sábado, 21 de octubre de 2017

                                                                                                                                       APRETAR EL GATILLO
Miguel Guerrero
 
 
 
Índice                                                                                                                                                      

001. Apretar el gatillo 002. Los amables 003. Matar a gente 004. Halloween, Papá Noel y otras invasiones 005. Los toros bravos 006. Sensación de límite 007. Accidente aéreo 008. Funciones ideológicas 009. Sobrevivir 010. Lo real 011. Juanjo Trujillo: Alcalde 012. Los lectores 013. Los escritores 014. Eterna penumbra de la mente Simpson 015. El camarero 016. Belén Esteban 017. Barbarie 018. Las gafas 019. Los mejores libros, según Luke Branded 020. El Show de Darwin  021. La agricultura en Polonia 022. Los escritores 2 (la versión del autor) 023. Después de mi muerte 024. Siete caballos vienen de Bonanza 025. Isabel Gómez-Acebo

 
 
 
001.  Apretar el gatillo
 
El jefe de una banda de atracadores de joyerías tiene como norma indiscutible que las pistolas no deben estar cargadas a la hora del atraco; solo deben ser utilizadas de manera disuasoria, como hicieron en sus comienzos los Pink Panthers, una banda de referencia para el maniático jefe. Algunos de los miembros de la banda protestan esta decisión y dicen sentirse más seguros con el arma cargada, prometen al jefe que no serán disparadas, bajo ninguna circunstancia. Les argumentaba el jefe contra esto que nadie está capacitado, llegado el caso, para refrenar el impulso de apretar el gatillo, que el yo sanguinario, más ágil, o la necesidad de reconocimiento social, o la urgencia de preservar la vida, tienen el don de la anticipación, que eso no es un gesto sujeto a la voluntad ni a la educación, sino un automatismo que salta sin posible sujeción. Apretar el gatillo no es un gesto propio abarcable, ese acto es culpa y resultado de una confabulación que se nos presenta misteriosa, lejos del alcance de nuestro entendimiento, puntualiza el jefe.                                                                                                                                                   Personajes famosos de gatillo fácil ha habido muchos. Billy el Niño pasa por ser uno de ellos. Murray Flynn, un ayudante de sheriff ilustrado, años después de la muerte del bandido escribió una pequeña pero quizá la más acertada y veraz biografía del famoso pistolero, según exégetas del personaje. Billy el Niño escapó de la vigilancia de Murray cuando este hacía guardia junto a la celda en la que estaba detenido, en la mísera población de Tascosa. Pero durante esa noche blanca Billy y Murray mantuvieron una extensa conversación. Murray cuenta en su biografía que el Niño le había confesado que realmente no era él el que apretaba el gatillo, o mejor dicho, sí era él el que lo apretaba, claro, pero el movimiento de su dedo sobre el gatillo se producía antes de que su voluntad de disparar hubiera iniciado su recorrido. Billy le dijo que en las prácticas que hacía con latas su habilidad para desenfundar, apuntar y disparar no se le daba nada mal y el nivel de puntería tan alto que durante un periodo de tiempo, meses, su infalibilidad llegó a ser absoluta. Pero cuando se enfrentaba a un hombre la mecánica del disparo adquiría una agilidad fuera de lo humano, el desafío vital que supone enfrentarse a un peligro extremo activa lo atávico que anida en nosotros y produce acciones de alto rendimiento. Billy decía que apenas había tenido que haber visto a su adversario: fotografía instantánea de la situación, recogida de datos de esa situación y estos procesados a altísima velocidad en su mente, o cerebro, para que todo el proceso: desenfundar, apuntar, disparar, (obsérvese la similitud con la idea de Freyrat sobre narrativa de principio, nudo y desenlace) ya se hubiera activado en ese orden y, en menos de un parpadeo, ejecutado.
        Murray pensó que Billy estaba cayendo en la modestia del héroe.                                                       –Entonces, –le preguntó Murray–, usted no es ese hombre distante y calculador que mata a sangre fría, y casi con placer como he oído por ahí.                                                                                       –No se confunda, todo eso que dicen es cierto. Pero, para ser justos, el primer impulso no es mío y a él se debe casi toda la eficacia, y el éxito. Todo lo que viene después está bajo mi responsabilidad, sobre todo, después de haber recapacitado en esta simple idea: si soy consciente de cómo se produce este mecanismo está también la posibilidad de evitarlo. Y no lo hago. Me aprovecho de ese don para sobrevivir en este entorno hostil.
Así que, les dijo el jefe a sus pistoleros después de contarles la historia de Billy el Niño: ni siquiera siendo conscientes de cómo se organiza la génesis de un gesto, ni siquiera eso nos da garantías de ser capaces o querer evitarlo.
 
 
 
002. Los amables
 
Odio en grado sumo a la gente amable, simpática. Escoria humana. La amabilidad es un subterfugio rastrero para conseguir el favor del otro. El amable trapichea con sonrisa falsa (si la sonrisa es auténtica ya es un ser absolutamente perdido) en un intercambio mercantil de afecto, que sí, que ese intercambio es humanamente lícito, pero el amable común no sabe esto, se engaña creyéndose un alma que habita las praderas frondosas de la bondad desinteresada del ser humano, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar en su sonrisa signos de egoísmo. Engaño que para el amable es totalmente necesario para poder sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese apósito que es la amabilidad está perdido, vulnerable ante el otro. El amable lo es también porque tiene miedo a ser castigado, arrastra una culpa, y mediante su amabilidad está pidiendo indulgencia.
Incapaz de un intercambio de datos emocionales sin esa capa babosa de la amabilidad, no conoce, no sabe que es más que suficiente una cordialidad invisible, funcional y aséptica, para contraer con el otro un eficaz trato humano, la amabilidad es un añadido molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá incómodo ante el amable.
El amable, tan centrado en gestionar sin fisuras su amabilidad tramposa, tan absorto en mantener las constantes persuasivas de la amabilidad con el fin de que no se le escape la presa, tan pendiente de ese ejercicio, sin importarle nada el otro, que es solo un objeto del que extraer un beneficio afectivo, es la versión ruin y cobarde del sádico. Para el sadismo, estatus que el amable anhela secretamente, a veces tan secretamente que no sabe que lo anhela, no le alcanza el valor y tiene que conformarse con las migajas de la amabilidad. Un poco de psicología evolutiva nos diría que al amable, con el tiempo, se le va agriando el carácter, convencido de que su conversión a sádico ya nunca se producirá por falta de valor, se sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el amable que siempre ha sido, ¿qué otra cosa puede hacer? Aun así, la amabilidad, las más de las veces, es la puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza siendo amable para conseguir el primer empleo, para no perderlo luego y se acaba siendo presidente del fondo monetario internacional. Sí, sí, la amabilidad es imprescindible para triunfar en esta vida. Y triunfar ya sabemos lo que supone, y significa.
Hay una amabilidad que se sustenta moralmente en ideas filantrópicas: hacer la vida llevadera a sus semejantes, crear un ambiente positivo en la oficina para que su pequeña comunidad laboral funcione, la amabilidad hace que el trato con la familia no llegue nunca a ser conflictiva, etc. Claro, el amable no podrá reconocer nunca su egocentrismo silente, la verdadera función de su amabilidad que es un medio al servicio de su egoísmo; si así fuera, si descubriera la naturaleza de su amabilidad quedaría al descubierto, solo ante su mediocre monstruosidad que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente mantiene oculto en las mazmorras de su ser.
La amabilidad enmascara al monstruo. Otro día hablaremos del gobierno.
 
 
 
003. Matar a gente
 
Se estima que en el año 2050 la población mundial será de diez mil millones de almas, (para entonces yo habré muerto y no formaré parte de esa estadística). La mayoría de ellas vivirá en la miseria. Y esta miseria provocará tantos conflictos que la vida tal y como la conocemos será casi imposible. La muerte, para muchos, será una bendición. Esta es la tesis que subyace casi clandestinamente en el libro de Stephen Emmott llamado Diez Mil Millones.
            Ante esto se impone una lógica: matar a gente.
            De eso se trata. Mi compañera y yo salimos a la calle y nos cargamos, a nuestro antojo, lo que primero se nos pone por delante porque hemos sido incapaces de determinar qué individuos deben permanecer o desparecer. No hay manera de objetivar una selección en función de unos miramientos morales, económicos, etc. A nosotros nos ha sido imposible engañarnos. Yo quería empezar con los intelectuales y con los pijos de la cultura y ella, más sabia, decía que le daba igual, que si acaso con los políticos, por decir algo. Como estábamos en un callejón sin salida, estuvimos varios días sin actuar, retrasando nuestro proyecto, dándole vueltas a la cabeza. Hasta que me dijo ella: Podríamos empezar por nosotros: tú me apuntas a mí yo te apunto a ti contamos tres dos uno y apretamos el gatillo. Coño, dije. Y eso hicimos. Nos apuntamos y al disparar las armas se quedaron encasquilladas, no sé si se dice así, encasquilladas. Creímos ver en esto una señal, y así nos lo dijimos: Esto es una señal. A partir de ese momento revisamos todo nuestro armamento, nos deshicimos del defectuoso, etc. Dejamos a los dos niños pequeños con los abuelos y salimos a hacer nuestro trabajo.
A estas alturas ya muy poca gente se escandaliza de nuestro quehacer diario, han entendido nuestra tarea como un servicio humanitario inaplazable. Algunos hasta han pedido ser ellos los aniquilados ese día, como si ya les tocara, algunos son suicidas en potencia sin el valor necesario, a estos no les hemos hecho caso, al decidirnos por otros han protestado, decían sentirse ninguneados. Había un grupo de ejecutivos que, entre las diez y media y once, acudía a la plaza, sabedores de que era muy posible que pasáramos por allí, ofreciéndose a ser matados. Pasamos de los cinco ejecutivos y matamos a dos policías que trataban de dispersar a más gente que, junto a los ejecutivos, se estaban posicionando de manera bien visible para ser tiroteados, se empujaban unos a otros para acaparar el lugar que creían más propicio para ser aniquilados. La gente siempre tan egoísta. La gente se pirra por ser matada. Le pedimos tranquilidad. A todos les llegará su hora.
¿Que por qué no nos detienen? El Gobierno es el primer interesado en que esto suceda así. Hagan cuentas: menos paro, menos pensiones, para el Estado un individuo es una carga. El Gobierno es experto en mirar hacia otro lado. Qué les voy a contar.
El libro de Stephen Emmott se despide así:
“Pregunté a un científico, de los más racionales y brillantes que he conocido, un científico que trabaja en este campo, un científico joven, un científico de mi laboratorio, qué haría si solo pudiera hacer una cosa para remediar la situación en que estamos.
¿Saben qué me respondió?”
“Enseñar a mi hijo a usar una pistola”.
 
