas no deben estar cargadas
a la hora del atraco; solo deben ser utilizadas de manera disuasoria, como
hicieron en sus comienzos los Pink Panthers, una banda de referencia para el
maniático jefe. Algunos de los miembros de la banda protestan esta decisión y
dicen sentirse más seguros con el arma cargada, prometen al jefe que no serán
disparadas, bajo ninguna circunstancia. Les argumentaba el jefe contra esto que
nadie está capacitado, llegado el caso, para refrenar el impulso de apretar el
gatillo, que el yo sanguinario, más ágil, o la necesidad de reconocimiento
social, o la urgencia de preservar la vida, tienen el don de la anticipación,
que eso no es un gesto sujeto a la voluntad ni a la educación, sino un
automatismo que salta sin posible sujeción. Apretar el gatillo no es un gesto
propio abarcable, ese acto es culpa y resultado de una confabulación que se nos
presenta misteriosa, lejos del alcance de nuestro entendimiento, puntualiza el
jefe. Personajes
famosos de gatillo fácil ha habido muchos. Billy el Niño pasa por ser uno de
ellos. Murray Flynn, un ayudante de sheriff ilustrado, años después de la
muerte del bandido escribió una pequeña pero quizá la más acertada y veraz
biografía del famoso pistolero, según exégetas del personaje. Billy el Niño
escapó de la vigilancia de Murray cuando este hacía guardia junto a la celda en
la que estaba detenido, en la mísera población de Tascosa. Pero durante esa
noche blanca Billy y Murray mantuvieron una extensa conversación. Murray cuenta
en su biografía que el Niño le había confesado que realmente no era él el que
apretaba el gatillo, o mejor dicho, sí era él el que lo apretaba, claro, pero
el movimiento de su dedo sobre el gatillo se producía antes de que su voluntad
de disparar hubiera iniciado su recorrido. Billy le dijo que en las prácticas
que hacía con latas su habilidad para desenfundar, apuntar y disparar no se le
daba nada mal y el nivel de puntería tan alto que durante un periodo de tiempo,
meses, su infalibilidad llegó a ser absoluta. Pero cuando se enfrentaba a un
hombre la mecánica del disparo adquiría una agilidad fuera de lo humano, el
desafío vital que supone enfrentarse a un peligro extremo activa lo atávico que
anida en nosotros y produce acciones de alto rendimiento. Billy decía que
apenas había tenido que haber visto a su adversario: fotografía instantánea de
la situación, recogida de datos de esa situación y estos procesados a altísima
velocidad en su mente, o cerebro, para que todo el proceso: desenfundar,
apuntar, disparar, (obsérvese la similitud con la idea de Freyrat sobre
narrativa de principio, nudo y desenlace) ya se hubiera activado en ese orden
y, en menos de un parpadeo, ejecutado.
Murray pensó que Billy
estaba cayendo en la modestia del héroe. –Entonces,
–le preguntó Murray–, usted no es ese hombre distante y calculador que mata a
sangre fría, y casi con placer como he oído por ahí. –No
se confunda, todo eso que dicen es cierto. Pero, para ser justos, el primer
impulso no es mío y a él se debe casi toda la eficacia, y el éxito. Todo lo que
viene después está bajo mi responsabilidad, sobre todo, después de haber recapacitado
en esta simple idea: si soy consciente de cómo se produce este mecanismo está
también la posibilidad de evitarlo. Y no lo hago. Me aprovecho de ese don para
sobrevivir en este entorno hostil.
Así que, les dijo el jefe a
sus pistoleros después de contarles la historia de Billy el Niño: ni siquiera
siendo conscientes de cómo se organiza la génesis de un gesto, ni siquiera eso
nos da garantías de ser capaces o querer evitarlo.
002. Los amables
Odio
en grado sumo a la gente amable, simpática. Escoria humana. La amabilidad es un
subterfugio rastrero para conseguir el favor del otro. El amable trapichea con
sonrisa falsa (si la sonrisa es auténtica ya es un ser absolutamente perdido)
en un intercambio mercantil de afecto, que sí, que ese intercambio es
humanamente lícito, pero el amable común no sabe esto, se engaña creyéndose un
alma que habita las praderas frondosas de la bondad desinteresada del ser
humano, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar en su sonrisa signos de
egoísmo. Engaño que para el amable es totalmente necesario para poder
sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese apósito que es la amabilidad está
perdido, vulnerable ante el otro. El amable lo es también porque tiene miedo a
ser castigado, arrastra una culpa, y mediante su amabilidad está pidiendo
indulgencia.
Incapaz
de un intercambio de datos emocionales sin esa capa babosa de la amabilidad, no
conoce, no sabe que es más que suficiente una cordialidad invisible, funcional
y aséptica, para contraer con el otro un eficaz trato humano, la amabilidad es
un añadido molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá
incómodo ante el amable.
El
amable, tan centrado en gestionar sin fisuras su amabilidad tramposa, tan
absorto en mantener las constantes persuasivas de la amabilidad con el fin de
que no se le escape la presa, tan pendiente de ese ejercicio, sin importarle
nada el otro, que es solo un objeto del que extraer un beneficio afectivo, es
la versión ruin y cobarde del sádico. Para el sadismo, estatus que el amable anhela
secretamente, a veces tan secretamente que no sabe que lo anhela, no le alcanza
el valor y tiene que conformarse con las migajas de la amabilidad. Un poco de
psicología evolutiva nos diría que al amable, con el tiempo, se le va agriando
el carácter, convencido de que su conversión a sádico ya nunca se producirá por
falta de valor, se sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el amable que
siempre ha sido, ¿qué otra cosa puede hacer? Aun así, la amabilidad, las más de
las veces, es la puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza
siendo amable para conseguir el primer empleo, para no perderlo luego y se
acaba siendo presidente del fondo monetario internacional. Sí, sí, la
amabilidad es imprescindible para triunfar en esta vida. Y triunfar ya sabemos
lo que supone, y significa.
Hay
una amabilidad que se sustenta moralmente en ideas filantrópicas: hacer la vida
llevadera a sus semejantes, crear un ambiente positivo en la oficina para que su
pequeña comunidad laboral funcione, la amabilidad hace que el trato con la
familia no llegue nunca a ser conflictiva, etc. Claro, el amable no podrá
reconocer nunca su egocentrismo silente, la verdadera función de su amabilidad
que es un medio al servicio de su egoísmo; si así fuera, si descubriera la
naturaleza de su amabilidad quedaría al descubierto, solo ante su mediocre monstruosidad
que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no
quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento
que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente
mantiene oculto en las mazmorras de su ser.
La
amabilidad enmascara al monstruo. Otro día hablaremos del gobierno.
003. Matar a gente
Se
estima que en el año 2050 la población mundial será de diez mil millones de
almas, (para entonces yo habré muerto y no formaré parte de esa estadística).
La mayoría de ellas vivirá en la miseria. Y esta miseria provocará tantos
conflictos que la vida tal y como la conocemos será casi imposible. La muerte,
para muchos, será una bendición. Esta es la tesis que subyace casi
clandestinamente en el libro de Stephen Emmott llamado Diez Mil Millones.
Ante esto se impone una lógica:
matar a gente.
De eso se trata. Mi compañera y yo
salimos a la calle y nos cargamos, a nuestro antojo, lo que primero se nos pone
por delante porque hemos sido incapaces de determinar qué individuos deben
permanecer o desparecer. No hay manera de objetivar una selección en función de
unos miramientos morales, económicos, etc. A nosotros nos ha sido imposible
engañarnos. Yo quería empezar con los intelectuales y con los pijos de la cultura
y ella, más sabia, decía que le daba igual, que si acaso con los políticos, por
decir algo. Como estábamos en un callejón sin salida, estuvimos varios días sin
actuar, retrasando nuestro proyecto, dándole vueltas a la cabeza. Hasta que me
dijo ella: Podríamos empezar por nosotros: tú me apuntas a mí yo te apunto a ti
contamos tres dos uno y apretamos el gatillo. Coño, dije. Y eso hicimos. Nos
apuntamos y al disparar las armas se quedaron encasquilladas, no sé si se dice
así, encasquilladas. Creímos ver en esto una señal, y así nos lo dijimos: Esto
es una señal. A partir de ese momento revisamos todo nuestro armamento, nos
deshicimos del defectuoso, etc. Dejamos a los dos niños pequeños con los
abuelos y salimos a hacer nuestro trabajo.
A
estas alturas ya muy poca gente se escandaliza de nuestro quehacer diario, han
entendido nuestra tarea como un servicio humanitario inaplazable. Algunos hasta
han pedido ser ellos los aniquilados ese día, como si ya les tocara, algunos
son suicidas en potencia sin el valor necesario, a estos no les hemos hecho
caso, al decidirnos por otros han protestado, decían sentirse ninguneados.
Había un grupo de ejecutivos que, entre las diez y media y once, acudía a la
plaza, sabedores de que era muy posible que pasáramos por allí, ofreciéndose a
ser matados. Pasamos de los cinco ejecutivos y matamos a dos policías que
trataban de dispersar a más gente que, junto a los ejecutivos, se estaban
posicionando de manera bien visible para ser tiroteados, se empujaban unos a
otros para acaparar el lugar que creían más propicio para ser aniquilados. La
gente siempre tan egoísta. La gente se pirra por ser matada. Le pedimos
tranquilidad. A todos les llegará su hora.
¿Que
por qué no nos detienen? El Gobierno es el primer interesado en que esto suceda
así. Hagan cuentas: menos paro, menos pensiones, para el Estado un individuo es
una carga. El Gobierno es experto en mirar hacia otro lado. Qué les voy a
contar.
El
libro de Stephen Emmott se despide así:
“Pregunté
a un científico, de los más racionales y brillantes que he conocido, un
científico que trabaja en este campo, un científico joven, un científico de mi
laboratorio, qué haría si solo pudiera hacer una cosa para remediar la
situación en que estamos.
¿Saben
qué me respondió?”
“Enseñar
a mi hijo a usar una pistola”.
004. Halloween, Papá
Noel y otras invasiones
…y qué es
nuestro, estrictamente hablando, si la DEMOCRACIA nos viene de la Grecia
antigua, el cristianismo lo inventaron unos protohippies creo que por Judea y
hasta que no tuvo éxito en Roma no fuimos capaces de admitirlo como animal de
compañía (aun así, seguramente los habitantes de aquel momento en la península
pusieron toda la resistencia de que fueron capaces a admitir aquella religión
que venía impuesta por el Imperio), y hasta hace dos telediarios éramos los más
católicos del mundo junto a Irlanda y Polonia. ¿Y el fútbol? Un implante
indoloro inglés en nuestra piel de toro. Nos podemos poner estupendos y decir
que nuestra lengua, este castellano evolucionado o cambiado de hoy (ya no es lo
que era, dirá un nostálgico), proviene del latín. Y para ponernos serios ya del
todo: nosotros mismos, los habitantes de Europa somos todos inmigrantes, si
hacemos caso a la idea antropológica de que los homínidos, o lo que sea que
fueran, partieron de ÁFRICA en busca de mejores condiciones para la vida, una
caprichosa movilidad exterior de
aquellos primeros jóvenes aventureros, y llegaron a nuestro continente con sus
inestables pateras, ¡y aún no han dejado de hacerlo los muy cabezones, por más
concertinas que le regalemos como prueba de amabilidad hospitalaria! Los árabes
estuvieron aquí ocho siglos, día arriba día abajo, y nos dejaron rasgos
faciales y gastronomía, y algunas cosas más. ¿Son nuestros los polvorones de
Estepa? Mi generación, la primera seriamente perdida, influida por ese aparato
infernal que venía de yanquilandia, la TELEVISIÓN, casi nos mata, la puntilla a
lo “auténtico”, tan venerado por los puristas. ¿No es verdad que el mundo es
peor y que los españolitos hemos perdido mucho desde que fuimos educados con
las imágenes de fondo de los Picapiedra y Bugs Bunny, La juventud baila y
Perdidos en el espacio?
¿Qué me dicen de Papá Noel versus
Reyes Magos? ¿Acaso Melchor era de Chinchilla, Gaspar quizá de Murcia, Baltasar
(el negro se menciona y va siempre el último) se nacionalizó español en Tarifa,
después de cruzar el Estrecho?
¿… y el rock and
roll?
Etcétera, etcétera, etcétera.
(Piensen lo que cabe en estos tres etcéteras).
Y es que ese
miedo y desprecio al OTRO y a lo otro, ese terror ancestral a lo que viene de
fuera, a lo nuevo también, esa novofobia, esa manera de vivir a la defensiva,
dice mucho de nuestras inseguridades, de la poca confianza que tenemos en
nosotros mismos, de nuestra escasa capacidad para afrontar y solventar con
éxito situaciones imprevistas, de ser valientes, y solidarios, desde la
inteligencia.
Los puristas, o los irreflexivos
(los españoles de verdad ¡coño!), reniegan de la implantación de la fiesta de
la Noche de Halloween, no vaya a ser que los niños, divirtiéndose de esa manera
tan poco patria, pierdan la esencia de lo español. Si es que alguna vez tuvimos
esencia, si la esencia sirve para algo… más que para, repito, sustentar
posturas insolidarias y reaccionarias, enmascarar nuestro miedo, y más cosas.
(Si encuentra
usted diez características autóctonas, sin dudas ni mezclas, propias, le
daremos de regalo un plasma TX22 de última generación tecnológica; eso sí,
importado de la Alemania de Merkel, porque seguramente usted lo preferirá a uno
de fabricación casera).