 
 
004. Halloween, Papá Noel y otras invasiones
 
…y qué es nuestro, estrictamente hablando, si la DEMOCRACIA nos viene de la Grecia antigua, el cristianismo lo inventaron unos protohippies creo que por Judea y hasta que no tuvo éxito en Roma no fuimos capaces de admitirlo como animal de compañía (aun así, seguramente los habitantes de aquel momento en la península pusieron toda la resistencia de que fueron capaces a admitir aquella religión que venía impuesta por el Imperio), y hasta hace dos telediarios éramos los más católicos del mundo junto a Irlanda y Polonia. ¿Y el fútbol? Un implante indoloro inglés en nuestra piel de toro. Nos podemos poner estupendos y decir que nuestra lengua, este castellano evolucionado o cambiado de hoy (ya no es lo que era, dirá un nostálgico), proviene del latín. Y para ponernos serios ya del todo: nosotros mismos, los habitantes de Europa somos todos inmigrantes, si hacemos caso a la idea antropológica de que los homínidos, o lo que sea que fueran, partieron de ÁFRICA en busca de mejores condiciones para la vida, una caprichosa movilidad exterior de aquellos primeros jóvenes aventureros, y llegaron a nuestro continente con sus inestables pateras, ¡y aún no han dejado de hacerlo los muy cabezones, por más concertinas que le regalemos como prueba de amabilidad hospitalaria! Los árabes estuvieron aquí ocho siglos, día arriba día abajo, y nos dejaron rasgos faciales y gastronomía, y algunas cosas más. ¿Son nuestros los polvorones de Estepa? Mi generación, la primera seriamente perdida, influida por ese aparato infernal que venía de yanquilandia, la TELEVISIÓN, casi nos mata, la puntilla a lo “auténtico”, tan venerado por los puristas. ¿No es verdad que el mundo es peor y que los españolitos hemos perdido mucho desde que fuimos educados con las imágenes de fondo de los Picapiedra y Bugs Bunny, La juventud baila y Perdidos en el espacio?
            ¿Qué me dicen de Papá Noel versus Reyes Magos? ¿Acaso Melchor era de Chinchilla, Gaspar quizá de Murcia, Baltasar (el negro se menciona y va siempre el último) se nacionalizó español en Tarifa, después de cruzar el Estrecho?
¿… y el rock and roll?
            Etcétera, etcétera, etcétera. (Piensen lo que cabe en estos tres etcéteras).
Y es que ese miedo y desprecio al OTRO y a lo otro, ese terror ancestral a lo que viene de fuera, a lo nuevo también, esa novofobia, esa manera de vivir a la defensiva, dice mucho de nuestras inseguridades, de la poca confianza que tenemos en nosotros mismos, de nuestra escasa capacidad para afrontar y solventar con éxito situaciones imprevistas, de ser valientes, y solidarios, desde la inteligencia.
            Los puristas, o los irreflexivos (los españoles de verdad ¡coño!), reniegan de la implantación de la fiesta de la Noche de Halloween, no vaya a ser que los niños, divirtiéndose de esa manera tan poco patria, pierdan la esencia de lo español. Si es que alguna vez tuvimos esencia, si la esencia sirve para algo… más que para, repito, sustentar posturas insolidarias y reaccionarias, enmascarar nuestro miedo, y más cosas.
 
(Si encuentra usted diez características autóctonas, sin dudas ni mezclas, propias, le daremos de regalo un plasma TX22 de última generación tecnológica; eso sí, importado de la Alemania de Merkel, porque seguramente usted lo preferirá a uno de fabricación casera).
 
 
 
005. Los toros bravos
 
Los que estábamos más cerca pudimos ver cómo en la plaza de la Constitución, junto a la fuente, se formó de la nada un toro bravo, negro reluciente, lustroso. Empezó apareciendo solo unas pocas partículas que se fueron multiplicando, muy lentamente al principio. El prodigio nos tenía paralizados a los que, a pocos pasos, nos encontramos con él, ni siquiera nos miramos los unos a los otros, la mirada fija en cómo las partículas iban apareciendo, juntándose, de menos a más y el último paso hasta configurarse el toro fue visto y no visto. Y el toro ya hecho miró a su alrededor y empezó a comportarse como un toro bravo. Se lanzó hacia delante con potencia, los que estábamos tan cerca de él quedamos atrás de inmediato y vimos los cuartos traseros del toro avanzar y a este arremeter contra personas y mobiliario urbano; resbaló, cayó, se incorporó, se dio media vuelta y avanzó hasta donde nos encontrábamos, para cuando el toro llegó ya estábamos tras unas barandas y a salvo. Pero los transeúntes que venían de frente y no se habían percatado de la situación eran un objetivo claro para la fiera que se llevaba por delante todo lo que salía a su paso. La cosa duró menos de diez minutos. Para cuando el toro se desvaneció, se fue tal como había venido, desapareciendo partícula a partícula en la nada de la que había surgido, y es que la nada, cada vez me resulta más evidente, está llena de todo. Había acabado con la vida de más de doce personas que, empitonadas o golpeadas, se desangraron rápidamente en el suelo de la plaza; algunos heridos, pocos, y gente expectante y no creyéndose lo que veía, apostados tras las barandas, setos y arbustos de la zona ajardinada, vivimos una experiencia hasta ahora sin explicación.
            Solo horas más tarde supimos que la misma situación se había producido en distintos puntos de la ciudad. Y todas esas apariciones de toros bravos negros, enormes, se dieron a la misma hora, entre las doce y doce y cinco, y el tiempo que las bestias tuvieron para arremeter contra las personas y todo aquello que saliera a su paso fue en todos los casos de diez minutos. El número de muertos ascendió a setenta, el de heridos alrededor de ciento veinte. Los toros aparecidos fueron siete, que se sepa. Un señor vio el fenómeno desde la ventana de su casa, sita en la calle Galileo, detrás de la cual solo hay un descampado endémico y de varias hectáreas de extensión, allí vio el hombre cómo a escasos veinte metros de donde se encontraba se formó el toro y este corrió por ese descampado sin nada contra lo que arremeter, corrió primero en dirección contraria a la casa, el señor vio cómo se alejaba, creyó que estaba teniendo visiones, también que la muerte venía a por él, el toro desapareció de su vista y volvió a aparecer, esta vez corriendo en dirección a su casa, justo se dirigía a la ventana desde la que él miraba. Cuando al toro solo le faltaban dos metros para estampar su cornamenta en la celosía y lanzarse a través de la ventana, esa era su pretensión, se desvaneció en el aire, en medio de su salto ya iniciado. Diez minutos clavados, dijo el señor.
Nadie supo dar una respuesta al fenómeno.
            El profesor G. apuntó que el toro, la lidia, era una creación del subconsciente colectivo de un pueblo que necesita un castigo, una llamada de atención. Pero si era así, matizó, de nada serviría porque ese pueblo está tan sometido, tan alelado, alienado, depauperado, que no se daría por aludido, no alcanzaría a captar la indirecta. No dijo nada más. Si pueden hablen ustedes con él porque sobre esto tiene más que contar.
 
 
 
006. Sensación de límite
 
A principios de los años setenta, “un agregado científico en una de las principales embajadas de Washington, ante los informes de que se había producido un fragmento de gen sintético en un laboratorio”, exclamó: “¡Es el principio del fin!”
            Más allá de que la reacción del agregado científico pueda ser una objeción personal y aislada a un acontecimiento puntual, debemos entenderla como expresión y sentir muy generalizado, ese miedo a la pérdida de valores, ese usurpar el papel de dios que no corresponde al hombre en tareas propias del creador, ese traspasar la línea sagrada supone una reacción de miedo ante la cercanía del límite.
            El agregado argumentaba que “A partir de ahora cualquier país pequeño puede crear un virus contra el que no existe cura. Bastaría con un pequeño laboratorio. Cualquier pequeño país con buenos bioquímicos podría hacerlo”. Bien mirado, no le faltaba al agregado razón para tener esa idea del límite y de lo inconveniente que podría ser sobrepasarlo. El agregado desconfía del ser humano, lo sabe malo y teme que la inapropiada utilización de estos avances produzcan los demonios que nos acerquen al borde del apocalipsis. El límite, sin embargo, es una línea que el hombre pone periódicamente un poco más allá. No faltan ejemplos en la historia de límites sonados, como el de que la Tierra es el centro del universo, y ese era el límite que no se podía sobrepasar. La moral y la ética tampoco tienen un límite fijo, inamovible. El divorcio y ser madre soltera son dos cuestiones que han estado durante mucho tiempo más allá de esa raya límite, en cambio ahora son dos temas a los que no prestamos atención.
            El fin del mundo ha sido predicho muchas veces, apocalípticos nunca han faltado. Hay un tipo de apocalíptico que se dedica al menudeo, visiten los tuiters y feisbuc, seguro que encuentran unos cuantos por allí: la última noticia de carácter más o menos grave le sirve para llamar nuestra atención, para poner el grito en el cielo, nos avisan de la inminente catástrofe tras haberse superado un límite, el temor a una tercera guerra mundial, o algo así, siempre merodea bajo esas admoniciones, lo hacen de buen corazón, quieren prevenirnos, en realidad lo que quieren es azuzarnos; no sé, la verdad es que no sé lo que quieren. Pero tengan razón o no me recuerdan a esos predicadores de la biblia que salen en las películas norteamericanas.
Esta sensación de límite parece que acompaña al hombre desde el principio de los tiempos. Nunca es gratuita, hay razones suficientes para el temor, ¿acaso no hay muchos buenos bioquímicos? y ¿no hay también muchos países pequeños? Lo que puede parecernos extraño es que, después de tantos años, no se haya producido el vaticinio del agregado científico, por qué ningún pequeño país lo ha hecho, o un loco malvado como los malos de las películas de James Bond. Quiero decir la creación y expansión de un virus que acabe con la vida en la Tierra, como temía el agregado. ¿O sí se ha hecho pero el intento ha fracasado y no nos hemos enterado? ¿Fue el sida producido en un laboratorio?
Noticias recientes nos hablan de los últimos milagros tecnológicos, (que en cuestión de meses se quedarán antiguos): que un ciego puede recuperar visión en un alto porcentaje gracias a un aparato adaptado a sus ojos; un cuerpo puede ser trasplantado entero a una cabeza; un holograma de Hugh Jackman aparece en un escenario de Madrid para presentar su última película, etc.
 El mundo, que aún está por hacer, no deja de ir desplazando su límite, sine die, a pesar de los riesgos. Más allá de ese límite está la aventura, lo desconocido. Por eso, nosotros, habitantes del mundo, vivimos por contagio esa sensación constante, alertas y a la vez deseosos de cruzar ese límite.
 