005. Los toros bravos
Los que estábamos más cerca pudimos ver cómo en
la plaza de la Constitución, junto a la fuente, se formó de la nada un toro
bravo, negro reluciente, lustroso. Empezó apareciendo solo unas pocas
partículas que se fueron multiplicando, muy lentamente al principio. El
prodigio nos tenía paralizados a los que, a pocos pasos, nos encontramos con
él, ni siquiera nos miramos los unos a los otros, la mirada fija en cómo las
partículas iban apareciendo, juntándose, de menos a más y el último paso hasta
configurarse el toro fue visto y no visto. Y el toro ya hecho miró a su
alrededor y empezó a comportarse como un toro bravo. Se lanzó hacia delante con
potencia, los que estábamos tan cerca de él quedamos atrás de inmediato y vimos
los cuartos traseros del toro avanzar y a este arremeter contra personas y
mobiliario urbano; resbaló, cayó, se incorporó, se dio media vuelta y avanzó
hasta donde nos encontrábamos, para cuando el toro llegó ya estábamos tras unas
barandas y a salvo. Pero los transeúntes que venían de frente y no se habían
percatado de la situación eran un objetivo claro para la fiera que se llevaba
por delante todo lo que salía a su paso. La cosa duró menos de diez minutos.
Para cuando el toro se desvaneció, se fue tal como había venido, desapareciendo
partícula a partícula en la nada de la que había surgido, y es que la nada,
cada vez me resulta más evidente, está llena de todo. Había acabado con la vida
de más de doce personas que, empitonadas o golpeadas, se desangraron
rápidamente en el suelo de la plaza; algunos heridos, pocos, y gente expectante
y no creyéndose lo que veía, apostados tras las barandas, setos y arbustos de
la zona ajardinada, vivimos una experiencia hasta ahora sin explicación.
Solo
horas más tarde supimos que la misma situación se había producido en distintos
puntos de la ciudad. Y todas esas apariciones de toros bravos negros, enormes,
se dieron a la misma hora, entre las doce y doce y cinco, y el tiempo que las
bestias tuvieron para arremeter contra las personas y todo aquello que saliera
a su paso fue en todos los casos de diez minutos. El número de muertos ascendió
a setenta, el de heridos alrededor de ciento veinte. Los toros aparecidos
fueron siete, que se sepa. Un señor vio el fenómeno desde la ventana de su
casa, sita en la calle Galileo, detrás de la cual solo hay un descampado
endémico y de varias hectáreas de extensión, allí vio el hombre cómo a escasos
veinte metros de donde se encontraba se formó el toro y este corrió por ese
descampado sin nada contra lo que arremeter, corrió primero en dirección
contraria a la casa, el señor vio cómo se alejaba, creyó que estaba teniendo
visiones, también que la muerte venía a por él, el toro desapareció de su vista
y volvió a aparecer, esta vez corriendo en dirección a su casa, justo se
dirigía a la ventana desde la que él miraba. Cuando al toro solo le faltaban
dos metros para estampar su cornamenta en la celosía y lanzarse a través de la
ventana, esa era su pretensión, se desvaneció en el aire, en medio de su salto
ya iniciado. Diez minutos clavados, dijo el señor.
Nadie supo dar una respuesta al fenómeno.
El profesor G. apuntó que el toro, la lidia,
era una creación del subconsciente colectivo de un pueblo que necesita un
castigo, una llamada de atención. Pero si era así, matizó, de nada serviría
porque ese pueblo está tan sometido, tan alelado, alienado, depauperado, que no
se daría por aludido, no alcanzaría a captar la indirecta. No dijo nada más. Si
pueden hablen ustedes con él porque sobre esto tiene más que contar.
006. Sensación de límite
A principios de los años setenta, “un agregado
científico en una de las principales embajadas de Washington, ante los informes
de que se había producido un fragmento de gen sintético en un laboratorio”,
exclamó: “¡Es el principio del fin!”
Más
allá de que la reacción del agregado científico pueda ser una objeción personal
y aislada a un acontecimiento puntual, debemos entenderla como expresión y
sentir muy generalizado, ese miedo a la pérdida de valores, ese usurpar el
papel de dios que no corresponde al hombre en tareas propias del creador, ese
traspasar la línea sagrada supone una reacción de miedo ante la cercanía del
límite.
El
agregado argumentaba que “A partir de ahora cualquier país pequeño puede crear
un virus contra el que no existe cura. Bastaría con un pequeño laboratorio.
Cualquier pequeño país con buenos bioquímicos podría hacerlo”. Bien mirado, no
le faltaba al agregado razón para tener esa idea del límite y de lo
inconveniente que podría ser sobrepasarlo. El agregado desconfía del ser
humano, lo sabe malo y teme que la inapropiada utilización de estos avances
produzcan los demonios que nos
acerquen al borde del apocalipsis. El límite, sin embargo, es una línea que el
hombre pone periódicamente un poco más allá. No faltan ejemplos en la historia
de límites sonados, como el de que la Tierra es el centro del universo, y ese
era el límite que no se podía sobrepasar. La moral y la ética tampoco tienen un
límite fijo, inamovible. El divorcio y ser madre soltera son dos cuestiones que
han estado durante mucho tiempo más allá de esa raya límite, en cambio ahora
son dos temas a los que no prestamos atención.
El
fin del mundo ha sido predicho muchas veces, apocalípticos nunca han faltado.
Hay un tipo de apocalíptico que se dedica al menudeo, visiten los tuiters y feisbuc, seguro que encuentran unos cuantos por allí: la última
noticia de carácter más o menos grave le sirve para llamar nuestra atención,
para poner el grito en el cielo, nos avisan de la inminente catástrofe tras
haberse superado un límite, el temor a una tercera guerra mundial, o algo así,
siempre merodea bajo esas admoniciones, lo hacen de buen corazón, quieren
prevenirnos, en realidad lo que quieren es azuzarnos; no sé, la verdad es que
no sé lo que quieren. Pero tengan razón o no me recuerdan a esos predicadores
de la biblia que salen en las películas norteamericanas.
Esta sensación de límite parece que acompaña al
hombre desde el principio de los tiempos. Nunca es gratuita, hay razones
suficientes para el temor, ¿acaso no hay muchos buenos bioquímicos? y ¿no hay
también muchos países pequeños? Lo que puede parecernos extraño es que, después
de tantos años, no se haya producido el vaticinio del agregado científico, por
qué ningún pequeño país lo ha hecho, o un loco malvado como los malos de las
películas de James Bond. Quiero decir la creación y expansión de un virus que
acabe con la vida en la Tierra, como temía el agregado. ¿O sí se ha hecho pero
el intento ha fracasado y no nos hemos enterado? ¿Fue el sida producido en un
laboratorio?
Noticias recientes nos hablan de los últimos milagros tecnológicos, (que en cuestión
de meses se quedarán antiguos): que un ciego puede recuperar visión en un alto
porcentaje gracias a un aparato adaptado a sus ojos; un cuerpo puede ser
trasplantado entero a una cabeza; un holograma de Hugh Jackman aparece en un
escenario de Madrid para presentar su última película, etc.
El mundo,
que aún está por hacer, no deja de ir desplazando su límite, sine die, a pesar de los riesgos. Más
allá de ese límite está la aventura, lo desconocido. Por eso, nosotros,
habitantes del mundo, vivimos por contagio esa sensación constante, alertas y a
la vez deseosos de cruzar ese límite.
007. Accidente aéreo
En el episodio cinco de la segunda temporada de
FRINGE, La lógica del sueño, un
doctor especializado en trastornos del sueño tiene en fase de experimentación a
unos ochenta y dos pacientes, a los que les ha implantado un BIOCHIP junto al
tálamo, órgano del cerebro que regula el insomnio y las pesadillas y los
procesos del sueño. “Es un interfaz informático cerebral, éste lleva un
transmisor que lo hace inalámbrico, puede conectar el cerebro a un ordenador
remoto, funciona de forma muy parecida a un marcapasos, controla los ciclos del
sueño y cuando es necesario estimula el tálamo induciendo un estado profundo de
sueño”, se explica en el episodio. El BIOCHIP va directamente al tálamo que no
sólo regula el sueño sino que funciona como un repetidor para el córtex
cerebral que también controla la función motriz. Control mental.
A
los pacientes, desde la implantación del BIOCHIP regulador, les va muy bien:
duermen toda la noche y todas las funciones del sueño han pasado a
desarrollarse dentro de los parámetros de la llamada normalidad. El experimento
del doctor Laxmeesh Nayak está siendo un éxito.
La
confianza del doctor en sus ayudantes ha hecho que todos compartan la clave que
regula el BIOCHIP, el doctor, buena gente, no duda de la integridad y cordura
de cada uno de ellos.
Sin embargo, el MALO de la película es uno de
los ayudantes.
A través de esa clave se puede tener acceso a la
regulación de ese BIOCHIP implantado en cada uno de los pacientes, de manera
que se puede cambiar la intensidad del mismo, desactivarlo, etc. Desde su red
informática, el MALO manipula el BIOCHIP de un paciente. Éste empieza a tener
visiones terroríficas, se le aparecen sus compañeros de oficina como demonios
con cabeza de macho cabrío que él siente como una amenaza para su persona. En
consecuencia, perdido el juicio, los ataca y acaba matando a su jefe,
golpeándole la cabeza con su maletín metálico.
En el MALO esto supone el inicio de una adicción
imparable y acomete otra alteración del BIOCHIP de un segundo paciente. Y de un
tercero. Y de un cuarto. Esta cuarta manipulación la efectúa sobre un piloto de
aviación. Éste, con la ayuda de su copiloto, se dispone a despegar su hidroavioneta
en la que lleva un reducido número de pasajeros. En ese momento en el que el
aparato se dispone a realizar el despegue, el MALO manipula el BIOCHIP del
aviador. Éste, de menos a más, va sintiéndose mal. Para cuando la hidroavioneta
ya ha perdido contacto con el agua, el piloto tiene las primeras convulsiones y
visiones: el rostro del copiloto se le aparece sin rasgos. La máquina ha dejado
de elevarse lo suficiente y en pocos segundos acabará estrellándose contra unos
edificios. El copiloto trata de hacerse cargo de los mandos pero la extrema
violencia que ejerce ya el piloto se lo impide; la hidroavioneta está fuera de
control.
Sólo la esperada irrupción de la agente del FBI
Olivia Dunham y su ayudante Peter Bishop en la sala desde la que el MALO está
manipulando la conducta del aviador, y mediante la desconexión de los equipos
informáticos que lo hacen posible, consiguen que la función del BIOCHIP quede
anulada y el aviador vuelva a la normalidad, justo en el momento idóneo para
evitar el fatal accidente. Los tripulantes de la nave respiran hondo. El
siniestro aéreo, en esta ocasión, ha sido evitado.
008. Funciones ideológicas
Un elemento de signo marxiano como es el
económico, entendido como valor materialista que provee a los hombres de los
recursos necesarios para adquirir porciones de confort y, en una estructura
social como la nuestra, nos da acceso a la dignidad, una mercantilización de la
cosa, se ha introducido sibilinamente en un espacio tan conservador e idealista
como es el de Semana Santa, tan refractario hasta hace bien poco a la
modificación o ampliación de sus presupuestos originariamente rituales, sin que
la pertinencia de la entrada de este elemento, el económico, sea discutida, ni
rechazada su conveniencia, por la mayoría de sus acólitos, sin que la
congregación sufra este factor económico como un cuerpo extraño, una lanza
clavada en el costado. El número de puristas debe ser muy reducido, o las voces
en contra deben ser susurros apenas audibles, si acaso una queja queda, nunca
una protesta. Algo parecido a una resignación escondida tras lo políticamente
correcto, una cuestión de tolerancia mal entendida. Tal vez estén muy convencidos
estos puristas de la trascendencia y fortaleza de la Celebración como para que
ese elemento invasivo la perturbe. Este elemento, sin embargo, es una función
con capacidad para modificar, infectar, en definitiva variar, aquel organismo
en el que se inmiscuye. Esta función ideológica ha convertido la Semana Santa
en un producto más de la sociedad del espectáculo, la ha dejado hueca, la ha
convertido en un artilugio lúdico del capitalismo avanzado o tardío. Por fin
tiene una utilidad para los hombres, he oído decir.
Otro de esos elementos o funciones ideológicas,
el respeto al padre, como autoridad que deviene de unas estructuras sociales
verticales, fuertemente militarizas y religiosas, en la que la obediencia se
erige como una indiscutible entrega forzada de la subjetividad del hijo a la
figura de autoridad encarnada en el padre, se ha atemperado en su lugar
tradicional, esto es la relación padre-hijo. El padre padrone ha dejado paso a
una dialéctica filial que quiere pertenecer al ámbito de lo amistoso. Pero esa
función, bajo una apariencia de elemento débil, se ha instalado de forma
incómoda en el llamado mundo laboral y empresarial, agazapada está, a la espera
de condiciones sociopolíticas favorables para aparecer en su verdadera
dimensión. Si estas no se dan, esa función ideológica no tendrá reparo en
desplazarse hacia lugares más convenientes para conseguir sus objetivos. Una
función ideológica es un ente activo con capacidad de transformación y
adaptación a un nuevo medio.
La felicidad o realización personal es otro de
los valores, o función ideológica, que recientemente cambió de sitio. Esta
función tenía su lugar natural fuera del mundo laboral, que era entendido y
asumido como ese tiempo de vida que el individuo tenía que entregar a la
comunidad para su mantenimiento y desarrollo, con unas implicaciones afectivas
casi inexistentes. Fuera de ese ámbito correspondía producir eso que se ha dado
en llamar realización personal, con unas connotaciones y un contenido de índole
emocional adecuado para conseguir que la vida tuviera un sentido placentero y
constructivo. No es así en nuestros días, en los que esta función se ha
desplazado al ámbito laboral, en él es donde ahora se busca, se persigue y se
consigue esa realización personal. El mundo, entonces, nos ha convertido en
operarios y a la vez consumidores felices de los placeres que propiamente
producimos.
Estas
intrusiones o trasvases de funciones ideológicas hacia otros enclaves, que en
principio y de manera indiscutible habían tenido una ubicación y pertenencia
casi sagrada a una parcela inicialmente asignada, en las que cumplían su
cometido ideológico de manera inequívoca, ahora parecen haber perdido su
carácter unívoco y albergar en su seno ambigüedades y polisemias antes ocultas
que le permiten asentarse en contextos que anteriormente les estaban negados.
Las
instituciones que tenían la custodia y fijación de estas funciones ideológicas
pertenecían a la llamada sociedad de la disciplina, y más tarde la sociedad de
control, estas han cedido en su celo de preservación y sujeción y ahora esas
funciones se desplazan, se disfrazan y desaparecen a su antojo por los
vericuetos de una realidad transformada. Han creado con sus desplazamientos
aleatorios e imprevisibles una apariencia de caos, en una especie de torpeza de
movimientos primerizos. Es lo que algunos teóricos llaman momento de caos y
popularmente se resume en la frase pérdida de valores, lo que no es tal
pérdida, sino traslado, deriva, transformación o incluso transvaloración.
Mientras
tanto, esas funciones ideológicas buscan nuevos espacios en los que asentarse.
O no. La condición y comportamiento de cada una de estas funciones se ha vuelto
arbitrario a nuestros ojos, y una vez liberadas de sus papeles para las que
originariamente fueron concebidas, estas funciones pululan por nuestra realidad
con criterios propios y ejercen su cuota de influencia sin necesidad de
someterse a ninguno de los organismos o instituciones a los que antaño
pertenecían. Las funciones ideológicas, en algunos casos, han perdido su
condición moral o ética. Sabedoras del poder e influencia que pueden generar se
organizan de tal manera que en poco tiempo hacen que conductas propias,
consolidadas en el tiempo, de un determinado gueto vital cambien de signo, o,
sencillamente, rebajen sus prestaciones e intensidad hasta conseguir que el
grupo actúe de forma poco acostumbrada. Por ejemplo, las funciones ideológicas
de honorabilidad y servicio público que en alguna ocasión y por poco tiempo
poseyeron algunos políticos han bajado considerablemente su intensidad en ese
su lugar de origen que es el mundo de la política, y se han desplazado hacia
aquellos lugares en los que una intención de regeneración de lo público se da
como necesaria y es asumida como urgente, como puede ser el caso de algunas
oenegés, participación ciudadana, comedores sociales, etc. Quizá este tipo de
comportamientos de algunas de las funciones ideológicas alumbren y arrastren a
otras que parecen descarriadas o que están en un letargo del que pueden ser
recuperadas. Esta es la esperanza de los más pánfilos. Las funciones, salvo
casos contados, parecen tener otros planes.
Nuestra realidad ahora está entretejida de
elementos o funciones ideológicas que se desplazan desde sus lugares de origen,
se asientan en esas parcelas nuevas y matizan o colonizan la esencia de estas.
Se organizan y preparan un ataque masivo, sin prisa alguna, sobre el tejido
degenerado del mundo concebido por los hombres, en el que las funciones
ideológicas tomen el mando y provoquen nuevas formas de vida. El ser humano tal
como lo conocemos, un yo complejo y lleno de matices indescifrables, llegado el
momento, será prescindible, será sólo el contenedor que albergue esas funciones
ideológicas autónomas.
Si acaso, sobrepasados por la complejidad del
mundo, ¿no estamos ya inmersos en esa posibilidad y somos zombis sin
querer/poder reconocer el dominio absoluto de esas funciones sobre la
gobernabilidad de la existencia?
009. Sobrevivir
El cuentakilómetros del
vehículo marca solo 2.000 kilómetros y el Vendedor te dice que el coche está
casi nuevo, indicando la cifra, que prácticamente eres tú el que, si te lo
llevas, lo vas a estrenar; lo miras casi sin querer, al Vendedor, una mirada rápida.
Sabes que te está mintiendo o que, recapacitas, es muy probable que te esté
mintiendo, y no se lo reprochas. Con solo una mirada furtiva has podido ver que
no tiene más remedio que vender. Padre de familia, mayor de cuarenta y cinco,
muy posible que sin formación alguna, o incluso con formación, etc. Siente toda
la presión de la biosfera laboral sobre él cuando la figura de su jefe se deja
ver tras la ventana apersianada de su despacho. Él sabe, sospechas, que tú te
has dado cuenta de que la verdad del cuentakilómetros es una ficción que se ha
organizado alrededor de vosotros dos por una mera necesidad de supervivencia
comercial. Tiene el Vendedor además en su gestualidad y forma de hablar algo de
chulesco, más bien de ir sobrado de conocimientos sobre vehículos, en lo que
parece ser un experto al que poco se le puede discutir, pero en una segunda
mirada, que esta vez le dedicas con algo más de atención, casi podrías asegurar
que esa semiótica mercantil suya es impostada, un armamento adicional para que
en la lucha educada entre Vendedor/Comprador haya al menos una posibilidad de
triunfo, es decir, la venta del vehículo. Esa chulería, de tantos años ya
usándola como herramienta de venta, se ha incorporado traicioneramente a sus
hábitos cotidianos y tiene él de chulo en realidad ya nada, solo esa pose
adquirida por necesidad y que ya la ejerce con indiscutible profesionalidad
pero con cierto cansancio.
Es
posible que en el transcurso de la interrelación que se va a sostener entre
Vendedor/Comprador, a él, el Vendedor, quizá en ese momento en el que vea
peligrar la venta, se le escape una sonrisa que lleve el estigma de una
complicidad necesaria, en la que esté dibujada la aceptación del juego que
hasta ahora han mantenido: esa sonrisa encierra la siguiente información: vale,
(dice la sonrisa del Vendedor) ya sé que usted sabe que estoy exagerando las
prestaciones de este vehículo que ha venido a comprar, que no son 2.000
kilómetros los que tiene, sino 20.000, que su anterior dueño, como le he dicho
hace unos segundos, no ha sido un señor mayor que casi no lo ha utilizado, sino
un joven alocado que ha tenido varios incidentes con el vehículo que le han
ocasionado abolladuras que nosotros hemos corregido; en fin, que le hemos
lavado la cara al coche hasta hacerlo parecer semi nuevo, como dice el cartel
que aún está en el parabrisas; también yo he leído su cuerpo y este me dice que
su capacidad adquisitiva, Sr. Comprador, solo llega para un coche de este tipo
y aun así su compra conllevará la supresión necesaria de alguna costumbre o
capricho que hasta ahora podía permitirse, que la pose despreocupada con la que
se ha acercado a este concesionario y la mano blanda que me ha dado al
saludarme, sin mirarme, esa solvencia supuesta en su despreocupación por los
coches en general, en fin… ; ahora, (sigue hablando la sonrisa), momento en el
que usted y yo hemos llegado al mismo plano de entendimiento, a entender
nuestros respectivos papeles y necesidades en esta vida, ahora, digo, queda en
su mano la decisión, que no es trágica, lo sabemos, ni siquiera llega al drama,
no exagero si digo que es ridícula; no se puede llamar engaño a esto, ¿verdad?,
ahora sabemos los dos que pertenecemos a ese inmenso grupo de los que no viven,
sino que sobreviven en este ecosistema social y político; usted y yo sabemos
que en alguna medida alguno de nuestros comportamientos están determinados por
estas condiciones sociales en las que nos ha tocado vivir y que las asumimos
como juego.
El
Comprador, a su vez, le contesta con la mirada: sí, así es.
Me lo
quedo, dice con fingida resolución el Comprador. Y esta vez tiende la mano
firme hacia el Vendedor, sellando un pacto un punto amargo que los hermana, y
quedan visibles en el cuadrante que la maquinaria social les tiene asignado.
Pese a
todo, el ser humano es extraordinario.
010. Lo real
Hasta que a Borges se le
ocurrió aquello del mapa y el territorio todos vivíamos más o menos bien, es
decir, inocentes y desconocedores de la sustancia de que está hecha la
Realidad, como el pez de Wallace que se pregunta ¿qué es el agua? En el cuento
de Borges los cartógrafos del Imperio aspiraban a la confección de un mapa tan
detallado que llegara a coincidir con total exactitud con el territorio del
Imperio. Y eso hicieron, hasta conseguir más tarde que toda la Tierra quedara
cubierta por el mapa. Y como sin darnos cuenta hemos estado viviendo en ese
mapa superpuesto desde entonces sobre el territorio. Nos hemos acostumbrado a
hacer nuestra vida entre los pliegues de ese mapa, sin dejar de quejarnos de
pisar el papel en vez de la tierra añorada.
Y
cuando ya habíamos asimilado las nuevas reglas del juego y resignados
aparentábamos ser felices en nuestra desgracia, llega Baudrillard y nos dice
que sobre ese mapa tenemos que ir reconstruyendo y recuperando el territorio.
Esto es: sobre el simulacro que es el mapa en el que vivimos ir recomponiendo
la Realidad que los cartógrafos del Imperio habían sepultado con su mapa. Esta
tarea se presenta más ardua, e inalcanzable el objetivo que aquel que consiguió
el Imperio. Sin embargo, como siempre, unos pocos iniciaron la tarea y a veces,
sobre el mapa, llego a ver un destello de cordura que es obra sin duda de esos
pocos. Pero no podemos engañarnos: conseguirlo no queda fuera de lo imposible,
creemos.
A mí
se me ha ocurrido, solo por seguirle modestamente el rollo a estos grandes
pensadores, que quizá lo más conveniente sería provocar una gran explosión del
planeta, un nuevo big ban, con la idea de más tarde recomponerlo a base de ir
juntando los pedazos esparcidos por el espacio, haciendo un compuesto de trozos
de manera que logremos reconstruir nuestro mundo: aspiración máxima del
terrorista. He advertido que la explosión no solo hará trizas el territorio
sino el mapa también, incluidos los trozos de Realidad que ya habíamos
conseguido superponer al mapa, en este caso poca cosa.
Recordando
a Baudrillard, me pregunto quiénes serán los nuevos cartógrafos que compongan
ese nuevo mundo que surja de la gran explosión, si serán fiables. Son cosas
mías, me digo.
En cualquier
caso, un día despertaremos y todo habrá desaparecido, el mapa y el territorio.
Lo tangible de las cosas y las cosas mismas. Las sensaciones, los pensamientos,
las emociones. Toda esta construcción de lo real desaparecerá, como lágrimas en
la lluvia. Nos rodeará un inmenso vacío que ni siquiera ahora podemos imaginar;
la nada que ahora imaginamos es algo que en ese momento será nada.
Y no será la muerte.
Seremos información desplazándose por el éter, por el
cauce eléctrico de un mundo infinito y rizomático. Eternos e inmortales. Para
no morir de tristeza, tendremos que soñar de nuevo los Desiertos del Oeste, y
allí, entre las Ruinas del Mapa, desearemos vivir como mendigos.
(Del rigor en la ciencia. Jorge Luis Borges,
Historia universal de la infamia. 1946.
En aquel Imperio, el Arte de la
Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda
una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos
Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un
Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con
él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes
entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las
Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran
despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el
País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.)
(Cultura y simulacro.
Jean Baudrillard. 1973).
011. Juanjo Trujillo: Alcalde
En democracia gobierna el que alcanza la mayoría,
bien porque la logra por sí mismo o porque al coaligarse con otro obtiene esa
mayoría. Porque esa mayoría representa a la mayoría de ciudadanos con derecho a
voto, así está convenido. No se acepta otra forma de acceder a la
gobernabilidad si no es mediante la obtención de mayorías. Así las cosas, la
idea de mayoría está por encima de cualquier otra consideración.
Pero
en mi ciudad el 54,61% de la ciudadanía con derecho a voto se ha abstenido.
Aplicando
la idea anterior, a ellos correspondería el gobierno de la ciudad, puesto que
superan a los votantes. Además conforman una mayoría absoluta. La idea de que
el voto legitima por encima de la abstención desmiente lo que llamamos
soberanía, entendida esta como voluntad del pueblo. La voluntad del electorado de
mi ciudad, por mayoría, ha quedado clara: quiere ser gobernada no por los
representantes surgidos de los votos, sino por la nada abstencionista. O quizás
quiere no ser gobernada.
¿Cómo
recuperar esa energía social que posee esa nada? ¿Es pertinente, aconsejable
esa recuperación? ¿La abstencionalidad,
no es ya una fuerza social que en su aparente pasividad entrópica genera
riqueza de índole desconocida en la comunidad? Los abstencionistas, auténticos
ganadores de estas elecciones, ¿podrían conformar un programa de gobernabilidad
y gestión para nuestra ciudad? Desde luego, sería un programa muy plural, en el
que sí que habría una mayoría representada. Quizá no muy distinto del que
presentan los votados. En cualquier caso, el programa y la gestión de ese
programa de los abstencionistas podrían llenarnos la vida de agradables
sorpresas, necesarias para una vida mejor. ¿Para cuándo un partido, o mejor,
plataforma de los abstencionistas? Demasiadas preguntas, la abstención no es un
tema baladí. ¿El abstencionista supera en riqueza moral al votante?