 
 
007. Accidente aéreo
 
En el episodio cinco de la segunda temporada de FRINGE, La lógica del sueño, un doctor especializado en trastornos del sueño tiene en fase de experimentación a unos ochenta y dos pacientes, a los que les ha implantado un BIOCHIP junto al tálamo, órgano del cerebro que regula el insomnio y las pesadillas y los procesos del sueño. “Es un interfaz informático cerebral, éste lleva un transmisor que lo hace inalámbrico, puede conectar el cerebro a un ordenador remoto, funciona de forma muy parecida a un marcapasos, controla los ciclos del sueño y cuando es necesario estimula el tálamo induciendo un estado profundo de sueño”, se explica en el episodio. El BIOCHIP va directamente al tálamo que no sólo regula el sueño sino que funciona como un repetidor para el córtex cerebral que también controla la función motriz. Control mental.
            A los pacientes, desde la implantación del BIOCHIP regulador, les va muy bien: duermen toda la noche y todas las funciones del sueño han pasado a desarrollarse dentro de los parámetros de la llamada normalidad. El experimento del doctor Laxmeesh Nayak está siendo un éxito.
            La confianza del doctor en sus ayudantes ha hecho que todos compartan la clave que regula el BIOCHIP, el doctor, buena gente, no duda de la integridad y cordura de cada uno de ellos.
Sin embargo, el MALO de la película es uno de los ayudantes.
A través de esa clave se puede tener acceso a la regulación de ese BIOCHIP implantado en cada uno de los pacientes, de manera que se puede cambiar la intensidad del mismo, desactivarlo, etc. Desde su red informática, el MALO manipula el BIOCHIP de un paciente. Éste empieza a tener visiones terroríficas, se le aparecen sus compañeros de oficina como demonios con cabeza de macho cabrío que él siente como una amenaza para su persona. En consecuencia, perdido el juicio, los ataca y acaba matando a su jefe, golpeándole la cabeza con su maletín metálico.
En el MALO esto supone el inicio de una adicción imparable y acomete otra alteración del BIOCHIP de un segundo paciente. Y de un tercero. Y de un cuarto. Esta cuarta manipulación la efectúa sobre un piloto de aviación. Éste, con la ayuda de su copiloto, se dispone a despegar su hidroavioneta en la que lleva un reducido número de pasajeros. En ese momento en el que el aparato se dispone a realizar el despegue, el MALO manipula el BIOCHIP del aviador. Éste, de menos a más, va sintiéndose mal. Para cuando la hidroavioneta ya ha perdido contacto con el agua, el piloto tiene las primeras convulsiones y visiones: el rostro del copiloto se le aparece sin rasgos. La máquina ha dejado de elevarse lo suficiente y en pocos segundos acabará estrellándose contra unos edificios. El copiloto trata de hacerse cargo de los mandos pero la extrema violencia que ejerce ya el piloto se lo impide; la hidroavioneta está fuera de control.
Sólo la esperada irrupción de la agente del FBI Olivia Dunham y su ayudante Peter Bishop en la sala desde la que el MALO está manipulando la conducta del aviador, y mediante la desconexión de los equipos informáticos que lo hacen posible, consiguen que la función del BIOCHIP quede anulada y el aviador vuelva a la normalidad, justo en el momento idóneo para evitar el fatal accidente. Los tripulantes de la nave respiran hondo. El siniestro aéreo, en esta ocasión, ha sido evitado.
 
 
 
008. Funciones ideológicas
 
Un elemento de signo marxiano como es el económico, entendido como valor materialista que provee a los hombres de los recursos necesarios para adquirir porciones de confort y, en una estructura social como la nuestra, nos da acceso a la dignidad, una mercantilización de la cosa, se ha introducido sibilinamente en un espacio tan conservador e idealista como es el de Semana Santa, tan refractario hasta hace bien poco a la modificación o ampliación de sus presupuestos originariamente rituales, sin que la pertinencia de la entrada de este elemento, el económico, sea discutida, ni rechazada su conveniencia, por la mayoría de sus acólitos, sin que la congregación sufra este factor económico como un cuerpo extraño, una lanza clavada en el costado. El número de puristas debe ser muy reducido, o las voces en contra deben ser susurros apenas audibles, si acaso una queja queda, nunca una protesta. Algo parecido a una resignación escondida tras lo políticamente correcto, una cuestión de tolerancia mal entendida. Tal vez estén muy convencidos estos puristas de la trascendencia y fortaleza de la Celebración como para que ese elemento invasivo la perturbe. Este elemento, sin embargo, es una función con capacidad para modificar, infectar, en definitiva variar, aquel organismo en el que se inmiscuye. Esta función ideológica ha convertido la Semana Santa en un producto más de la sociedad del espectáculo, la ha dejado hueca, la ha convertido en un artilugio lúdico del capitalismo avanzado o tardío. Por fin tiene una utilidad para los hombres, he oído decir.
Otro de esos elementos o funciones ideológicas, el respeto al padre, como autoridad que deviene de unas estructuras sociales verticales, fuertemente militarizas y religiosas, en la que la obediencia se erige como una indiscutible entrega forzada de la subjetividad del hijo a la figura de autoridad encarnada en el padre, se ha atemperado en su lugar tradicional, esto es la relación padre-hijo. El padre padrone ha dejado paso a una dialéctica filial que quiere pertenecer al ámbito de lo amistoso. Pero esa función, bajo una apariencia de elemento débil, se ha instalado de forma incómoda en el llamado mundo laboral y empresarial, agazapada está, a la espera de condiciones sociopolíticas favorables para aparecer en su verdadera dimensión. Si estas no se dan, esa función ideológica no tendrá reparo en desplazarse hacia lugares más convenientes para conseguir sus objetivos. Una función ideológica es un ente activo con capacidad de transformación y adaptación a un nuevo medio.
La felicidad o realización personal es otro de los valores, o función ideológica, que recientemente cambió de sitio. Esta función tenía su lugar natural fuera del mundo laboral, que era entendido y asumido como ese tiempo de vida que el individuo tenía que entregar a la comunidad para su mantenimiento y desarrollo, con unas implicaciones afectivas casi inexistentes. Fuera de ese ámbito correspondía producir eso que se ha dado en llamar realización personal, con unas connotaciones y un contenido de índole emocional adecuado para conseguir que la vida tuviera un sentido placentero y constructivo. No es así en nuestros días, en los que esta función se ha desplazado al ámbito laboral, en él es donde ahora se busca, se persigue y se consigue esa realización personal. El mundo, entonces, nos ha convertido en operarios y a la vez consumidores felices de los placeres que propiamente producimos.
            Estas intrusiones o trasvases de funciones ideológicas hacia otros enclaves, que en principio y de manera indiscutible habían tenido una ubicación y pertenencia casi sagrada a una parcela inicialmente asignada, en las que cumplían su cometido ideológico de manera inequívoca, ahora parecen haber perdido su carácter unívoco y albergar en su seno ambigüedades y polisemias antes ocultas que le permiten asentarse en contextos que anteriormente les estaban negados.
            Las instituciones que tenían la custodia y fijación de estas funciones ideológicas pertenecían a la llamada sociedad de la disciplina, y más tarde la sociedad de control, estas han cedido en su celo de preservación y sujeción y ahora esas funciones se desplazan, se disfrazan y desaparecen a su antojo por los vericuetos de una realidad transformada. Han creado con sus desplazamientos aleatorios e imprevisibles una apariencia de caos, en una especie de torpeza de movimientos primerizos. Es lo que algunos teóricos llaman momento de caos y popularmente se resume en la frase pérdida de valores, lo que no es tal pérdida, sino traslado, deriva, transformación o incluso transvaloración.
            Mientras tanto, esas funciones ideológicas buscan nuevos espacios en los que asentarse. O no. La condición y comportamiento de cada una de estas funciones se ha vuelto arbitrario a nuestros ojos, y una vez liberadas de sus papeles para las que originariamente fueron concebidas, estas funciones pululan por nuestra realidad con criterios propios y ejercen su cuota de influencia sin necesidad de someterse a ninguno de los organismos o instituciones a los que antaño pertenecían. Las funciones ideológicas, en algunos casos, han perdido su condición moral o ética. Sabedoras del poder e influencia que pueden generar se organizan de tal manera que en poco tiempo hacen que conductas propias, consolidadas en el tiempo, de un determinado gueto vital cambien de signo, o, sencillamente, rebajen sus prestaciones e intensidad hasta conseguir que el grupo actúe de forma poco acostumbrada. Por ejemplo, las funciones ideológicas de honorabilidad y servicio público que en alguna ocasión y por poco tiempo poseyeron algunos políticos han bajado considerablemente su intensidad en ese su lugar de origen que es el mundo de la política, y se han desplazado hacia aquellos lugares en los que una intención de regeneración de lo público se da como necesaria y es asumida como urgente, como puede ser el caso de algunas oenegés, participación ciudadana, comedores sociales, etc. Quizá este tipo de comportamientos de algunas de las funciones ideológicas alumbren y arrastren a otras que parecen descarriadas o que están en un letargo del que pueden ser recuperadas. Esta es la esperanza de los más pánfilos. Las funciones, salvo casos contados, parecen tener otros planes.
Nuestra realidad ahora está entretejida de elementos o funciones ideológicas que se desplazan desde sus lugares de origen, se asientan en esas parcelas nuevas y matizan o colonizan la esencia de estas. Se organizan y preparan un ataque masivo, sin prisa alguna, sobre el tejido degenerado del mundo concebido por los hombres, en el que las funciones ideológicas tomen el mando y provoquen nuevas formas de vida. El ser humano tal como lo conocemos, un yo complejo y lleno de matices indescifrables, llegado el momento, será prescindible, será sólo el contenedor que albergue esas funciones ideológicas autónomas.
Si acaso, sobrepasados por la complejidad del mundo, ¿no estamos ya inmersos en esa posibilidad y somos zombis sin querer/poder reconocer el dominio absoluto de esas funciones sobre la gobernabilidad de la existencia?
 
 
 
009. Sobrevivir
 
El cuentakilómetros del vehículo marca solo 2.000 kilómetros y el Vendedor te dice que el coche está casi nuevo, indicando la cifra, que prácticamente eres tú el que, si te lo llevas, lo vas a estrenar; lo miras casi sin querer, al Vendedor, una mirada rápida. Sabes que te está mintiendo o que, recapacitas, es muy probable que te esté mintiendo, y no se lo reprochas. Con solo una mirada furtiva has podido ver que no tiene más remedio que vender. Padre de familia, mayor de cuarenta y cinco, muy posible que sin formación alguna, o incluso con formación, etc. Siente toda la presión de la biosfera laboral sobre él cuando la figura de su jefe se deja ver tras la ventana apersianada de su despacho. Él sabe, sospechas, que tú te has dado cuenta de que la verdad del cuentakilómetros es una ficción que se ha organizado alrededor de vosotros dos por una mera necesidad de supervivencia comercial. Tiene el Vendedor además en su gestualidad y forma de hablar algo de chulesco, más bien de ir sobrado de conocimientos sobre vehículos, en lo que parece ser un experto al que poco se le puede discutir, pero en una segunda mirada, que esta vez le dedicas con algo más de atención, casi podrías asegurar que esa semiótica mercantil suya es impostada, un armamento adicional para que en la lucha educada entre Vendedor/Comprador haya al menos una posibilidad de triunfo, es decir, la venta del vehículo. Esa chulería, de tantos años ya usándola como herramienta de venta, se ha incorporado traicioneramente a sus hábitos cotidianos y tiene él de chulo en realidad ya nada, solo esa pose adquirida por necesidad y que ya la ejerce con indiscutible profesionalidad pero con cierto cansancio.
Es posible que en el transcurso de la interrelación que se va a sostener entre Vendedor/Comprador, a él, el Vendedor, quizá en ese momento en el que vea peligrar la venta, se le escape una sonrisa que lleve el estigma de una complicidad necesaria, en la que esté dibujada la aceptación del juego que hasta ahora han mantenido: esa sonrisa encierra la siguiente información: vale, (dice la sonrisa del Vendedor) ya sé que usted sabe que estoy exagerando las prestaciones de este vehículo que ha venido a comprar, que no son 2.000 kilómetros los que tiene, sino 20.000, que su anterior dueño, como le he dicho hace unos segundos, no ha sido un señor mayor que casi no lo ha utilizado, sino un joven alocado que ha tenido varios incidentes con el vehículo que le han ocasionado abolladuras que nosotros hemos corregido; en fin, que le hemos lavado la cara al coche hasta hacerlo parecer semi nuevo, como dice el cartel que aún está en el parabrisas; también yo he leído su cuerpo y este me dice que su capacidad adquisitiva, Sr. Comprador, solo llega para un coche de este tipo y aun así su compra conllevará la supresión necesaria de alguna costumbre o capricho que hasta ahora podía permitirse, que la pose despreocupada con la que se ha acercado a este concesionario y la mano blanda que me ha dado al saludarme, sin mirarme, esa solvencia supuesta en su despreocupación por los coches en general, en fin… ; ahora, (sigue hablando la sonrisa), momento en el que usted y yo hemos llegado al mismo plano de entendimiento, a entender nuestros respectivos papeles y necesidades en esta vida, ahora, digo, queda en su mano la decisión, que no es trágica, lo sabemos, ni siquiera llega al drama, no exagero si digo que es ridícula; no se puede llamar engaño a esto, ¿verdad?, ahora sabemos los dos que pertenecemos a ese inmenso grupo de los que no viven, sino que sobreviven en este ecosistema social y político; usted y yo sabemos que en alguna medida alguno de nuestros comportamientos están determinados por estas condiciones sociales en las que nos ha tocado vivir y que las asumimos como juego.
El Comprador, a su vez, le contesta con la mirada: sí, así es.
Me lo quedo, dice con fingida resolución el Comprador. Y esta vez tiende la mano firme hacia el Vendedor, sellando un pacto un punto amargo que los hermana, y quedan visibles en el cuadrante que la maquinaria social les tiene asignado.
Pese a todo, el ser humano es extraordinario.
 
 
 
010. Lo real
 
Hasta que a Borges se le ocurrió aquello del mapa y el territorio todos vivíamos más o menos bien, es decir, inocentes y desconocedores de la sustancia de que está hecha la Realidad, como el pez de Wallace que se pregunta ¿qué es el agua? En el cuento de Borges los cartógrafos del Imperio aspiraban a la confección de un mapa tan detallado que llegara a coincidir con total exactitud con el territorio del Imperio. Y eso hicieron, hasta conseguir más tarde que toda la Tierra quedara cubierta por el mapa. Y como sin darnos cuenta hemos estado viviendo en ese mapa superpuesto desde entonces sobre el territorio. Nos hemos acostumbrado a hacer nuestra vida entre los pliegues de ese mapa, sin dejar de quejarnos de pisar el papel en vez de la tierra añorada.
Y cuando ya habíamos asimilado las nuevas reglas del juego y resignados aparentábamos ser felices en nuestra desgracia, llega Baudrillard y nos dice que sobre ese mapa tenemos que ir reconstruyendo y recuperando el territorio. Esto es: sobre el simulacro que es el mapa en el que vivimos ir recomponiendo la Realidad que los cartógrafos del Imperio habían sepultado con su mapa. Esta tarea se presenta más ardua, e inalcanzable el objetivo que aquel que consiguió el Imperio. Sin embargo, como siempre, unos pocos iniciaron la tarea y a veces, sobre el mapa, llego a ver un destello de cordura que es obra sin duda de esos pocos. Pero no podemos engañarnos: conseguirlo no queda fuera de lo imposible, creemos.
A mí se me ha ocurrido, solo por seguirle modestamente el rollo a estos grandes pensadores, que quizá lo más conveniente sería provocar una gran explosión del planeta, un nuevo big ban, con la idea de más tarde recomponerlo a base de ir juntando los pedazos esparcidos por el espacio, haciendo un compuesto de trozos de manera que logremos reconstruir nuestro mundo: aspiración máxima del terrorista. He advertido que la explosión no solo hará trizas el territorio sino el mapa también, incluidos los trozos de Realidad que ya habíamos conseguido superponer al mapa, en este caso poca cosa.
Recordando a Baudrillard, me pregunto quiénes serán los nuevos cartógrafos que compongan ese nuevo mundo que surja de la gran explosión, si serán fiables. Son cosas mías, me digo.
En cualquier caso, un día despertaremos y todo habrá desaparecido, el mapa y el territorio. Lo tangible de las cosas y las cosas mismas. Las sensaciones, los pensamientos, las emociones. Toda esta construcción de lo real desaparecerá, como lágrimas en la lluvia. Nos rodeará un inmenso vacío que ni siquiera ahora podemos imaginar; la nada que ahora imaginamos es algo que en ese momento será nada.
            Y no será la muerte.
       Seremos información desplazándose por el éter, por el cauce eléctrico de un mundo infinito y rizomático. Eternos e inmortales. Para no morir de tristeza, tendremos que soñar de nuevo los Desiertos del Oeste, y allí, entre las Ruinas del Mapa, desearemos vivir como mendigos.
           
(Del rigor en la ciencia. Jorge Luis Borges, Historia universal de la infamia. 1946.
En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.)
 
(Cultura y simulacro. Jean Baudrillard. 1973).
 
 
 
011. Juanjo Trujillo: Alcalde
 
En democracia gobierna el que alcanza la mayoría, bien porque la logra por sí mismo o porque al coaligarse con otro obtiene esa mayoría. Porque esa mayoría representa a la mayoría de ciudadanos con derecho a voto, así está convenido. No se acepta otra forma de acceder a la gobernabilidad si no es mediante la obtención de mayorías. Así las cosas, la idea de mayoría está por encima de cualquier otra consideración.
            Pero en mi ciudad el 54,61% de la ciudadanía con derecho a voto se ha abstenido.
            Aplicando la idea anterior, a ellos correspondería el gobierno de la ciudad, puesto que superan a los votantes. Además conforman una mayoría absoluta. La idea de que el voto legitima por encima de la abstención desmiente lo que llamamos soberanía, entendida esta como voluntad del pueblo. La voluntad del electorado de mi ciudad, por mayoría, ha quedado clara: quiere ser gobernada no por los representantes surgidos de los votos, sino por la nada abstencionista. O quizás quiere no ser gobernada.
            ¿Cómo recuperar esa energía social que posee esa nada? ¿Es pertinente, aconsejable esa recuperación? ¿La abstencionalidad, no es ya una fuerza social que en su aparente pasividad entrópica genera riqueza de índole desconocida en la comunidad? Los abstencionistas, auténticos ganadores de estas elecciones, ¿podrían conformar un programa de gobernabilidad y gestión para nuestra ciudad? Desde luego, sería un programa muy plural, en el que sí que habría una mayoría representada. Quizá no muy distinto del que presentan los votados. En cualquier caso, el programa y la gestión de ese programa de los abstencionistas podrían llenarnos la vida de agradables sorpresas, necesarias para una vida mejor. ¿Para cuándo un partido, o mejor, plataforma de los abstencionistas? Demasiadas preguntas, la abstención no es un tema baladí. ¿El abstencionista supera en riqueza moral al votante?
            ¿Quiénes, cómo y qué son esos que se han abstenido? No es imprescindible saberlo, la abstención al igual que el voto es secreta. Es cierto, tampoco sabemos quiénes son los votantes más allá de los pocos con los que nos hayamos cruzado al pasar por un colegio electoral, y salvo alguna excepción no sabemos a quién han votado. Tanto en un caso como en otro la visibilidad no presenta merma o problema. Si alguno encuentra despreciables las motivaciones de los abstencionistas solo tendría que pensar que quizás igualmente podrían serlo las que mueven al voto. No habría que caer tan bajo, digamos que los gestos de los electores, de un signo u otro, nunca son gratuitos.
Conozco a un abstencionista manifiesto, que ha proclamado la idea de abstención abiertamente. Incluso ha hecho su pequeña campaña, como los que piden el voto, más modesta sí, pero altamente eficaz, con un mensaje visual claro y un eslogan irrebatible: NO VOTES. SALGA QUIEN SALGA PIERDES. A fin de cuentas se ha mostrado como la campaña más efectiva: ha obtenido la victoria: el mayor número de impactos con el menor gasto posible, lo que da una idea de lo que el alcaldable de los abstencionistas podría hacer con un presupuesto mediano. En unas breves declaraciones en las redes sociales el Sr. Trujillo dijo: “Es lo que siento y lo que pienso”. Esta frase, en su sencillez, abarca los tres componentes básicos para la comunicación: “lo que siento” alude al pathos, a esa emoción que dota a su proyecto del componente humano necesario; “lo que pienso” concierne al ethos, un factor que nos indica el carácter intelectual, el del hombre ético que razona lo que dice; y ese logos resuelto en un mensaje sencillo y directo que nos transmite fiabilidad. Díganme si encuentran en algún candidato de los votantes tan alto grado de solvencia prometida.
            Yo lo propongo para Alcalde, como representante de esa mayoría silenciosa, heterogénea, invisible, inclasificable, digna, escurridiza y abstencionista de mi ciudad, que ha encontrado en la mudez electoral la mejor forma de expresarse. Ellos son los indiscutibles y legítimos ganadores de estas elecciones. Sin embargo, no habrá protesta ni reclamaciones por su parte, abstenerse es la lúcida y noble consigna.
 