¿Quiénes,
cómo y qué son esos que se han abstenido? No es imprescindible saberlo, la
abstención al igual que el voto es secreta. Es cierto, tampoco sabemos quiénes
son los votantes más allá de los pocos con los que nos hayamos cruzado al pasar
por un colegio electoral, y salvo alguna excepción no sabemos a quién han
votado. Tanto en un caso como en otro la visibilidad no presenta merma o
problema. Si alguno encuentra despreciables las motivaciones de los
abstencionistas solo tendría que pensar que quizás igualmente podrían serlo las
que mueven al voto. No habría que caer tan bajo, digamos que los gestos de los
electores, de un signo u otro, nunca son gratuitos.
Conozco a un abstencionista manifiesto, que ha
proclamado la idea de abstención abiertamente. Incluso ha hecho su pequeña
campaña, como los que piden el voto, más modesta sí, pero altamente eficaz, con
un mensaje visual claro y un eslogan irrebatible: NO VOTES. SALGA QUIEN SALGA
PIERDES. A fin de cuentas se ha mostrado como la campaña más efectiva: ha
obtenido la victoria: el mayor número de impactos con el menor gasto posible,
lo que da una idea de lo que el alcaldable de los abstencionistas podría hacer
con un presupuesto mediano. En unas breves declaraciones en las redes sociales
el Sr. Trujillo dijo: “Es lo que siento y lo que pienso”. Esta frase, en su
sencillez, abarca los tres componentes básicos para la comunicación: “lo que
siento” alude al pathos, a esa emoción que dota a su proyecto del componente humano
necesario; “lo que pienso” concierne al ethos, un factor que nos indica el
carácter intelectual, el del hombre ético que razona lo que dice; y ese logos
resuelto en un mensaje sencillo y directo que nos transmite fiabilidad. Díganme
si encuentran en algún candidato de los votantes tan alto grado de solvencia
prometida.
Yo
lo propongo para Alcalde, como representante de esa mayoría silenciosa,
heterogénea, invisible, inclasificable, digna, escurridiza y abstencionista de
mi ciudad, que ha encontrado en la mudez electoral la mejor forma de expresarse.
Ellos son los indiscutibles y legítimos ganadores de estas elecciones. Sin
embargo, no habrá protesta ni reclamaciones por su parte, abstenerse es la
lúcida y noble consigna.
012. Los lectores
“El
mejor lector es el lector muerto”
Luke
Branded
Odio
en grado sumo a los lectores, y la sabiduría
que con esa práctica adquieren. Escoria humana. La lectura es un subterfugio
rastrero para destacar sobre los demás. El lector trapichea con esa falsa sabiduría
adquirida mediante la lectura (si esa sabiduría es auténtica ya es un ser
absolutamente perdido), en un posicionarse por encima del otro (está mejor
valorado socialmente un lector que aquel que no lo es, claro que esta
valoración la hacen los lectores), que sí, que esa pelea es humanamente lícita,
pero el lector común no sabe esto, se engaña creyéndose un alma que habita las
praderas frondosas del conocimiento de la existencia del ser humano de forma
desinteresada, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar que en la adquisición
de saber hay claros signos, sino únicos, de egoísmo con el fin de quedar por
encima del otro, y poco más. Engaño que para el lector es totalmente necesario
para poder sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese apósito que es el saber
que le proporciona la lectura está perdido, vulnerable ante el otro. El lector
lo es también porque tiene miedo a ser despreciado, arrastra ese temor, y
mediante su adquisición de saberes, acumulación de información, está pidiendo
indulgencia. Presenta sus credenciales y ya sabemos que no pertenece a la
chusma, es un hombre cultivado.
El
lector es incapaz de un intercambio de datos emocionales sin esa capa presuntuosa
de lo intelectual, no conoce, no sabe que es más que suficiente una sabiduría
simple, funcional y aséptica, no adquirida en los libros sino en la calle, para
contraer con el otro un eficaz trato humano, ese prurito sabiondo es un añadido
molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá incómodo
ante ese hombre cultivado, el desagradable y siempre un punto engreído lector.
El
lector, tan centrado en gestionar sin fisuras su saber tramposo, su base de
datos, la información es poder, tan absorto en mantener las constantes
persuasivas de la sabiduría postiza que le da sus lecturas, con el fin de que
no se le escape la presa, sobre la que tiene que predominar, tan pendiente de
ese ejercicio, sin importarle afectivamente nada el otro, que ese otro es solo
un objeto que le va a proporcionar un estatus superior, es la versión ruin y
cobarde del escritor. Para llegar a ser el intelectual que se expresa mediante
la escritura, estatus que el lector anhela secretamente, a veces tan
secretamente que no sabe que lo anhela, no le alcanza para ello el talento y
tiene que conformarse con las migajas de la lectura: el lector común es un
escritor en diferido, postura acomodaticia. Un poco de psicología evolutiva nos
diría que al lector, con el tiempo, se le va agriando el carácter, convencido
de que su conversión a escritor ya nunca se producirá por falta de talento, se
sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el lector que siempre ha sido
(seguramente un mal lector; abundan más de lo que pueda parecer), ¿qué otra
cosa puede hacer? Aun así, la actividad lectora, las más de las veces, es la
puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza siendo un lector
de textos de esos que “hay que leer” para conseguir entrar tímidamente en esa
mafia que se llama intelectualidad, más tarde, para no perder esa posición conseguida
uno acaba leyendo “lo que no está escrito”, no vaya a ser que no estés al día y
eso te deja en muy mal lugar, y se acaba dando consejos a los amigos lectores
que tú consideras que están por debajo de tus conocimientos y les recomiendas
lecturas, incluso escribes algún articulillo planteando los arcanos
narratológicos de esta u otra novela. Todo por ir reafirmando tu posición de
hombre o mujer de interés intelectual. Sí, sí, la lectura es imprescindible
para triunfar en esta vida, para obtener una posición de valor en tu círculo. Y
triunfar ya sabemos lo que supone, y significa.
Hay
lectores que sustentan moralmente sus lecturas en ideas filantrópicas:
comprender la existencia del mundo y hacérsela ver desinteresadamente a sus
semejantes, dar consejos a través de citas famosas, la lectura nos permite comprender
los mecanismos que hacen funcionar la familia, la sociedad y así ser más
comprensivo con ellas, etc. Claro, el lector no podrá reconocer nunca su
egocentrismo silente, la verdadera función de sus saberes adquiridos estriba en
que es un medio al servicio de su egoísmo para ser mejor que el otro; si así
fuera, si descubriera la naturaleza de su obsesivo e innecesario almacenamiento
de saber quedaría al descubierto, quedaría solo ante su mediocre monstruosidad
que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no
quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento
que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente
mantiene oculto en las mazmorras de su ser. La lectura le ayuda a ocultarse de
sí mismo.
La
sabiduría que proporciona una actividad lectora enmascara al monstruo. Otro día
hablaremos de los escritores.
013. Los escritores
La
ardua tarea del ESCRITOR nunca es bien comprendida. Su dedicación desinteresada
hacia los demás, nunca del todo bien recompensada. Casi siempre el escritor es
un intermediario entre la IDEA y su destinatario, el lector, que es casi como
decir entre DIOS y el hombre. Las lecciones tanto morales de altos vuelos como
pequeñas indicaciones de cómo deben comportarse los seres humanos en la vida
cotidiana para mejorarla, así como hacer ver al lector aquellas falsedades que
se parapetan tras las verdades oficiales que nos muestra nuestra vida moderna y
altamente tecnificada a través de los mass media que quieren manejar nuestras
vidas, todo eso y más que tantas veces nos ofrecen las novelas, artículos,
ensayos, la gran poesía, es fruto del talento y el esfuerzo abnegado de eso que
llamamos ESCRITOR y que en nuestros días tan devaluado está, como lo está toda
voz de autoridad, véase maestros, médicos, la figura paterna, etc.
Está por calcular cuánto bien ha
hecho la literatura al ser humano, cuánta parte de mérito tiene el escritor en
este maravilloso proceso que provee de progreso y felicidad a los hombres.
¿Es usted el mismo después de haber
leído un verso?
Algunos no entienden esta labor y
menosprecian el valor que tienen esas porciones de sentimientos sinceros y
maravillosos que el escritor comparte con sus lectores, que no es fácil abrirse
y darse a los demás; esas cápsulas de sabiduría que administran diariamente a
los lectores pacientes y nos hacen la existencia menos pesada, con el noble
afán siempre de edificar o consolar, llevar algo de sosiego, sonrisa o saber a
las almas humanas. El escritor sabe leer la existencia y la traduce a sus LECTORES,
sin los que no tendría razón su ser, el escritor vive por y para el lector, y
esos lectores inteligentes y nobles, agradecidos, le hacen llegar su complicidad
y admiración. ¿Qué es el escritor sin el estímulo en forma de comentario,
carta, etc. que le hace llegar su fiel lector? ¿O al querer acercarse a él en
una presentación de libros y, respetuoso y nervioso, le pide que le firme un
ejemplar? Cuando todo esto sucede, cuando se da esa comunión, podemos decir,
rememorando al gran poeta: “Todo perfecto. Las doce en el reloj”.
Una
pieza fundamental para restablecer el orden perdido en nuestra sociedad es la
del ESCRITOR, hablo del escritor serio, comprometido con su entorno
sociopolítico, con los valores morales y éticos que hagan que nuestra comunidad
sea cada día mejor y más justa, que señale y denuncie sin temblarle el pulso
los comportamientos corruptos de nuestros dirigentes, la opresión puntual de
nuestras instituciones, el escritor debe estar a la vanguardia de todas las
reivindicaciones humanas, debe ser guía y compañero de lucha… debe introducirnos
“en el conocimiento sensible del mundo a través del arte”, hablo de ese escritor que se ha olvidado de los
géneros y las mamandurrias porque siente en lo más profundo de su ser que el
mundo lo necesita, el ser humano necesita sus guías, e insisto: el escritor es
pieza fundamental en la reconstrucción de este mundo cada vez más deshumanizado
y triste, tan falto de edificantes costumbres.
Me
emociono, lo sé, y sé que los lectores de este modesto texto entenderán el
rastro de temblor emocionado que dejo en él. ¡Cuánta vida se nos ha ido
quedando en el camino, hasta acabar marchitos en este atardecer de los afectos!
Pero
sabemos que siempre nos queda: ¡EL ESCRITOR!, ¡EL ESCRITOR!
014. Eterna penumbra de la mente Simpson
De la extensa e intensa
entrevista que me hicieron en El País solo me interesa rescatar y mostrar aquí
una pregunta y su contestación. Después de una serie de cuestiones relacionadas
con la narrativa, la literatura, (de eso se trataba) me sorprendió la
entrevistadora con una de carácter personal: ¿Es usted feliz? Yo había acudido
allí en calidad de escritor, si bien debo aclarar que soy un escritor sin obra,
y no como la persona que soy, que son dos cosas distintas o al menos podríamos
decir que el escritor es una entidad mínima de la persona, muy poderosa dentro
de mí pero con la que no siempre estoy de acuerdo, a la que no siempre
contradigo o desaliento y la dejo que se vaya expresando como crea conveniente,
dentro de los márgenes, eso sí, de unos parámetros permisibles por el buen
gusto dominante (lo que no siempre consigo porque si algo quiere ser ese
escritor es parecerse a los niños terribles de la literatura, no es fácil
convivir con alguien así), sin que nada de esto sea limitación para que esa
expresión sea clara y contundente si se tercia la ocasión. Consideré en ese
momento también que quizá la pregunta no era de carácter personal sino que a lo
que ella se refería era que si como escritor era feliz. Que va, me dije. Creo
que no va por ahí.
Hasta ese momento, la entrevistadora me había tenido
sorprendido y a la vez ensimismado en el buen trabajo que estaba haciendo. (No
es momento de meterse con los periodistas, pero ahí queda). Ella se había
documentado hasta tal punto que conocía mi obra muy por encima de lo que yo
mismo podría conocerla así pasase cientos de años de estudio esforzado sobre
ella, y no porque yo la considere compleja sino por una cerrazón que se aviene
cuando trato de inmiscuirme en ella. Y las preguntas eran claras, bien
elaboradas y, lo mejor de todo, nada de pedantería ni ínfulas intelectuales de
por medio. Mirándola, oyéndola, me daba cuenta de que hacía mucho tiempo que no
había estado ante una persona inteligente. Si no es que el olvido no había
hecho una de las suyas conmigo.
La única vez que pude sorprenderla fue cuando me invitó a
que le destacara una influencia clara y decisiva en mi literatura en los
últimos años en los que tan retirado había estado y nada se había sabido de mí.
Le sonreí porque creí que empezaba a bromear conmigo, lo que no me desagradaba,
aunque la entrevista se la estaba haciendo al escritor el resto de mi persona
también estaba allí y temí que ese resto empezara a involucrarse demasiado en
la tarea, la entrevista, que debía corresponder solo al escritor.
Le dije que el producto creativo que más me había gustado
e influenciado en los últimos veinte años era la serie Los Simpson, que pasado el
tiempo necesario para obtener una perspectiva precisa y solvente sobre ella
será considerada tan importante y a la altura de las grandes obras de la
historia. El amplio y sutil fresco que presenta sobre la vida contemporánea y
el retrato mordaz sobre los comportamientos de una familia media, bla, bla,
bla… Y sobre todo el capítulo nueve de la temporada diecinueve llamado “Eterna
penumbra de la mente Simpson” me parecía un momento de gracia creativa
inigualable, etc. La entrevistadora aún no conocía mi última novela no escrita,
en la que llevaba trabajando años, y todavía inédita. En ella y en mi faceta de
escritor eran evidentes esas influencias. Quiero remarcar que esta influencia
tan potente solo afectaba a ese escritor que habita dentro de mí y que el resto
de mi persona apenas sufría tales padecimientos, o eso creo yo.
Apenas si hablo durante unos minutos mi boca se reseca,
es como un toque de atención biológico a mi creencia casi enfermiza de que
“hablar es mentir” (“vivir es colaborar”), es como si lo físico y lo mental
caminaran de la mano y ninguno de los dos pueda quedar atrás. La entrevistadora
se percató de este detalle, se disculpó por no haberlo previsto, y me ofreció
algo de beber. ¿Tienen cerveza Duff?, pregunté. Hizo una consulta rápida a los
del equipo de producción y estos le dijeron que no tenían esa marca, que si
quería otra… no, no se preocupen, una botella de agua mineral me viene bien.
Bebí un trago largo de la botella y al dejarla sobre la
mesa fue cuando ella me preguntó: ¿Es usted feliz?
Y yo le contesté: Ahora sí.
Muchas gracias por todo Sr. Branded, sonrió la
entrevistadora a modo de despedida satisfecha, cierre de la entrevista.
Entonces yo dije, mientras el escritor callaba, llámeme
Luke, si no le importa.
Era inevitable, así las cosas, que yo también entrara en
esa eterna penumbra que hasta hacía bien poco había estado reservada solo para
él, para el escritor.
015. El camarero
El camarero (léase cualquier otro profesional)
guarda en su interior el deseo de no ser un camarero del mundo sino hacer el
mundo camarero; pero su vida cotidiana, que siempre va con un poco de retraso
respecto a los últimos acontecimientos, lo fija a su entorno y entonces un día,
habiéndose dado cuenta de su imposibilidad de éxito fuera de ese entorno, convierte
la cafetería en su mundo y su tarea desde entonces consiste en perfeccionar ese
mundo, metáfora reducida pero más cómoda, asequible, del mundo. Entonces, este
camarero, buen profesional, es el primero en llegar al abrir su
establecimiento, pronto el jefe delega toda iniciativa logística en él, será su
hombre de confianza, de manera tácita, en poco tiempo, llega a ser el gerente,
extraoficialmente; atentísimo al cliente se anticipa a sus deseos; ordena la
prensa y la ofrece al habitual del que ya conoce sus inclinaciones políticas; la
cafetería por el momento es su segunda prioridad vital, la familia acabará
siendo desatendida a favor de su trabajo: en lo que a él concierne el local
será cuidado hasta en sus últimos detalles, en beneficio del negocio y de su
jefe.
Otros camareros suelen ser desagradables,
antipáticos, desconsiderados con el cliente, se equivocan con el cambio,
resuellan como búfalos perseguidos entre las mesas, demoran el momento de
servir hasta exasperar al cliente más comedido, (excepto a los santos y
miedosos y amables que rinden culto a las buenas maneras y la compostura para
no alterar ese estado de falsa complacencia en el que se sienten resguardados
de la crudeza del mundo que en su debilidad no son capaces de afrontar y viven
huyendo de los conflictos y así van creando una gran mentira, hasta que llega
el camarero a su mesa y le sonríen como si nada hubiera ocurrido cuando en
realidad han estado quejándose disimuladamente de la falta de miramientos del
camarero hacia ellos que habían llegado antes que otros que fueron atendidos
primero en detrimento del orden sagrado que otorga el beneficio de prioridad a
los que llegaron antes). Estos, los camareros desagradables, se niegan a hacer de
la cafetería su mundo, todavía no han claudicado, no se conforman, hay vida
fuera del establecimiento, y aspiran a una existencia distinta, que incluso
podría ser mejor.
La profesionalidad es el refugio de los vencidos.
Y parece lógico que el proceso histórico que ha
sufrido el individuo en relación con el Poder se cierre siendo este, el
individuo, diluido en él, el Poder.
Mantengo la
idea de que el individuo es una extensión del Poder, entendido este como macro
estructura esquizofrénica, que su comportamiento personal imita las
insinuaciones del Estado y demás instituciones, que tanto uno como otro
persiguen lo mismo, que a cada persona se le ha inoculado dentro de sí un
gobernante. El último gran asalto del Poder sobre el individuo es que quiere
convertirnos en co-gobernantes. Ya nos convenció de que teníamos que ser buenos
profesionales; nos ha invitado a ser emprendedores, también a ejercer de policía
denunciando actividades antisociales de nuestros vecinos. El individuo, con
respecto al Poder, es como una delegación o sucursal, un encargado o gerente
dispuesto a mantener los mecanismos de sujeción de los deseos, cada uno desde
su parcela vital, y así hacer perdurar el mantenimiento de la estructura que
hace posible esa sujeción. El individuo es un colaboracionista.
Nuestra relación con el mundo pasa,
indefectiblemente, por alguna forma de colaboración con el Poder. El largo
proceso de elaboración de nuestra identidad, hasta llegar a la situación
actual, ha sido escrita en la piel con el susurro constante de un padre
proteccionista, fuera de él y sin él no sabríamos cómo vivir. Y agradecidos
hacemos las cosas tan bien como se nos pide, hasta el punto de ser buenos
profesionales.
016. Belén Esteban
Belén
Esteban llega a ser un personaje atractivo, para aquel que quiera o pueda
verlo, porque el ser humano que contiene queda expuesto sin veladuras siempre
que se expresa, bien por medio del lenguaje o por la puesta en escena de su gestología. Estos son los dos registros
formales de los que dispone para desarrollar su personaje en el plató de Sálvame,
que consiste en ser lo más fiel posible a lo que es ella misma. El valor más
importante que aporta su personaje, muy trabajado día tras día, es la
autenticidad, la veracidad sin tapujos, a fin de conseguir ser creíble. En
último término Belén quiere decirnos siempre que es honesta. Esto presupone un
enemigo exterior que quiere desacreditarla. “La Belén puede ser lo que tú
quieras, pero habla claro, no se esconde”. Y no deja nunca de decir cosas. Ella
no ha sabido camuflar sibilinamente, como algunos de sus compañeros de reparto,
bajo artificios “educados”, moderados y pertinentes sus desperfectos o
desajustes emocionales, sus carencias a la hora de entender y manejar la
realidad selvática en la que se mueve, o la alegría que expresa por nimiedades
que pueden parecernos desmesuradas.
Belén
es un ser desprotegido. No tiene maldad, si acaso su maldad es de muy baja
intensidad, infantil, caprichosa, y siempre o casi siempre a la defensiva. Ni
está equipada con el armamento necesario para la lucha post afectiva de
nuestros días. Sabedora de su insuficiencia su forma de defensa es el ataque,
aun cuando ni siquiera haya agresión hacia ella, solo la sospecha. El gesto
desafiante y cañí al que se le ven las costuras.
Las
últimas entregas de Sálvame, la serie televisiva, o mejor, reality show, en la
que Belén es una de sus protagonistas destacadas, se han centrado en el
“conflicto” que ha supuesto la aparición de un primer novio o amor en su vida.
Esta aparición puede suponer un pequeño revés en la elaboración de su
biografía, que se viene gestando desde los comienzos de su popularidad.
Contratiempo, quizá, porque la irrupción del nuevo puede desbancar del puesto
de privilegio que otorga ser Primer Amor a Jesulín de Ubrique, adjudicado y
subrayado ese lugar principal por la propia Belén tanto en sus tempranas
memorias como en sus apariciones mediáticas. Visto desde fuera esto es una
circunstancia banal y carente de importancia, pero para los personajes y
espectadores implicados en el relato, entre los que me encuentro, el devenir de
los acontecimientos es de suma importancia, porque pueden alterar la historia y
socavar la fiabilidad de su principal narradora. Se pone en juego con el
testimonio de este oculto novio primero un valor aún con mucho peso, dentro de
la jerarquía de valores del programa, como es la credibilidad, punto fuerte en
el personaje beleniano, dentro de un formato televisivo cuyo mayor acierto es
convertir lo personal en materia ficcional, diluyendo las barreras entre lo uno
y lo otro, con el que construir un relato por entregas, digresivo y rizomático,
que a lo largo de tantas temporadas ha acabado dando muestras y registrando un
sinfín de vicisitudes sentimentales y sus consiguientes valoraciones éticas y
morales por parte de los contertulios, una cantidad innúmera de información
íntima y personal convertida en materia narrativa que los propios protagonistas
del folletín han puesto al servicio de sus seguidores.
Porque Sálvame se afana cada tarde
en crear una mitología doméstica, de mesa camilla, en la que cada personaje,
más allá de los guionistas, debe crear su papel y mantenerlo sujeto, como bien
puedan, bajo su propia inteligencia, capacidad y riesgo. A estas alturas de la
serie o del reality o incluso del folletín los personajes ya están bien
conformados, no son monolíticos, pero básicamente cada uno tiene perfilada su
idiosincrasia. El de Belén también. Algunos de sus compañeros ven en la
aparición del nuevo personaje, el novio primero, y los datos que aporta un duro
golpe a su credibilidad, amén de los daños colaterales que esos datos, que
muestran a una Belén ligeramente distinta, puedan causarle y dañar su imagen
conseguida, su estatus sólido dentro del engranaje narrativo llamado Sálvame.
Creen y atacan por ese flanco sus contrincantes que el mito puede sufrir un
serio traspié, que la audiencia no perdonará la falta de integridad de unos de
sus personajes más queridos, se sentirán defraudados y vaticinan sin decirlo
que dejarán a la heroína sola en su caída.
Todo
esto se da dentro de un contexto de producción cultural que persigue la
normalización de su audiencia, de fijar comportamientos. Si lo consigue o no y
en qué cuantía, es otro tema.
Sobre
el desarrollo del devenir del mito estaré atento a la pantalla.
017. Barbarie
Para mí, la barbarie sucede
cada día a tres metros de distancia. Es la separación aproximada que hay entre
mi posición en el sofá y la pantalla de TV. La representación de esa barbarie
está siendo constantemente mostrada. Apenas enciendes la tele y zapeas un poco
la encuentras, la sociedad del espectáculo que anunciaron los situacionistas
está en plena ebullición. Lo de Siria, lo de París, el careto de Putin, los
tertulianos de cuatro que debaten el tema estrella del momento que irá
cambiando cada pocos días. Si miro hacia algún punto del salón veo que todo
está en su sitio, el perro dormita apaciblemente en la alfombra, se oye el
sonido de una moto que, aunque lejano, me molesta; el polvo se está acumulando
sobre los estantes del mueble aparador. (Hasta la Primera Guerra Mundial, o la
Gran Guerra, como se llamó en su momento, la muerte de civiles apenas alcanzaba
un 6%. En los años noventa, por ejemplo, en la guerra de Yugoslavia más del 92%
de los muertos eran civiles).
Mientras veo las noticias me digo que la guerra no es la
solución, es el problema, que hasta que, como decía Luke Branded, los gobiernos
de Occidente no cambien su política exterior agresiva hacia los países
desfavorecidos por una de colaboración y ayuda nada cambiará. Por lo tanto, me
digo, pocas esperanzas de cambio hay. Y este pensamiento se mezcla con otro que
me hace recordar que no he sacado del congelador los filetillos de pollo
saturados de antibióticos que compré en Mercadona hace dos días para hacer la
cena de esta noche. Exagero, me digo, y me levanto y saco los filetes del
congelador, seguro que para las ocho y media o las nueve ya estarán
descongelados, si no es así ya improvisaré otra cena, siempre se me ocurre
algo… (El teorema de Goedel dice que ningún sistema puede explicarse a sí mismo,
ninguna máquina puede entender su propio mecanismo. Y lo de la navaja de Occam: “en igualdad de condiciones, la explicación
más sencilla suele ser la más probable”).
Cuando vuelvo al salón el perro se ha tumbado en mi
sitio, sagrado, del sofá. Con solo mirarlo el perro se baja y sobre la alfombra
se estira y mueve la cola mirándome. En la tele están poniendo la foto de las
Azores, ¡qué hijosdeputa!, pienso. Hago zapping y sale Hollande,
cariacontecido, prometiendo a los ciudadanos que la fiesta va a continuar, que
va a mandar aviones parar bombardear no sé qué. Cuando terminó el telediario, o
los telediarios, me eché una cabezadita, no más de diez minutos, y lo primero
que pensé al volver en mí fue que cuántos niños habrían muerto en ese tiempo
somnoliento mío, en cualquier parte del mundo, cuánto habrían ganado los
señores de la guerra y cómo prospera la industria armamentística y cómo España
le vende artilugios que matan a Arabia Saudí que dicen que son amigos de Estado
Islámico y que todas esas ventas repercuten luego en el bienestar de las
sociedades occidentales, recaen en nuestro beneficio, y cuántas cosas más de
ese tipo de las que ni nos enteramos habrían funcionado en esos diez minutos de
siesta que echó ese individuo que vive en la vieja Europa y que resulta que soy
yo, ese que alguna vez ha tenido que quitar las noticias porque no soportaba
tanta barbarie, etcétera.
Me puse enseguida la película “La sal de la tierra” de
Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado que va sobre el fotógrafo Sebastiao Salgado
y en ella se ve que la miseria y la barbarie es una constante repetida a lo
largo del espacio y del tiempo, y que de ver tanta podredumbre humana el propio
Salgado fotógrafo tuvo que ponerse a plantar árboles en un lugar de África de
cuyo nombre ahora no me acuerdo. Les pido encarecidamente que vean la peli. Les
pido encarecidamente que no voten a gente que quieren arreglar el mundo con la
guerra. Lo pido sin saber si eso sirve para algo. (Borges decía que no había
pasado un solo día en su vida sin haber encontrado en algún momento un atisbo
de felicidad).