 
 
012. Los lectores
 
“El mejor lector es el lector muerto”
Luke Branded
 
Odio en grado sumo a los lectores, y la sabiduría que con esa práctica adquieren. Escoria humana. La lectura es un subterfugio rastrero para destacar sobre los demás. El lector trapichea con esa falsa sabiduría adquirida mediante la lectura (si esa sabiduría es auténtica ya es un ser absolutamente perdido), en un posicionarse por encima del otro (está mejor valorado socialmente un lector que aquel que no lo es, claro que esta valoración la hacen los lectores), que sí, que esa pelea es humanamente lícita, pero el lector común no sabe esto, se engaña creyéndose un alma que habita las praderas frondosas del conocimiento de la existencia del ser humano de forma desinteresada, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar que en la adquisición de saber hay claros signos, sino únicos, de egoísmo con el fin de quedar por encima del otro, y poco más. Engaño que para el lector es totalmente necesario para poder sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese apósito que es el saber que le proporciona la lectura está perdido, vulnerable ante el otro. El lector lo es también porque tiene miedo a ser despreciado, arrastra ese temor, y mediante su adquisición de saberes, acumulación de información, está pidiendo indulgencia. Presenta sus credenciales y ya sabemos que no pertenece a la chusma, es un hombre cultivado.
El lector es incapaz de un intercambio de datos emocionales sin esa capa presuntuosa de lo intelectual, no conoce, no sabe que es más que suficiente una sabiduría simple, funcional y aséptica, no adquirida en los libros sino en la calle, para contraer con el otro un eficaz trato humano, ese prurito sabiondo es un añadido molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá incómodo ante ese hombre cultivado, el desagradable y siempre un punto engreído lector.
El lector, tan centrado en gestionar sin fisuras su saber tramposo, su base de datos, la información es poder, tan absorto en mantener las constantes persuasivas de la sabiduría postiza que le da sus lecturas, con el fin de que no se le escape la presa, sobre la que tiene que predominar, tan pendiente de ese ejercicio, sin importarle afectivamente nada el otro, que ese otro es solo un objeto que le va a proporcionar un estatus superior, es la versión ruin y cobarde del escritor. Para llegar a ser el intelectual que se expresa mediante la escritura, estatus que el lector anhela secretamente, a veces tan secretamente que no sabe que lo anhela, no le alcanza para ello el talento y tiene que conformarse con las migajas de la lectura: el lector común es un escritor en diferido, postura acomodaticia. Un poco de psicología evolutiva nos diría que al lector, con el tiempo, se le va agriando el carácter, convencido de que su conversión a escritor ya nunca se producirá por falta de talento, se sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el lector que siempre ha sido (seguramente un mal lector; abundan más de lo que pueda parecer), ¿qué otra cosa puede hacer? Aun así, la actividad lectora, las más de las veces, es la puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza siendo un lector de textos de esos que “hay que leer” para conseguir entrar tímidamente en esa mafia que se llama intelectualidad, más tarde, para no perder esa posición conseguida uno acaba leyendo “lo que no está escrito”, no vaya a ser que no estés al día y eso te deja en muy mal lugar, y se acaba dando consejos a los amigos lectores que tú consideras que están por debajo de tus conocimientos y les recomiendas lecturas, incluso escribes algún articulillo planteando los arcanos narratológicos de esta u otra novela. Todo por ir reafirmando tu posición de hombre o mujer de interés intelectual. Sí, sí, la lectura es imprescindible para triunfar en esta vida, para obtener una posición de valor en tu círculo. Y triunfar ya sabemos lo que supone, y significa.
Hay lectores que sustentan moralmente sus lecturas en ideas filantrópicas: comprender la existencia del mundo y hacérsela ver desinteresadamente a sus semejantes, dar consejos a través de citas famosas, la lectura nos permite comprender los mecanismos que hacen funcionar la familia, la sociedad y así ser más comprensivo con ellas, etc. Claro, el lector no podrá reconocer nunca su egocentrismo silente, la verdadera función de sus saberes adquiridos estriba en que es un medio al servicio de su egoísmo para ser mejor que el otro; si así fuera, si descubriera la naturaleza de su obsesivo e innecesario almacenamiento de saber quedaría al descubierto, quedaría solo ante su mediocre monstruosidad que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente mantiene oculto en las mazmorras de su ser. La lectura le ayuda a ocultarse de sí mismo.
La sabiduría que proporciona una actividad lectora enmascara al monstruo. Otro día hablaremos de los escritores.
 
 
 
013. Los escritores
 
La ardua tarea del ESCRITOR nunca es bien comprendida. Su dedicación desinteresada hacia los demás, nunca del todo bien recompensada. Casi siempre el escritor es un intermediario entre la IDEA y su destinatario, el lector, que es casi como decir entre DIOS y el hombre. Las lecciones tanto morales de altos vuelos como pequeñas indicaciones de cómo deben comportarse los seres humanos en la vida cotidiana para mejorarla, así como hacer ver al lector aquellas falsedades que se parapetan tras las verdades oficiales que nos muestra nuestra vida moderna y altamente tecnificada a través de los mass media que quieren manejar nuestras vidas, todo eso y más que tantas veces nos ofrecen las novelas, artículos, ensayos, la gran poesía, es fruto del talento y el esfuerzo abnegado de eso que llamamos ESCRITOR y que en nuestros días tan devaluado está, como lo está toda voz de autoridad, véase maestros, médicos, la figura paterna, etc.
            Está por calcular cuánto bien ha hecho la literatura al ser humano, cuánta parte de mérito tiene el escritor en este maravilloso proceso que provee de progreso y felicidad a los hombres.
            ¿Es usted el mismo después de haber leído un verso?
            Algunos no entienden esta labor y menosprecian el valor que tienen esas porciones de sentimientos sinceros y maravillosos que el escritor comparte con sus lectores, que no es fácil abrirse y darse a los demás; esas cápsulas de sabiduría que administran diariamente a los lectores pacientes y nos hacen la existencia menos pesada, con el noble afán siempre de edificar o consolar, llevar algo de sosiego, sonrisa o saber a las almas humanas. El escritor sabe leer la existencia y la traduce a sus LECTORES, sin los que no tendría razón su ser, el escritor vive por y para el lector, y esos lectores inteligentes y nobles, agradecidos, le hacen llegar su complicidad y admiración. ¿Qué es el escritor sin el estímulo en forma de comentario, carta, etc. que le hace llegar su fiel lector? ¿O al querer acercarse a él en una presentación de libros y, respetuoso y nervioso, le pide que le firme un ejemplar? Cuando todo esto sucede, cuando se da esa comunión, podemos decir, rememorando al gran poeta: “Todo perfecto. Las doce en el reloj”.
Una pieza fundamental para restablecer el orden perdido en nuestra sociedad es la del ESCRITOR, hablo del escritor serio, comprometido con su entorno sociopolítico, con los valores morales y éticos que hagan que nuestra comunidad sea cada día mejor y más justa, que señale y denuncie sin temblarle el pulso los comportamientos corruptos de nuestros dirigentes, la opresión puntual de nuestras instituciones, el escritor debe estar a la vanguardia de todas las reivindicaciones humanas, debe ser guía y compañero de lucha… debe introducirnos “en el conocimiento sensible del mundo a través del arte”, hablo de ese escritor que se ha olvidado de los géneros y las mamandurrias porque siente en lo más profundo de su ser que el mundo lo necesita, el ser humano necesita sus guías, e insisto: el escritor es pieza fundamental en la reconstrucción de este mundo cada vez más deshumanizado y triste, tan falto de edificantes costumbres.
Me emociono, lo sé, y sé que los lectores de este modesto texto entenderán el rastro de temblor emocionado que dejo en él. ¡Cuánta vida se nos ha ido quedando en el camino, hasta acabar marchitos en este atardecer de los afectos!
Pero sabemos que siempre nos queda: ¡EL ESCRITOR!, ¡EL ESCRITOR!
 
 
 
014. Eterna penumbra de la mente Simpson
 
De la extensa e intensa entrevista que me hicieron en El País solo me interesa rescatar y mostrar aquí una pregunta y su contestación. Después de una serie de cuestiones relacionadas con la narrativa, la literatura, (de eso se trataba) me sorprendió la entrevistadora con una de carácter personal: ¿Es usted feliz? Yo había acudido allí en calidad de escritor, si bien debo aclarar que soy un escritor sin obra, y no como la persona que soy, que son dos cosas distintas o al menos podríamos decir que el escritor es una entidad mínima de la persona, muy poderosa dentro de mí pero con la que no siempre estoy de acuerdo, a la que no siempre contradigo o desaliento y la dejo que se vaya expresando como crea conveniente, dentro de los márgenes, eso sí, de unos parámetros permisibles por el buen gusto dominante (lo que no siempre consigo porque si algo quiere ser ese escritor es parecerse a los niños terribles de la literatura, no es fácil convivir con alguien así), sin que nada de esto sea limitación para que esa expresión sea clara y contundente si se tercia la ocasión. Consideré en ese momento también que quizá la pregunta no era de carácter personal sino que a lo que ella se refería era que si como escritor era feliz. Que va, me dije. Creo que no va por ahí.
         Hasta ese momento, la entrevistadora me había tenido sorprendido y a la vez ensimismado en el buen trabajo que estaba haciendo. (No es momento de meterse con los periodistas, pero ahí queda). Ella se había documentado hasta tal punto que conocía mi obra muy por encima de lo que yo mismo podría conocerla así pasase cientos de años de estudio esforzado sobre ella, y no porque yo la considere compleja sino por una cerrazón que se aviene cuando trato de inmiscuirme en ella. Y las preguntas eran claras, bien elaboradas y, lo mejor de todo, nada de pedantería ni ínfulas intelectuales de por medio. Mirándola, oyéndola, me daba cuenta de que hacía mucho tiempo que no había estado ante una persona inteligente. Si no es que el olvido no había hecho una de las suyas conmigo.
            La única vez que pude sorprenderla fue cuando me invitó a que le destacara una influencia clara y decisiva en mi literatura en los últimos años en los que tan retirado había estado y nada se había sabido de mí. Le sonreí porque creí que empezaba a bromear conmigo, lo que no me desagradaba, aunque la entrevista se la estaba haciendo al escritor el resto de mi persona también estaba allí y temí que ese resto empezara a involucrarse demasiado en la tarea, la entrevista, que debía corresponder solo al escritor.
            Le dije que el producto creativo que más me había gustado e influenciado en los últimos veinte años era la serie Los Simpson, que pasado el tiempo necesario para obtener una perspectiva precisa y solvente sobre ella será considerada tan importante y a la altura de las grandes obras de la historia. El amplio y sutil fresco que presenta sobre la vida contemporánea y el retrato mordaz sobre los comportamientos de una familia media, bla, bla, bla… Y sobre todo el capítulo nueve de la temporada diecinueve llamado “Eterna penumbra de la mente Simpson” me parecía un momento de gracia creativa inigualable, etc. La entrevistadora aún no conocía mi última novela no escrita, en la que llevaba trabajando años, y todavía inédita. En ella y en mi faceta de escritor eran evidentes esas influencias. Quiero remarcar que esta influencia tan potente solo afectaba a ese escritor que habita dentro de mí y que el resto de mi persona apenas sufría tales padecimientos, o eso creo yo.
            Apenas si hablo durante unos minutos mi boca se reseca, es como un toque de atención biológico a mi creencia casi enfermiza de que “hablar es mentir” (“vivir es colaborar”), es como si lo físico y lo mental caminaran de la mano y ninguno de los dos pueda quedar atrás. La entrevistadora se percató de este detalle, se disculpó por no haberlo previsto, y me ofreció algo de beber. ¿Tienen cerveza Duff?, pregunté. Hizo una consulta rápida a los del equipo de producción y estos le dijeron que no tenían esa marca, que si quería otra… no, no se preocupen, una botella de agua mineral me viene bien.
            Bebí un trago largo de la botella y al dejarla sobre la mesa fue cuando ella me preguntó: ¿Es usted feliz?
            Y yo le contesté: Ahora sí.
            Muchas gracias por todo Sr. Branded, sonrió la entrevistadora a modo de despedida satisfecha, cierre de la entrevista.
            Entonces yo dije, mientras el escritor callaba, llámeme Luke, si no le importa.
            Era inevitable, así las cosas, que yo también entrara en esa eterna penumbra que hasta hacía bien poco había estado reservada solo para él, para el escritor.
 