El resto de la tarde pasó con algunas tareas de la casa,
un poco de facebook, y aunque ese día me tocaba ducharme no lo hice, pasé, no
me importaba sentirme sucio.
Esa
noche dormí sin dificultad y soñé que no podía quedarme dormido, que daba
vueltas en la cama sin conseguirlo, llegué casi a la desesperación onírica. Así
todo el rato, como en un viaje interminable al fin de la noche. Yo creo que aún
estoy dentro del sueño, con la simulada sensación de que nunca saldré de él.
018. Las gafas
Si las gafas que usas son
antiguas y ya la graduación que tienen no es la que necesita tu mirada, si es
así verás la realidad borrosa, difícilmente captarás más allá del conjunto, los
bordes difuminados, no podrás leer correctamente el mundo que te rodea. La
interpretación que haces de él será irremediablemente inexacta, desfasada y las
más de las veces el mundo se presenta incomprensible, lo más seguro es que ante
esta circunstancia acabes elaborando un patrón más o menos fijo con el que
interpretar cualquier acontecimiento de ese mundo, construido con urgencia porque
si no tienes opinión no eres nadie. El ser reconocido y respetado como persona
ante los demás te obliga a tener una idea y si es necesario imponerla. Es
posible que estés orgulloso de ser una persona formada, con criterio y
capacidad de discernir qué es lo conveniente o no, aplicas el sentido común, la
lógica y unas dosis de humanidad y sensibilidad hacia lo injusto, y al final llegas
a tener una opinión, que rara vez pones en duda, y quizás esa opinión se ha
formado a través de unas lentes deformadas. Tu juicio sobre la realidad o la
existencia o los comportamientos humanos viene dado por un enfoque que no puede
abarcar los matices de la actualidad, que en nuestros días esos matices no son
acompañantes decorativos con pretensiones estéticas a la vieja usanza, sino que
conforman el núcleo decisivo que da tensión y singularidad a esa información
que la mirada quiere obtener.
Sin duda estás confiado en que al hacer una valoración
sobre cualquier tema los aspectos generales del mismo no variarán con respecto
de aquellos que sobre el mismo tema hacen los que llevan las gafas adecuadas, en
el mejor de los casos coincidís en esa generalidad, digamos que la coincidencia
se da en lo esencial del asunto y tú piensas por eso que los dos lleváis el
mismo tipo de gafas. Pero esa confianza se desvanece cuando el de las gafas
nuevas encuentra en ese tema variantes y matices, interpretaciones que la lente
bien temperada de sus gafas no le oculta. Puedes pensar que esos nuevos puntos
de vista son libertades imaginativas del de las gafas nuevas o bien graduadas, si
eres algo inteligente o curioso te quedará algo de duda, pero solo notarás las
diferencias cuando adquieras unas gafas con la graduación adecuada para
interpretar fielmente nuestro tiempo. Conozco alguno que ni siquiera tiene en
su horizonte la necesidad de adquirir unas gafas convenientes. Su visión del
mundo le parece la correcta, se reafirma en ello sin un ápice de duda, su
método de verificación de la realidad se formó hace años y pensó en ese momento
que ya había llegado al punto justo desde el que valorar con acierto la
existencia, que ya no le hacía falta más, se creyó solvente con haber acertado
en varias ocasiones en aquel momento y aplaudido por individuos que usaban el
mismo tipo de gafas. Pero a día de hoy sigue aplicando la misma mirada a una
existencia cambiada, valora la actualidad con herramientas obsoletas, inapropiadas,
y el resultado es que su comprensión y opinión sobre cualquier asunto es de
baja intensidad, naif, obvia, simple (cree poseer la simplicidad a la que
llegan los sabios), etcétera.
Digamos que las gafas antiguas solo te permiten, entre
otras cosas, ver el mundo en dos dimensiones, mientras que las bien graduadas
alcanzan con facilidad las tres dimensiones, desde luego que estas dejan ver un
mundo más rico en todos los sentidos. Son prótesis, su efecto es parecido en
cierto modo al de las drogas: en este caso amplían la percepción de la
realidad.
El mundo no puede ser mirado en nuestros días con los
presupuestos éticos y estéticos del pasado. En poco más de medio siglo se han
producido cambios científicos, sociales, tecnológicos, morales, filosóficos, de
sensibilidad, de manera que esas gafas a las que te aferras ya no captan la
complejidad de que está compuesta nuestra inventada realidad actual. Quizá sea
necesario introducir en nuestro bagaje cultural la duda, revisar nuestro
mecanismo crítico para comprobar si está funcionando adecuadamente,
preguntarnos, como hizo Robert Walser el día en que su hermana lo llevó al manicomio,
al despedirse de ella al pie de la escalinata que da entrada al
establecimiento, “¿estamos haciendo lo correcto?”, la hermana calló, le apretó
la mano y se dirigió a su coche para marcharse, mientras, dos médicos cogían
cada uno un brazo del paciente, Walser volvió la cabeza y vio cómo se alejaba
el coche de su hermana, y entraron. En nuestro caso no creo que pase nada por hacernos
la misma pregunta. Y eso que nosotros posiblemente llevemos dentro del
manicomio ya mucho tiempo.
019. Los mejores libros, según Luke
Branded
Una vez terminada la entrevista, cuando el
micrófono y las cámaras habían desaparecido del improvisado plató que se había
montado en aquella cafetería de la calle Real, Luke pidió otra botella de agua
mineral y me convidó a que tomara algo, pida lo que quiera que invitó yo, me
dijo. Sacó del bolsillo interior de su chaqueta a cuadros, con coderas de ante
marrón, unos folios doblados en tres partes y me los entregó. “Mírelos usted,
he anotado un listado de los libros que más me han impresionado, aquellos que
por diversas y extrañas razones me han parecido los mejores de entre todos los
leídos en lo que va de siglo xxi. Es una lista personal que no tiene ningún
afán de ser exhaustiva ni canónica sino que, como mucho, será un reflejo de esa
realidad que cada uno de nosotros fabricamos mientras vamos existiendo. Una
pregunta recurrente que me hago es por qué estos y no otros, por qué no han
sido otros los libros leídos y de los leídos por qué estos me parecen mejores.
Desde luego que mi pregunta, cada una de ellas, es retórica, no pretendo
obtener respuesta, pero el sonsonete interrogativo me agrada, solo eso. Puede
publicarla, si le parece bien, como complemento de la entrevista que me acaba
de hacer. Como la entrevista sostiene una forma de mostrarse y esconderse a la
vez, un juego para desocupados, para paliar mi parquedad y solipsismo le
entrego este listado. Yo pienso que en él hay más información sobre mi persona
que toda la que haya podido aportar en las respuestas que le he dado en la
entrevista. O eso creo”.
Así
que, sin más dilación, les muestro el listado que el señor Luke Branded tuvo a
bien entregarme.
Stone
Juntion, Jim Dodge; La ciudad y la ciudad, China Mieville; Deshielo y ascensión, Alberto Cortina
Urdampilleta; La historia de tu vida,
Ted Chiang; La sombra sobre Innsmuth,
H.P.Lovecraft; Los reconocimientos,
William Gaddis; Residuos, Tom
McCarthy; Le Park, Bruce Begout; La casa de hojas, Mark Z. Danielewski; Bufo and Spallanzani, Rubem Fonseca; Don Quijote de la Mancha, Miguel de
Cervantes; Don Quijote de la Mancha,
Alonso Fernández de Avellaneda; La broma
infinita, David Foster Wallace; El
día de la creación, J.G.Ballard; Testo
Yonqui, Beatriz Preciado; Conversaciones
con David Foster Wallace, VV.AA.; Las
correcciones, Jonathan Franzen; La
saga de los Marx, Juan Goytisolo; Warlock,
Oakley Hall; Europa Central, William
T. Vollmann; El orden del caos,
Francisco Collado Rodríguez; Gestarescala,
Philip K. Dick; Contraluz, Thomas
Pynchon; Submundo, Don DeLillo; Tiempo de Marte, Philip K. Dick; El grado cero de la escritura, Roland
Barthes; El palacio de las nueve
fronteras, Onoff; Bartleby y
compañía, Enrique Vila-Matas, Furia
Feroz, J.G.Ballard; El invernadero,
Wolfgang Koeppen; Arqueologías del
futuro, Fredric Jameson; El arco
iris de gravedad, Thomas Pynchon; Pruebas
de lo equivocados que estamos siempre, Miguel Guerrero; Casa desolada, Charles Dickens; Corona de flores, Javier Calvo; La ciudad vampiro, Paul Feval; Zona, Mathias Enard; 1280 almas, Jim Thompson; Dientes blancos, Zadie Smith; Michael Kohlhass, Heinrich von Kleist; La mujer de la arena, Kobo Abe; Mason y Dixon, Thomas Pynchon; Vineland, Thomas Pynchon; La Dalia Negra, James Ellroy; Tu rostro mañana, Javier Marías; Meridiano de sangre, Cormac McCarthy; Los detectives salvajes, Roberto
Bolaño; Ubik, Philip K. Dick; La oscuridad exterior, Cormac McCarthy;
Crítica y Ficción, Ricardo Piglia; Watchmen, Alan Moore, Dave Gibbons,
John Higgins; Hambre, Knut Hamsun; Sobre la historia natural de la destrucción,
W.G.Sebald; Spiritus, Ismail Kadare;
Yonqui, W.S.Burroughs; Adolf, Osamu Tezuka; Providence, Juan Francisco Ferré; El escritor y sus fantasmas, Ernesto
Sábato; Lo antiguo y lo nuevo,
Marthe Roberts; Carta al padre,
Frank Kafka; Kafka. Los años de las
decisiones, Reiner Stach; Crónica de
los Wapsoht, John Cheever; Mantra,
Rodrigo Fresán; La ópera flotante,
John Barth; Kraken, China Mieville; Ruido de fondo, Don DeLillo; Algo supuestamente divertido que nunca
volveré a hacer, D.F.Wallace; Siete
precursores, Marcel Reich-Ranicki; Los
desposeídos, Ursula K. Le Guin. Ciudad
revientacráneos, Jeremy Robert Johnson.
Unas semanas después de aparecer en prensa tanto
entrevista como listado, el señor Branded me llamó para felicitarme por mi
trabajo, y me dijo, como de pasada, que en ese tiempo transcurrido desde
nuestra cita ha ido recordando algunos títulos más que deberían, por méritos
propios, según su gusto, estar en esa lista, pero no demasiados, no crea, no
muchos más, me dijo.
020. El Show de Darwin
Un buen empresario es aquel que detecta a tiempo un
nicho nuevo de venta y se lanza cual héroe del capitalismo tardío a conquistar
su cacho de mercado. Yo, emprendedor donde los haya, voy a montar un puesto de
antorchas en la plaza de la Inmaculada. Público objetivo: aquellos burgueses acomodados,
(por extensión “la buena gente” o “gente de bien”, también podría decirse de
ellos que son “colaboradores” de las instituciones) que ven amenazado su status
social por los bárbaros o vándalos, (por extensión léase “los bajunos” o “la
chusma”, también podría decirse de ellos que son “disidentes”, van contra lo
instituido). Estos conceptos son sólo aproximativos y revisables, no se
alarmen.
Sin
embargo, no pongo el negocio por un afán lucrativo, las antorchas, ya
preparadas con su líquido inflamable y todo, sólo hay que aplicar la llama del
mechero en el momento de actuar, van a salir bastante baratas, sólo me mueve y
alienta una cuestión de interés público, además hay que tener en cuenta que el
número de antorchas vendidas no va a ser para hacerme millonario, no me hago
demasiadas ilusiones, no todos los burgueses van más allá de las palabras
indignadas dichas en la cafetería de turno, aun así, todos, o casi todos,
quieren una solución al problema por el que pasa nuestra ciudad y si esta tiene
que ejecutarse con mano dura, que se haga así, que el Gobierno mande refuerzos
y acabe con la chusma, que se haga cuanto antes, el burgués prefiere que el
Gobierno le haga el trabajo sucio, pero, como decía, habrá unos pocos valientes
(cuando hablo de pocos estoy pensando en vender unos cientos de antorchas,
según un pequeño estudio de mercado que solapadamente he hecho estos días, y
cuando hablo de valientes hablo de aquellos que son capaces de dar un paso al
frente y poner en riesgo su vida por una causa en la que se verá beneficiada
una mayoría selecta) que quieran colaborar con el Estado de forma más activa y
quizá no sepan cómo hacerlo, para ellos pongo el puesto de antorchas, no me
parece justo que una porción de población, por pequeña que sea, se vea privada
de dicha iniciativa, tan necesaria, tan loable para el mantenimiento del orden
en nuestra depauperada ciudad. Ustedes dirán que ese grupo de burgueses
exaltados con razón podría llegar a la acción sin necesidad de pasar por mi
puesto de antorchas, es verdad, son los riesgos del comercio, pero yo creo que
el hombre en general y la clase media en particular se ha convertido en un homo
consumitatis y los aspectos que se relacionan con la iniciativa propia ya le
están muy mermados, y si pueden saltarse un paso no habrá duda de que lo harán,
en cuanto se corra la voz del puesto de antorchas pasarán a la compra y, ya
digo, por un módico precio, adquirirán una, no tendrán que marearse la cabeza
buscando artilugios incendiarios que les den la garantía que ofrecen mis
antorchas casi personalizadas, además, advierto, dispongo de una variada gama
de antorchas, mucha diversidad en cuanto a tamaño, grosor y por tanto
durabilidad de la tea, y colores del mango, está de más hablar, repito, de la
infalibilidad del artículo, y, para colmo, tendremos en el puesto un servicio
de grabado que si el cliente lo desea podrá estampar en el mango una leyenda,
cita, su grito de guerra o su propio nombre, el comprador no quedará
descontento. (A última hora hemos añadido, como complemento, un pañuelo con la
efigie del Che Guevara estampada que protegerá sus vías respiratorias de las
emanaciones del humo provocado en la actuación).