 
 
015. El camarero
 
El camarero (léase cualquier otro profesional) guarda en su interior el deseo de no ser un camarero del mundo sino hacer el mundo camarero; pero su vida cotidiana, que siempre va con un poco de retraso respecto a los últimos acontecimientos, lo fija a su entorno y entonces un día, habiéndose dado cuenta de su imposibilidad de éxito fuera de ese entorno, convierte la cafetería en su mundo y su tarea desde entonces consiste en perfeccionar ese mundo, metáfora reducida pero más cómoda, asequible, del mundo. Entonces, este camarero, buen profesional, es el primero en llegar al abrir su establecimiento, pronto el jefe delega toda iniciativa logística en él, será su hombre de confianza, de manera tácita, en poco tiempo, llega a ser el gerente, extraoficialmente; atentísimo al cliente se anticipa a sus deseos; ordena la prensa y la ofrece al habitual del que ya conoce sus inclinaciones políticas; la cafetería por el momento es su segunda prioridad vital, la familia acabará siendo desatendida a favor de su trabajo: en lo que a él concierne el local será cuidado hasta en sus últimos detalles, en beneficio del negocio y de su jefe.
Otros camareros suelen ser desagradables, antipáticos, desconsiderados con el cliente, se equivocan con el cambio, resuellan como búfalos perseguidos entre las mesas, demoran el momento de servir hasta exasperar al cliente más comedido, (excepto a los santos y miedosos y amables que rinden culto a las buenas maneras y la compostura para no alterar ese estado de falsa complacencia en el que se sienten resguardados de la crudeza del mundo que en su debilidad no son capaces de afrontar y viven huyendo de los conflictos y así van creando una gran mentira, hasta que llega el camarero a su mesa y le sonríen como si nada hubiera ocurrido cuando en realidad han estado quejándose disimuladamente de la falta de miramientos del camarero hacia ellos que habían llegado antes que otros que fueron atendidos primero en detrimento del orden sagrado que otorga el beneficio de prioridad a los que llegaron antes). Estos, los camareros desagradables, se niegan a hacer de la cafetería su mundo, todavía no han claudicado, no se conforman, hay vida fuera del establecimiento, y aspiran a una existencia distinta, que incluso podría ser mejor.
La profesionalidad es el refugio de los vencidos.
Y parece lógico que el proceso histórico que ha sufrido el individuo en relación con el Poder se cierre siendo este, el individuo, diluido en él, el Poder.
 Mantengo la idea de que el individuo es una extensión del Poder, entendido este como macro estructura esquizofrénica, que su comportamiento personal imita las insinuaciones del Estado y demás instituciones, que tanto uno como otro persiguen lo mismo, que a cada persona se le ha inoculado dentro de sí un gobernante. El último gran asalto del Poder sobre el individuo es que quiere convertirnos en co-gobernantes. Ya nos convenció de que teníamos que ser buenos profesionales; nos ha invitado a ser emprendedores, también a ejercer de policía denunciando actividades antisociales de nuestros vecinos. El individuo, con respecto al Poder, es como una delegación o sucursal, un encargado o gerente dispuesto a mantener los mecanismos de sujeción de los deseos, cada uno desde su parcela vital, y así hacer perdurar el mantenimiento de la estructura que hace posible esa sujeción. El individuo es un colaboracionista.
Nuestra relación con el mundo pasa, indefectiblemente, por alguna forma de colaboración con el Poder. El largo proceso de elaboración de nuestra identidad, hasta llegar a la situación actual, ha sido escrita en la piel con el susurro constante de un padre proteccionista, fuera de él y sin él no sabríamos cómo vivir. Y agradecidos hacemos las cosas tan bien como se nos pide, hasta el punto de ser buenos profesionales.
 
 
 
016. Belén Esteban
 
Belén Esteban llega a ser un personaje atractivo, para aquel que quiera o pueda verlo, porque el ser humano que contiene queda expuesto sin veladuras siempre que se expresa, bien por medio del lenguaje o por la puesta en escena de su gestología. Estos son los dos registros formales de los que dispone para desarrollar su personaje en el plató de Sálvame, que consiste en ser lo más fiel posible a lo que es ella misma. El valor más importante que aporta su personaje, muy trabajado día tras día, es la autenticidad, la veracidad sin tapujos, a fin de conseguir ser creíble. En último término Belén quiere decirnos siempre que es honesta. Esto presupone un enemigo exterior que quiere desacreditarla. “La Belén puede ser lo que tú quieras, pero habla claro, no se esconde”. Y no deja nunca de decir cosas. Ella no ha sabido camuflar sibilinamente, como algunos de sus compañeros de reparto, bajo artificios “educados”, moderados y pertinentes sus desperfectos o desajustes emocionales, sus carencias a la hora de entender y manejar la realidad selvática en la que se mueve, o la alegría que expresa por nimiedades que pueden parecernos desmesuradas.                                   
Belén es un ser desprotegido. No tiene maldad, si acaso su maldad es de muy baja intensidad, infantil, caprichosa, y siempre o casi siempre a la defensiva. Ni está equipada con el armamento necesario para la lucha post afectiva de nuestros días. Sabedora de su insuficiencia su forma de defensa es el ataque, aun cuando ni siquiera haya agresión hacia ella, solo la sospecha. El gesto desafiante y cañí al que se le ven las costuras.
 
Las últimas entregas de Sálvame, la serie televisiva, o mejor, reality show, en la que Belén es una de sus protagonistas destacadas, se han centrado en el “conflicto” que ha supuesto la aparición de un primer novio o amor en su vida. Esta aparición puede suponer un pequeño revés en la elaboración de su biografía, que se viene gestando desde los comienzos de su popularidad. Contratiempo, quizá, porque la irrupción del nuevo puede desbancar del puesto de privilegio que otorga ser Primer Amor a Jesulín de Ubrique, adjudicado y subrayado ese lugar principal por la propia Belén tanto en sus tempranas memorias como en sus apariciones mediáticas. Visto desde fuera esto es una circunstancia banal y carente de importancia, pero para los personajes y espectadores implicados en el relato, entre los que me encuentro, el devenir de los acontecimientos es de suma importancia, porque pueden alterar la historia y socavar la fiabilidad de su principal narradora. Se pone en juego con el testimonio de este oculto novio primero un valor aún con mucho peso, dentro de la jerarquía de valores del programa, como es la credibilidad, punto fuerte en el personaje beleniano, dentro de un formato televisivo cuyo mayor acierto es convertir lo personal en materia ficcional, diluyendo las barreras entre lo uno y lo otro, con el que construir un relato por entregas, digresivo y rizomático, que a lo largo de tantas temporadas ha acabado dando muestras y registrando un sinfín de vicisitudes sentimentales y sus consiguientes valoraciones éticas y morales por parte de los contertulios, una cantidad innúmera de información íntima y personal convertida en materia narrativa que los propios protagonistas del folletín han puesto al servicio de sus seguidores.
            Porque Sálvame se afana cada tarde en crear una mitología doméstica, de mesa camilla, en la que cada personaje, más allá de los guionistas, debe crear su papel y mantenerlo sujeto, como bien puedan, bajo su propia inteligencia, capacidad y riesgo. A estas alturas de la serie o del reality o incluso del folletín los personajes ya están bien conformados, no son monolíticos, pero básicamente cada uno tiene perfilada su idiosincrasia. El de Belén también. Algunos de sus compañeros ven en la aparición del nuevo personaje, el novio primero, y los datos que aporta un duro golpe a su credibilidad, amén de los daños colaterales que esos datos, que muestran a una Belén ligeramente distinta, puedan causarle y dañar su imagen conseguida, su estatus sólido dentro del engranaje narrativo llamado Sálvame. Creen y atacan por ese flanco sus contrincantes que el mito puede sufrir un serio traspié, que la audiencia no perdonará la falta de integridad de unos de sus personajes más queridos, se sentirán defraudados y vaticinan sin decirlo que dejarán a la heroína sola en su caída.
Todo esto se da dentro de un contexto de producción cultural que persigue la normalización de su audiencia, de fijar comportamientos. Si lo consigue o no y en qué cuantía, es otro tema.
Sobre el desarrollo del devenir del mito estaré atento a la pantalla.
 