Bueno,
entre otras cosas, la idea de quemar al malo no es muy original pero sí que
goza del respaldo de una tradición más que contrastada, si no que le pregunten
a la Iglesia Católica el rendimiento que le ha sacado durante siglos a un
artilugio tan simple como la antorcha cuando quemaba brujas a destajo y
convocaba en las plazas públicas numeroso público que aplaudía la iniciativa,
eso sí que era un reality show y no lo de ahora. No será muy distinto en esta
ocasión, hay que eliminar cualquier atisbo de mala conciencia, porque no sólo
las clases medias y acomodadas verán con buenos ojos deshacerse de la chusma,
también contarán nuestros héroes con el aplauso callado de una inmensa mayoría
de la población, independientemente de la clase social a la que pertenezca,
aquí estamos unidos por un sentimiento común, la limpieza acaba gustándole a
todo el mundo. Siempre están los que disienten, esos tontos que creen que el
ser humano es bueno por naturaleza, o los que no saben no contestan, o aquellos
que tienen ideas contra natura, ya saben a quienes me refiero, o los que
piensan que con infraestructuras, educación, creación de empleo, o la
eliminación de guetos, entre otras cosas disparatadas, se va a arreglar todo, o
nos vienen con ese rollo darwiniano como el que dice un intelectual sabelotodo,
que ya deberíamos cambiar la idea de competencia por una de colaboración que
reconozca al otro como un igual, en fin… excepto estos radicales digo, con los
que acaso si alguna vez hemos contado, el pueblo está unido.
Nuestro eslogan es tan sencillo como nuestra
ilusión: “Háganse con una antorcha. La solución está en sus manos”.
Última hora: Tele 5 quiere hacerme una entrevista.
La cadena de TV se ha hecho con los derechos de retransmisión del conflicto
linense y pretende darle a sus programas el aspecto de un reality. Para ello
quiere que los participantes en las revueltas, tanto los de un lado como los
del otro (es decir, “gente bien” vs “bajunos”, “colaboradores” vs
“disidentes”), vayan, si no uniformados, casi, para que no sea tan descarado el
efecto diferenciador. Ha exigido la cadena que el mayor número de
confrontaciones se produzca de noche, alrededor de las diez, el momento de más
audiencia, Prime Time, lo llaman; que las fuerzas de seguridad actúen sólo en
casos muy al límite, o nunca si fuera posible, pero que estén siempre
presentes, tanquetas, helicópteros, etc. Parece que en esto han llegado a un
acuerdo con el Ministerio de Defensa. En cuanto a mi negocio de antorchas, ha
dado un vuelco considerable. Tele 5 me compra todas las existencias
disponibles, hará algunas modificaciones en el producto, no problem. Eso sí, quieren
que mantenga el puesto en la plaza Inmaculada y que los participantes hagan el
paripé de ir a comprar las antorchas. Todo está arreglado, incluso me han
comprado el eslogan “La solución está en sus manos”, que aparecerá en los
anuncios que la cadena hace habitualmente de sus programas. Ya lo están
anunciando, con el nombre de Darwin Show, o El Show de Darwin..
Todo está aún conformándose, pero el resultado final
promete. Ya sabéis cómo son estos de Tele 5. Lo que suceda lo veremos en la
tele.
021. La agricultura en
Polonia
Lo que no sabe Holler y por
tanto no podrá informar de ello al narrador de este relato, ni nadie se lo
dirá, es del encuentro que Roithamer mantuvo durante una tarde de hace ya algún
tiempo en Altensam, un Altensam abandonado por todos, con un agricultor polaco
que se había desplazado desde sus posesiones en Weimar, así dijo el agricultor
a Roithamer, para entrevistarse con él con el propósito de hacerle saber su
interés en adquirir las tierras de labor y de pastos de Altensam, a cualquier
precio. La recepción que le dispensó Roithamer al agricultor fue fría y
ceremoniosamente distante. Lo recibió en el inmenso, casi vacío y oscuro salón
principal, lo hizo sentar en una silla de respaldo alto, austera, sin ofrecerle
invitación alguna, ni siquiera le señaló que podía quitarse la pesada pelliza,
innecesaria en la sala caldeada. Las credenciales de solvencia tanto económica
como profesional del agricultor fueron expuestas por el agricultor polaco de
manera dilatada y contundente. Sus logros más recientes se habían producido en
Weimar. Sus pequeñas huertas produjeron trescientos cincuenta millones de kilos
de frutas y doscientos noventa millones de kilos de legumbres, haciendo mención
especial al cultivo del durazno y a los métodos más avanzados y más inocuos
para las plantas y árboles para le extinción de orugas. Pero su logro mayor
estaba recogido en su libro “La agricultura en Polonia”, del que sacó un
ejemplar de su maletín de cuero y entregó a R. En él quedaba constancia de la
revolución agrícola llevada a cabo en el decenio de los años veinte en la
comarca alta de Zywiecz de la Polonia septentrional, por su padre, un
agricultor salido de la nada que se hizo a sí mismo y alcanzó las más altas
cotas de perfección en su especialidad, cuyos métodos y fórmulas de trabajo y
producción infalibles él ha heredado, asumiéndolas como si fueran suyas,
interviniendo en ellas de manera cautelosa, con el mayor de los respetos hacia
la obra de su padre, solo introduciendo con mucho tacto y cuidado la nueva
tecnología en materia agrícola y una política de contratación de personal
administrada por el más cualificado grupo de profesionales de Recursos Humanos
que se pueda encontrar en la actualidad, etc, etc, etc. Cuando, tras varias
horas, el agricultor polaco dio por terminada la exposición de su propuesta se
generó el consabido y tópico silencio de veinte segundos en el que todo lo
dicho se condensa en una abstracta pregunta, a la que R. contestó
sencillamente, no. Y se levantó.
La idea de aniquilación de Altensam iniciada por el padre
de R. tenía en el propio R. un firme seguidor. Altensam sería vendida sí, pero
no al agricultor polaco cuyos éxitos agrícolas expuestos en su libro lo hacían
un candidato a descartar precisamente por su solvencia que, indudablemente,
haría renacer las tierras de Altensam, le daría la prosperidad hacía años
perdida. Altensam, definitivamente, sería malvendida y el montante recibido iría,
como ya había planeado R., a los ex presidiaros de la cárcel del distrito, a
ellos y a los propios presidiarios, según R. la gente sobre la que el Estado
había ejercido la mayor presión, los más desfavorecidos, los más desamparados.
El agricultor polaco, no insistió, le ofreció la mano a
R. pero éste le negó el saludo. R. no tuvo la deferencia de acompañarlo a la
puerta. Dejó caer “La agricultura en Polonia” sobre la mesa y observó como el
polaco tenía dificultades para abrir la puerta. Tras varios intentos fallidos
el agricultor se volvió para mirar hacia el lugar en el que estaba R., no
obtuvo de R. el más mínimo movimiento esperanzador. Lo intentó de nuevo, sin
lograr el resultado deseado que su nerviosismo creciente lo hacía cada vez más
inalcanzable. R., inmutable, sumido ya en las sombras del salón, dejaba hacer
al hombre. El polaco miró a su alrededor y probó salir por una ventana, accionó
los pestillos pertinentes que debían abrirla pero, quizá, por los años de
abandono que había sufrido la mansión de Altensam, el mecanismo estaba oxidado,
inservible. Apenas quedaba ya claridad del día que entrara por las ventanas,
mientras la silueta negra de R., inamovible, se disolvía en la inminente
oscuridad total.
022. Los escritores 2 (la versión del autor)
Odio
en grado sumo a los escritores, y la sabiduría
que con esa práctica administran. Escoria humana. La escritura es un
subterfugio rastrero para destacar sobre los demás. El escritor trapichea con esa
falsa sabiduría adquirida mediante la lectura (si esa sabiduría es auténtica ya
es un ser absolutamente perdido), en un posicionarse por encima del otro (está
mejor valorado socialmente un escritor que aquel que no lo es, claro que esta
valoración la hacen los propios escritores), que sí, que esa pelea es
humanamente lícita, pero el escritor común no sabe esto, se engaña creyéndose
un alma que habita las praderas frondosas del conocimiento de la existencia del
ser humano de forma desinteresada, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar
que en la adquisición de saber hay claros signos, sino únicos, de egoísmo con
el fin de quedar por encima del otro, y poco más. Engaño que para el escritor
es totalmente necesario para poder sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese
apósito que es el saber que le proporciona la escritura está perdido, vulnerable
ante el otro. El escritor lo es también porque tiene miedo a ser despreciado,
arrastra ese temor, y mediante su gestión de saberes, acumulación de
información, está pidiendo indulgencia. Presenta sus credenciales y ya sabemos
que no pertenece a la chusma, es un hombre cultivado.
El
escritor es incapaz de un intercambio de datos emocionales sin esa capa presuntuosa
de lo intelectual, no conoce, no sabe que es más que suficiente una sabiduría simple,
funcional y aséptica, no adquirida en los libros sino en la calle, para
contraer con el otro un eficaz trato humano, ese prurito sabiondo es un añadido
molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá incómodo
ante ese hombre cultivado, el desagradable y siempre un punto engreído escritor.
El
escritor, tan centrado en gestionar sin fisuras su saber tramposo, su base de
datos, la información es poder, tan absorto en mantener las constantes
persuasivas de la sabiduría postiza que le da sus lecturas, con el fin de que
no se le escape la presa, sobre la que tiene que predominar, tan pendiente de
ese ejercicio, sin importarle afectivamente nada el otro, que ese otro es solo
un objeto que le va a proporcionar un estatus superior, es la versión ruin y
cobarde del lector. Para llegar a ser el intelectual que se expresa mediante la
lectura, estatus que el escritor anhela secretamente, a veces tan secretamente
que no sabe que lo anhela, no le alcanza para ello el talento y tiene que
conformarse con las cagaditas de la escritura: el escritor común es un lector
en diferido, postura acomodaticia. Un poco de psicología evolutiva nos diría
que al escritor, con el tiempo, se le va agriando el carácter, convencido de
que su conversión a lector ya nunca se producirá por falta de talento, se
sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el escritor que siempre ha sido
(seguramente un mal escritor; abundan más de lo que pueda parecer), ¿qué otra
cosa puede hacer? Aun así, la actividad escribidora, las más de las veces, es
la puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza siendo un
escritor de textos de esos que “hay que escribir” para conseguir entrar
tímidamente en esa mafia que se llama intelectualidad, más tarde, para no
perder esa posición conseguida uno acaba escribiendo lo que no está escrito, no
vaya a ser que no estés al día y eso te deja en muy mal lugar, y se acaba dando
consejos a los amigos lectores que tú consideras que están por debajo de tus
posibilidades y les recomiendas lecturas, incluso escribes algún articulillo
planteando los arcanos narratológicos de esta u otra novela. Todo por ir
reafirmando tu posición de hombre o mujer de interés intelectual. Sí, sí, la escritura
es imprescindible para triunfar en esta vida, para obtener una posición de
valor en tu círculo. Y triunfar ya sabemos lo que supone, y significa.
Hay
escritores que sustentan moralmente sus textos en ideas filantrópicas:
comprender la existencia del mundo y hacérsela ver desinteresadamente a sus
semejantes, dar consejos a través de citas famosas, la escritura nos permite comprender
los mecanismos que hacen funcionar la familia, la sociedad y así ser más
comprensivo con ellas, etc. Claro, el escritor no podrá reconocer nunca su
egocentrismo silente, la verdadera función de sus saberes adquiridos estriba en
que es un medio al servicio de su egoísmo para ser mejor que el otro; si así
fuera, si descubriera la naturaleza de su obsesivo e innecesario almacenamiento
de saber quedaría al descubierto, quedaría solo ante su mediocre monstruosidad
que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no
quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento
que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente
mantiene oculto en las mazmorras de su ser. La escritura le ayuda a ocultarse
de sí mismo.
La
sabiduría que proporciona una actividad escribidora enmascara al monstruo. Otro
día hablaremos de los patinadores.
023. Después de mi muerte
Después de mi muerte repentina quedaron varias
cuestiones pendientes. Ya me encontraba bien, parecía que había superado mi
enfermedad. Me habían dado el alta y poco a poco había vuelto a retomar las
actividades que por el malestar y la desgana que produce la enfermedad había
abandonado. Me di ánimos y acometí la tarea de solucionarlas.
Comencé
por ir a un taller de carpintería para que me arreglaran la puerta corredera
del cuarto de baño, que desde hacía años estaba estropeada y en cuanto el
empuje ejercido sobre ella para cerrarla o abrirla era mínimamente violento o
brusco, las dos pequeñas ruedas que hacían posible el deslizamiento se salían
del riel y la puerta quedaba varada a mitad de camino y se hacía muy
dificultoso abrirla o cerrarla. Había que desmontarla, colocar las ruedecillas
sobre el riel y montarla de nuevo.
Eso fue el pasado lunes dos de octubre. A las cinco
de la tarde. El carpintero me tomó la dirección y me dijo que en un par de
días, tres máximo, iría a casa para ver la puerta. Pero pasó la semana y el
profesional no apareció. Mi muerte se produjo el lunes siguiente, es decir, el
nueve de octubre. Pues el carpintero apareció por casa el miércoles once, a eso
de las cinco y media de la tarde. Pulsó el timbre varias veces y nadie le
abrió, sólo los ladridos muy apagados de mi perro le dieron la certeza de que
en la casa no había nadie. Y se fue refunfuñando. Seguramente habría memorizado
mi cara el día que fui a contratar sus servicios y ahora, al alejarse de la
casa, la habría visualizado, una cara viva, para tenerla como referente de su
queja.