 
 
017. Barbarie
 
Para mí, la barbarie sucede cada día a tres metros de distancia. Es la separación aproximada que hay entre mi posición en el sofá y la pantalla de TV. La representación de esa barbarie está siendo constantemente mostrada. Apenas enciendes la tele y zapeas un poco la encuentras, la sociedad del espectáculo que anunciaron los situacionistas está en plena ebullición. Lo de Siria, lo de París, el careto de Putin, los tertulianos de cuatro que debaten el tema estrella del momento que irá cambiando cada pocos días. Si miro hacia algún punto del salón veo que todo está en su sitio, el perro dormita apaciblemente en la alfombra, se oye el sonido de una moto que, aunque lejano, me molesta; el polvo se está acumulando sobre los estantes del mueble aparador. (Hasta la Primera Guerra Mundial, o la Gran Guerra, como se llamó en su momento, la muerte de civiles apenas alcanzaba un 6%. En los años noventa, por ejemplo, en la guerra de Yugoslavia más del 92% de los muertos eran civiles).
            Mientras veo las noticias me digo que la guerra no es la solución, es el problema, que hasta que, como decía Luke Branded, los gobiernos de Occidente no cambien su política exterior agresiva hacia los países desfavorecidos por una de colaboración y ayuda nada cambiará. Por lo tanto, me digo, pocas esperanzas de cambio hay. Y este pensamiento se mezcla con otro que me hace recordar que no he sacado del congelador los filetillos de pollo saturados de antibióticos que compré en Mercadona hace dos días para hacer la cena de esta noche. Exagero, me digo, y me levanto y saco los filetes del congelador, seguro que para las ocho y media o las nueve ya estarán descongelados, si no es así ya improvisaré otra cena, siempre se me ocurre algo… (El teorema de Goedel dice que ningún sistema puede explicarse a sí mismo, ninguna máquina puede entender su propio mecanismo. Y lo de la navaja de Occam: “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”).
            Cuando vuelvo al salón el perro se ha tumbado en mi sitio, sagrado, del sofá. Con solo mirarlo el perro se baja y sobre la alfombra se estira y mueve la cola mirándome. En la tele están poniendo la foto de las Azores, ¡qué hijosdeputa!, pienso. Hago zapping y sale Hollande, cariacontecido, prometiendo a los ciudadanos que la fiesta va a continuar, que va a mandar aviones parar bombardear no sé qué. Cuando terminó el telediario, o los telediarios, me eché una cabezadita, no más de diez minutos, y lo primero que pensé al volver en mí fue que cuántos niños habrían muerto en ese tiempo somnoliento mío, en cualquier parte del mundo, cuánto habrían ganado los señores de la guerra y cómo prospera la industria armamentística y cómo España le vende artilugios que matan a Arabia Saudí que dicen que son amigos de Estado Islámico y que todas esas ventas repercuten luego en el bienestar de las sociedades occidentales, recaen en nuestro beneficio, y cuántas cosas más de ese tipo de las que ni nos enteramos habrían funcionado en esos diez minutos de siesta que echó ese individuo que vive en la vieja Europa y que resulta que soy yo, ese que alguna vez ha tenido que quitar las noticias porque no soportaba tanta barbarie, etcétera.
            Me puse enseguida la película “La sal de la tierra” de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado que va sobre el fotógrafo Sebastiao Salgado y en ella se ve que la miseria y la barbarie es una constante repetida a lo largo del espacio y del tiempo, y que de ver tanta podredumbre humana el propio Salgado fotógrafo tuvo que ponerse a plantar árboles en un lugar de África de cuyo nombre ahora no me acuerdo. Les pido encarecidamente que vean la peli. Les pido encarecidamente que no voten a gente que quieren arreglar el mundo con la guerra. Lo pido sin saber si eso sirve para algo. (Borges decía que no había pasado un solo día en su vida sin haber encontrado en algún momento un atisbo de felicidad).
            El resto de la tarde pasó con algunas tareas de la casa, un poco de facebook, y aunque ese día me tocaba ducharme no lo hice, pasé, no me importaba sentirme sucio.
Esa noche dormí sin dificultad y soñé que no podía quedarme dormido, que daba vueltas en la cama sin conseguirlo, llegué casi a la desesperación onírica. Así todo el rato, como en un viaje interminable al fin de la noche. Yo creo que aún estoy dentro del sueño, con la simulada sensación de que nunca saldré de él.
 
 
 
018. Las gafas
 
Si las gafas que usas son antiguas y ya la graduación que tienen no es la que necesita tu mirada, si es así verás la realidad borrosa, difícilmente captarás más allá del conjunto, los bordes difuminados, no podrás leer correctamente el mundo que te rodea. La interpretación que haces de él será irremediablemente inexacta, desfasada y las más de las veces el mundo se presenta incomprensible, lo más seguro es que ante esta circunstancia acabes elaborando un patrón más o menos fijo con el que interpretar cualquier acontecimiento de ese mundo, construido con urgencia porque si no tienes opinión no eres nadie. El ser reconocido y respetado como persona ante los demás te obliga a tener una idea y si es necesario imponerla. Es posible que estés orgulloso de ser una persona formada, con criterio y capacidad de discernir qué es lo conveniente o no, aplicas el sentido común, la lógica y unas dosis de humanidad y sensibilidad hacia lo injusto, y al final llegas a tener una opinión, que rara vez pones en duda, y quizás esa opinión se ha formado a través de unas lentes deformadas. Tu juicio sobre la realidad o la existencia o los comportamientos humanos viene dado por un enfoque que no puede abarcar los matices de la actualidad, que en nuestros días esos matices no son acompañantes decorativos con pretensiones estéticas a la vieja usanza, sino que conforman el núcleo decisivo que da tensión y singularidad a esa información que la mirada quiere obtener.
            Sin duda estás confiado en que al hacer una valoración sobre cualquier tema los aspectos generales del mismo no variarán con respecto de aquellos que sobre el mismo tema hacen los que llevan las gafas adecuadas, en el mejor de los casos coincidís en esa generalidad, digamos que la coincidencia se da en lo esencial del asunto y tú piensas por eso que los dos lleváis el mismo tipo de gafas. Pero esa confianza se desvanece cuando el de las gafas nuevas encuentra en ese tema variantes y matices, interpretaciones que la lente bien temperada de sus gafas no le oculta. Puedes pensar que esos nuevos puntos de vista son libertades imaginativas del de las gafas nuevas o bien graduadas, si eres algo inteligente o curioso te quedará algo de duda, pero solo notarás las diferencias cuando adquieras unas gafas con la graduación adecuada para interpretar fielmente nuestro tiempo. Conozco alguno que ni siquiera tiene en su horizonte la necesidad de adquirir unas gafas convenientes. Su visión del mundo le parece la correcta, se reafirma en ello sin un ápice de duda, su método de verificación de la realidad se formó hace años y pensó en ese momento que ya había llegado al punto justo desde el que valorar con acierto la existencia, que ya no le hacía falta más, se creyó solvente con haber acertado en varias ocasiones en aquel momento y aplaudido por individuos que usaban el mismo tipo de gafas. Pero a día de hoy sigue aplicando la misma mirada a una existencia cambiada, valora la actualidad con herramientas obsoletas, inapropiadas, y el resultado es que su comprensión y opinión sobre cualquier asunto es de baja intensidad, naif, obvia, simple (cree poseer la simplicidad a la que llegan los sabios), etcétera.
            Digamos que las gafas antiguas solo te permiten, entre otras cosas, ver el mundo en dos dimensiones, mientras que las bien graduadas alcanzan con facilidad las tres dimensiones, desde luego que estas dejan ver un mundo más rico en todos los sentidos. Son prótesis, su efecto es parecido en cierto modo al de las drogas: en este caso amplían la percepción de la realidad.
            El mundo no puede ser mirado en nuestros días con los presupuestos éticos y estéticos del pasado. En poco más de medio siglo se han producido cambios científicos, sociales, tecnológicos, morales, filosóficos, de sensibilidad, de manera que esas gafas a las que te aferras ya no captan la complejidad de que está compuesta nuestra inventada realidad actual. Quizá sea necesario introducir en nuestro bagaje cultural la duda, revisar nuestro mecanismo crítico para comprobar si está funcionando adecuadamente, preguntarnos, como hizo Robert Walser el día en que su hermana lo llevó al manicomio, al despedirse de ella al pie de la escalinata que da entrada al establecimiento, “¿estamos haciendo lo correcto?”, la hermana calló, le apretó la mano y se dirigió a su coche para marcharse, mientras, dos médicos cogían cada uno un brazo del paciente, Walser volvió la cabeza y vio cómo se alejaba el coche de su hermana, y entraron. En nuestro caso no creo que pase nada por hacernos la misma pregunta. Y eso que nosotros posiblemente llevemos dentro del manicomio ya mucho tiempo.
 
 
 
019. Los mejores libros, según Luke Branded
 
Una vez terminada la entrevista, cuando el micrófono y las cámaras habían desaparecido del improvisado plató que se había montado en aquella cafetería de la calle Real, Luke pidió otra botella de agua mineral y me convidó a que tomara algo, pida lo que quiera que invitó yo, me dijo. Sacó del bolsillo interior de su chaqueta a cuadros, con coderas de ante marrón, unos folios doblados en tres partes y me los entregó. “Mírelos usted, he anotado un listado de los libros que más me han impresionado, aquellos que por diversas y extrañas razones me han parecido los mejores de entre todos los leídos en lo que va de siglo xxi. Es una lista personal que no tiene ningún afán de ser exhaustiva ni canónica sino que, como mucho, será un reflejo de esa realidad que cada uno de nosotros fabricamos mientras vamos existiendo. Una pregunta recurrente que me hago es por qué estos y no otros, por qué no han sido otros los libros leídos y de los leídos por qué estos me parecen mejores. Desde luego que mi pregunta, cada una de ellas, es retórica, no pretendo obtener respuesta, pero el sonsonete interrogativo me agrada, solo eso. Puede publicarla, si le parece bien, como complemento de la entrevista que me acaba de hacer. Como la entrevista sostiene una forma de mostrarse y esconderse a la vez, un juego para desocupados, para paliar mi parquedad y solipsismo le entrego este listado. Yo pienso que en él hay más información sobre mi persona que toda la que haya podido aportar en las respuestas que le he dado en la entrevista. O eso creo”.
            Así que, sin más dilación, les muestro el listado que el señor Luke Branded tuvo a bien entregarme.        
           