También ese lunes dos de octubre, después de ir a la
carpintería, al volver a casa, me preparé un té y me puse a navegar un rato por
el Facebook. Dio la casualidad de que encontré por terceros a un viejo amigo al
que hacía mucho tiempo que no veía, quizás veinte años o más. Andrés Sampablo,
que se había ido a vivir fuera y ahora, después de muchos años, había vuelto a
la ciudad. Le mandé un mensaje, un saludo, y me dijo que a ver cuándo
quedábamos, y le dije que cuando quisiera. Ahora estoy de viaje, llego la
semana que viene, el domingo quince, podríamos vernos por la tarde. OK, le
contesté, y quedamos a las siete en la Plaza Fariñas.
El martes diez de octubre, a las once y pico de la
mañana, el cartero depositó en el buzón de mi casa un paquete que contenía dos
libros. Había hecho el pedido el sábado anterior a través de Amazon y pagado
con Paypal. Después de haber estado sin leer durante unos meses, ahora había
recobrado las ganas de nuevas lecturas. Estuve toda la tarde del sábado
decidiéndome por qué libros comprar, no me fue fácil porque no daba con qué
tipo de literatura debía volver a la lectura, estaba muy desorientado. Por fin
me decidí por dos novelitas ligeras de género de la editorial Cerbero, me dije
que para abrir boca, lo que significaba que había un proyecto, que después de
esos libros vendrían lecturas más complejas, pero que debía ir poco a poco.
No fue hasta el día catorce, sábado, a primera hora
de la mañana, que vinieron a casa a recoger al perro. A nadie le dio por pensar
en él. Con el ajetreo de la incineración y demás trámites que acarrea la muerte
no habían reparado en que mi perro estaba en casa, abandonado, sin comida y
haciendo sus necesidades en la terraza. Fue el marido de mi hermana el que lo
recogió. El perro, seguramente, cuando oyó las llaves en la cerradura y el
abrirse de la puerta creyó que su amo había vuelto por fin, y se puso a dar
saltos esperando verme aparecer, pero al no ser así la alegría quedó rebajada a
un movimiento casi forzado de la cola.
Los sábados por la mañana acostumbraba tomar un café
en la cafetería Patricia, allí leía por encima El País, con atención especial
hacia el suplemento Babelia que siempre me defraudaba. Al terminar acudía a la
librería Rosi y echaba la quiniela y una apuesta para el Gordo de la Primitiva,
y comprobaba lo que había jugado la semana anterior, siempre lo hacía así, así
que siempre me pasaba una semana con los boletos en la cartera sin saber si me
habían tocado. Lo más que llegué a percibir como premio fueron 240 euros por la
apuesta del Gordo, hacía al menos ya dos años de eso, después un premio de
siete euros y de vez en cuando tres euros. También hice eso el sábado siete.
Recuerden que mi muerte se produjo el lunes nueve. Así que guardé los boletos
en mi cartera, como era costumbre. La cartera, al llegar a casa, la dejé en un
mueble que hay en el salón, a la vista, también como siempre.
El martes diez, a eso de las seis de la tarde, mi
vecina me llamaba desde su terraza, colindante a la mía: ¡vecino!, ¡vecino! Se
negaba, no sé por qué, a llamarme por mi nombre, después de más de diez años de
vecindad y trato. Acudió mi perro que echó las patas delanteras sobre la
muralla de separación y se dejó acariciar por ella. Ve a llamar a tu dueño,
anda, ve y dile que venga, y el perro movía la cola pero no se apartaba de la
muralla, reclamando cariño a la vecina. La cuestión era que había quedado en
ayudarle a instalar las cuerdas de un tendedero nuevo que había comprado hacía
unos días y yo me había comprometido a llevar mi taladro y ponerlo juntos.
Por fin, el domingo quince mi hermana y su marido,
los acompañaba mi perro, llevaron mis cenizas a la playa, lo hicieron muy
temprano para evitar la curiosidad de los paseantes más madrugadores. De vuelta
no sabían qué hacer con la urna cineraria y la arrojaron a un contenedor de
basura. Al día siguiente, lunes dieciséis, mi hermana vino a mi casa para echar
un vistazo, subió al dormitorio, abrió las puertas del ropero y pensó qué
podría hacer con toda mi ropa. Tuvo la delicadeza de pasar suave la mano por la
manga de una mis chaquetas, y creo que sintió por unos segundos un vacío
infinito al confirmarse de manera rotunda que ya no volvería a verme nunca más.
Bajó al salón y se sentó en una silla, miró alrededor, lo hizo muy lentamente,
fijándose con atención en cada cosa que miraba, el mueble en el que estaban las
medicinas y en la balda de arriba una bandeja con las llaves, un bolígrafo,
etc, y al lado la cartera…, en la pared opuesta una estantería con cedés y
figuritas…, se levantó con decisión y fue hasta la cocina, de allí cogió el
saquito de cereales de mi perro, salmón con vegetales. Y salió de casa.
024. Siete caballos vienen de Bonanza
En un momento ocurre simultáneamente todo lo que es
posible que ocurra. Pongamos como ejemplo un momento al que llamaremos minuto,
y que se encuentra ubicado en el año 2018, el mes de febrero, el día 15, la
hora 13, el minuto 25. En los sesenta segundos que dura ese minuto, en la
Tierra ocurre todo lo que es posible que ocurra.
En
ese minuto mueren hombres, animales, plantas…, miles de cada uno de ellos.
En
ese minuto miles de mujeres son penetradas por falos sintéticos y humanos,
hombres que besan apasionadamente a hombres, y cientos de ellos son
fotografiados, tríos, camas redondas…
En
ese minuto se consuman millones de transacciones bancarias. Personas que eran
pobres alcanzan lo que se llama riqueza, familias que tenían una casa son
desahuciadas. Los niñatos de Wall Street se preparan para decidir sobre
nuestras vidas, y los de la City ya están en ello, mientras el ganadero, ese
gallego propietario de una sola vaca, rechaza una oferta suculenta y
neoliberal. Los dueños de Uralita. El asbesto instalado en los pulmones de los
trabajadores. Todo en ese minuto, y en la universidad sin hacer nada al
respecto, formando operarios para el sistema. ¡Sistemón! Y todavía hay gente
que cree que la Cultura nos va salvar. Otro relato caído.
En
ese minuto en alguna parte del mundo un delantero centro marca un gol, una niña
en un patio de recreo encesta una canasta, mientras su padre trabaja y su madre
se divierte con el butanero. También se da a miles el caso contrario: un marido
en paro se tira a la vecina mientras en unas oficinas de Tokio alguien está
fumando un clandestino cigarrillo en el servicio de caballeros, mientras tanto
el Ártico se derrite y a miles de personas les va la vida de puta madre y
tantas manos como miles accionan el interruptor de la luz, mientras el chulo del
barrio le pega una paliza a su parienta delante de los niños chicos, y en
millones de hogares, en ese minuto alguien tira de la cadena del wáter y otros
blasfeman con razón y cortos se quedan. ¿Y M punto Rajoy?, ¿qué estaba haciendo
ese mamonazo en ese minuto 25 de la hora 13 del día 15 de febrero de 2018?
En
ese minuto la Guerra está siendo alimentada por la industria armamentística sin
descanso. Al menos una bala del calibre que sea habrá perforado la piel de
quién sabe quién, habrá traspasado o perforado un órgano vital y habrá salido
esa bala ensangrentada de ese cuerpo que cae, mientras su alma se eleva y va al
lugar al que van las almas, después de remar y remar hasta la otra orilla.
Todo
simultáneamente.
Han
nacido niños en ese minuto, y en cientos de mataderos se habrá asestado un
martillazo certero sobre la tez de un ternero al que se le nubla la vista y
cae, a la vez que en un sótano de Ciudad de México un cuerpo atado a una silla
sangra y desfallece. Accidentes laborales. Y en cientos de puntos del Planeta,
en ese minuto, gente llorando, médicos dando malas noticias, y buenas, y la
industria farmacéutica frotándose las manos y los lingüistas mosqueados porque
en ese minuto se han dicho y escrito millones de varvaridades lingüísticas,
balga la reluctancia.
En
ese minuto alguien estaba leyendo “Tiempos difíciles” de Charles Dickens, o “La
temperatura” del gran escritor linense, ajeno a aquello que estuviera
ocurriendo a los niños que habitan los panteones abandonados del cementerio más
grande del mundo, que es el de El Cairo, según nos cuenta Bueso, mientras, a su
vez, iniciaban su pudrición los enterrados recientes.
Y
el hijoputa de Trump, y tantos como él, Lagarde, por ejemplo, existiendo,
respirando a lo largo de ese minuto, y los ciegos en su minuto de oscuridad, y
cada hombre en su noche.
En
algún lugar alguien estará consumiendo un pitagol caducado, lo chifla, a la
sombra del muro de un psiquiátrico. Todo esto es posible en este minuto que se
está haciendo eterno, porque lo eterno puede estar contenido en un instante. ¿Y
los algoritmos? Y, ¿cómo se llama eso que extraen en Nigeria y que hace
funcionar el teléfono móvil?, ¿cuánto se ha extraído en ese minuto? ¿Y cuántas
veces en ese minuto habrán hecho la vista gorda los llamados cuerpos de
seguridad de nuestro querido planeta azul? ¿Cuántas cuerdas de guitarra
eléctrica habrán saltado bajo la presión desmedida de la púa en ese minuto
congelado para siempre?
Y
va uno y le dice: ¡no puedo!, ¡no puedo!, ¡jarrrrl! eres un fistro de la
pradera… siete caballos de Bonansaaaa...
Y tantos recuerdos implantados.
¿Qué
estábamos haciendo cada uno de nosotros en ese minuto? Fuera lo que fuese,
formábamos parte de ese pendular inextricable de la existencia, me susurra
Chiquito.
025. Isabel Gómez-Acebo
Ya casi no veo El Intermedio, lo he cambiado en los
últimos tiempos por First Dates, que lo dan a la misma hora; sigo disfrutando
cada tarde, mientras meriendo, de un buen rato de Salvados y hago lo posible
por ver algunos resúmenes de Gran Hermano Vip; deseando también que llegue una
nueva temporada de ese lujazo de reality que es Gypsy Kings. Valga esta
entradilla como advertencia de que yo, Miguel Guerrero, no debo ser tomado por
un narrador fiable, (cómo podría serlo con estos gustos culturales tan fuera
del ámbito de lo correcto y con una idea estética y ética tan fuera de la
dictadura y concepción del arte dominante a la que seguramente prestarán
pleitesía la mayoría de los lectores, entre ellos algunos pijos de la cultura,
presumo, que tendrá este texto) y que lo que relate a continuación, y ya que
estamos, valga la misma consideración hacia todo lo que he escrito, y quizá,
quién sabe, hacia lo que escriba en el maldito tiempo que me quede, tampoco
esté sometido a fiabilidad.
El
caso es que ayer, zapeando un poco, me encontré con la entrevista que la
Sabatés, de El Intermedio, le hacía a Isabel Gómez-Acebo, teóloga, (la teología
es una de las ramas de la literatura fantástica menos tenida en cuenta,
injustamente) y claro, a las primeras palabras que la señora dijo me quedé
prendado y me apalanqué en el sofá con interés supino y aplaudiendo de forma
silente, con el pathos subido hasta las orejas, la intervención de Isabel. Todo
lo que dijo es muy razonable y creo que los católicos de bien deberían estar
orgullosos de tener entre sus filas a personas como ella, no como otros, que
quieren una Iglesia como dios manda, no la que hay ahora. Yo no tengo demasiado
interés, o casi ninguno, en la mejora de la Iglesia Católica (hablo siempre de
la institución, que me parece perversa, no de las personas de a pie que
profesan sus creencias de manera sana y personal, y que tienen su punto, sino
lean a Carrere y entenderán qué les digo), ningún interés, digo, en esa mejora,
que si se produce será milagrosamente, yo no lo veré, pero si se produce, bien
venida sea. El ideal sería la desaparición de la Institución, (nunca de manera
violenta, una desaparición por inanición de ese constructo ya caduco, y que el
cuerpo católico institucional suba al cielo de la manera más poética posible),
sin que ello suponga la desaparición de las creencias y que estas se
desarrollen fuera la Iglesia, insisto, la Institución.
Solo un pequeño “pero” al excelente decir de Isabel
Gómez-Acebo: la periodista le pregunta por el machismo o misoginia en la
Iglesia, y ella contesta que la Iglesia ha sufrido el machismo desde siempre
como cualquier otra institución, que el machismo ha estado en todos los ámbitos
de la vida y la Iglesia lo ha padecido como todos. No es así. La Iglesia no ha
sufrido el machismo, ha sido uno de los productores de machismo, quizá el que
más, que ha soportado siempre la sociedad y a día de hoy abundan en ello. Una
mujer tan inteligente y sensible como Isabel debe saber esto, pero quizá debido
a la urgencia de contestar de manera resumida (problema gravísimo que genera el
medio televisivo), o a que la entrevistadora (excelente también en su
moderación y respeto) no tuviera en su guion la aclaración de ese matiz, se
produzca esta incompletitud en el relato. De alguna manera, ningún narrador es
fiable stricto senso, tampoco hay que exigírselo a Isabel.
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