Stone Juntion, Jim Dodge; La ciudad y la ciudad, China Mieville; Deshielo y ascensión, Alberto Cortina Urdampilleta; La historia de tu vida, Ted Chiang; La sombra sobre Innsmuth, H.P.Lovecraft; Los reconocimientos, William Gaddis; Residuos, Tom McCarthy; Le Park, Bruce Begout; La casa de hojas, Mark Z. Danielewski; Bufo and Spallanzani, Rubem Fonseca; Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes; Don Quijote de la Mancha, Alonso Fernández de Avellaneda; La broma infinita, David Foster Wallace; El día de la creación, J.G.Ballard; Testo Yonqui, Beatriz Preciado; Conversaciones con David Foster Wallace, VV.AA.; Las correcciones, Jonathan Franzen; La saga de los Marx, Juan Goytisolo; Warlock, Oakley Hall; Europa Central, William T. Vollmann; El orden del caos, Francisco Collado Rodríguez; Gestarescala, Philip K. Dick; Contraluz, Thomas Pynchon; Submundo, Don DeLillo; Tiempo de Marte, Philip K. Dick; El grado cero de la escritura, Roland Barthes; El palacio de las nueve fronteras, Onoff; Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas, Furia Feroz, J.G.Ballard; El invernadero, Wolfgang Koeppen; Arqueologías del futuro, Fredric Jameson; El arco iris de gravedad, Thomas Pynchon; Pruebas de lo equivocados que estamos siempre, Miguel Guerrero; Casa desolada, Charles Dickens; Corona de flores, Javier Calvo; La ciudad vampiro, Paul Feval; Zona, Mathias Enard; 1280 almas, Jim Thompson; Dientes blancos, Zadie Smith; Michael Kohlhass, Heinrich von Kleist; La mujer de la arena, Kobo Abe; Mason y Dixon, Thomas Pynchon; Vineland, Thomas Pynchon; La Dalia Negra, James Ellroy; Tu rostro mañana, Javier Marías; Meridiano de sangre, Cormac McCarthy; Los detectives salvajes, Roberto Bolaño; Ubik, Philip K. Dick; La oscuridad exterior, Cormac McCarthy; Crítica y Ficción, Ricardo Piglia; Watchmen, Alan Moore, Dave Gibbons, John Higgins; Hambre, Knut Hamsun; Sobre la historia natural de la destrucción, W.G.Sebald; Spiritus, Ismail Kadare; Yonqui, W.S.Burroughs; Adolf, Osamu Tezuka; Providence, Juan Francisco Ferré; El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sábato; Lo antiguo y lo nuevo, Marthe Roberts; Carta al padre, Frank Kafka; Kafka. Los años de las decisiones, Reiner Stach; Crónica de los Wapsoht, John Cheever; Mantra, Rodrigo Fresán; La ópera flotante, John Barth; Kraken, China Mieville; Ruido de fondo, Don DeLillo; Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, D.F.Wallace; Siete precursores, Marcel Reich-Ranicki; Los desposeídos, Ursula K. Le Guin. Ciudad revientacráneos, Jeremy Robert Johnson.
 
Unas semanas después de aparecer en prensa tanto entrevista como listado, el señor Branded me llamó para felicitarme por mi trabajo, y me dijo, como de pasada, que en ese tiempo transcurrido desde nuestra cita ha ido recordando algunos títulos más que deberían, por méritos propios, según su gusto, estar en esa lista, pero no demasiados, no crea, no muchos más, me dijo.
 
 
 
020. El Show de Darwin
 
Un buen empresario es aquel que detecta a tiempo un nicho nuevo de venta y se lanza cual héroe del capitalismo tardío a conquistar su cacho de mercado. Yo, emprendedor donde los haya, voy a montar un puesto de antorchas en la plaza de la Inmaculada. Público objetivo: aquellos burgueses acomodados, (por extensión “la buena gente” o “gente de bien”, también podría decirse de ellos que son “colaboradores” de las instituciones) que ven amenazado su status social por los bárbaros o vándalos, (por extensión léase “los bajunos” o “la chusma”, también podría decirse de ellos que son “disidentes”, van contra lo instituido). Estos conceptos son sólo aproximativos y revisables, no se alarmen.
            Sin embargo, no pongo el negocio por un afán lucrativo, las antorchas, ya preparadas con su líquido inflamable y todo, sólo hay que aplicar la llama del mechero en el momento de actuar, van a salir bastante baratas, sólo me mueve y alienta una cuestión de interés público, además hay que tener en cuenta que el número de antorchas vendidas no va a ser para hacerme millonario, no me hago demasiadas ilusiones, no todos los burgueses van más allá de las palabras indignadas dichas en la cafetería de turno, aun así, todos, o casi todos, quieren una solución al problema por el que pasa nuestra ciudad y si esta tiene que ejecutarse con mano dura, que se haga así, que el Gobierno mande refuerzos y acabe con la chusma, que se haga cuanto antes, el burgués prefiere que el Gobierno le haga el trabajo sucio, pero, como decía, habrá unos pocos valientes (cuando hablo de pocos estoy pensando en vender unos cientos de antorchas, según un pequeño estudio de mercado que solapadamente he hecho estos días, y cuando hablo de valientes hablo de aquellos que son capaces de dar un paso al frente y poner en riesgo su vida por una causa en la que se verá beneficiada una mayoría selecta) que quieran colaborar con el Estado de forma más activa y quizá no sepan cómo hacerlo, para ellos pongo el puesto de antorchas, no me parece justo que una porción de población, por pequeña que sea, se vea privada de dicha iniciativa, tan necesaria, tan loable para el mantenimiento del orden en nuestra depauperada ciudad. Ustedes dirán que ese grupo de burgueses exaltados con razón podría llegar a la acción sin necesidad de pasar por mi puesto de antorchas, es verdad, son los riesgos del comercio, pero yo creo que el hombre en general y la clase media en particular se ha convertido en un homo consumitatis y los aspectos que se relacionan con la iniciativa propia ya le están muy mermados, y si pueden saltarse un paso no habrá duda de que lo harán, en cuanto se corra la voz del puesto de antorchas pasarán a la compra y, ya digo, por un módico precio, adquirirán una, no tendrán que marearse la cabeza buscando artilugios incendiarios que les den la garantía que ofrecen mis antorchas casi personalizadas, además, advierto, dispongo de una variada gama de antorchas, mucha diversidad en cuanto a tamaño, grosor y por tanto durabilidad de la tea, y colores del mango, está de más hablar, repito, de la infalibilidad del artículo, y, para colmo, tendremos en el puesto un servicio de grabado que si el cliente lo desea podrá estampar en el mango una leyenda, cita, su grito de guerra o su propio nombre, el comprador no quedará descontento. (A última hora hemos añadido, como complemento, un pañuelo con la efigie del Che Guevara estampada que protegerá sus vías respiratorias de las emanaciones del humo provocado en la actuación).
            Bueno, entre otras cosas, la idea de quemar al malo no es muy original pero sí que goza del respaldo de una tradición más que contrastada, si no que le pregunten a la Iglesia Católica el rendimiento que le ha sacado durante siglos a un artilugio tan simple como la antorcha cuando quemaba brujas a destajo y convocaba en las plazas públicas numeroso público que aplaudía la iniciativa, eso sí que era un reality show y no lo de ahora. No será muy distinto en esta ocasión, hay que eliminar cualquier atisbo de mala conciencia, porque no sólo las clases medias y acomodadas verán con buenos ojos deshacerse de la chusma, también contarán nuestros héroes con el aplauso callado de una inmensa mayoría de la población, independientemente de la clase social a la que pertenezca, aquí estamos unidos por un sentimiento común, la limpieza acaba gustándole a todo el mundo. Siempre están los que disienten, esos tontos que creen que el ser humano es bueno por naturaleza, o los que no saben no contestan, o aquellos que tienen ideas contra natura, ya saben a quienes me refiero, o los que piensan que con infraestructuras, educación, creación de empleo, o la eliminación de guetos, entre otras cosas disparatadas, se va a arreglar todo, o nos vienen con ese rollo darwiniano como el que dice un intelectual sabelotodo, que ya deberíamos cambiar la idea de competencia por una de colaboración que reconozca al otro como un igual, en fin… excepto estos radicales digo, con los que acaso si alguna vez hemos contado, el pueblo está unido.
Nuestro eslogan es tan sencillo como nuestra ilusión: “Háganse con una antorcha. La solución está en sus manos”.
 
Última hora: Tele 5 quiere hacerme una entrevista. La cadena de TV se ha hecho con los derechos de retransmisión del conflicto linense y pretende darle a sus programas el aspecto de un reality. Para ello quiere que los participantes en las revueltas, tanto los de un lado como los del otro (es decir, “gente bien” vs “bajunos”, “colaboradores” vs “disidentes”), vayan, si no uniformados, casi, para que no sea tan descarado el efecto diferenciador. Ha exigido la cadena que el mayor número de confrontaciones se produzca de noche, alrededor de las diez, el momento de más audiencia, Prime Time, lo llaman; que las fuerzas de seguridad actúen sólo en casos muy al límite, o nunca si fuera posible, pero que estén siempre presentes, tanquetas, helicópteros, etc. Parece que en esto han llegado a un acuerdo con el Ministerio de Defensa. En cuanto a mi negocio de antorchas, ha dado un vuelco considerable. Tele 5 me compra todas las existencias disponibles, hará algunas modificaciones en el producto, no problem. Eso sí, quieren que mantenga el puesto en la plaza Inmaculada y que los participantes hagan el paripé de ir a comprar las antorchas. Todo está arreglado, incluso me han comprado el eslogan “La solución está en sus manos”, que aparecerá en los anuncios que la cadena hace habitualmente de sus programas. Ya lo están anunciando, con el nombre de Darwin Show, o El Show de Darwin..
Todo está aún conformándose, pero el resultado final promete. Ya sabéis cómo son estos de Tele 5. Lo que suceda lo veremos en la tele.
 
 
 
021. La agricultura en Polonia
 
Lo que no sabe Holler y por tanto no podrá informar de ello al narrador de este relato, ni nadie se lo dirá, es del encuentro que Roithamer mantuvo durante una tarde de hace ya algún tiempo en Altensam, un Altensam abandonado por todos, con un agricultor polaco que se había desplazado desde sus posesiones en Weimar, así dijo el agricultor a Roithamer, para entrevistarse con él con el propósito de hacerle saber su interés en adquirir las tierras de labor y de pastos de Altensam, a cualquier precio. La recepción que le dispensó Roithamer al agricultor fue fría y ceremoniosamente distante. Lo recibió en el inmenso, casi vacío y oscuro salón principal, lo hizo sentar en una silla de respaldo alto, austera, sin ofrecerle invitación alguna, ni siquiera le señaló que podía quitarse la pesada pelliza, innecesaria en la sala caldeada. Las credenciales de solvencia tanto económica como profesional del agricultor fueron expuestas por el agricultor polaco de manera dilatada y contundente. Sus logros más recientes se habían producido en Weimar. Sus pequeñas huertas produjeron trescientos cincuenta millones de kilos de frutas y doscientos noventa millones de kilos de legumbres, haciendo mención especial al cultivo del durazno y a los métodos más avanzados y más inocuos para las plantas y árboles para le extinción de orugas. Pero su logro mayor estaba recogido en su libro “La agricultura en Polonia”, del que sacó un ejemplar de su maletín de cuero y entregó a R. En él quedaba constancia de la revolución agrícola llevada a cabo en el decenio de los años veinte en la comarca alta de Zywiecz de la Polonia septentrional, por su padre, un agricultor salido de la nada que se hizo a sí mismo y alcanzó las más altas cotas de perfección en su especialidad, cuyos métodos y fórmulas de trabajo y producción infalibles él ha heredado, asumiéndolas como si fueran suyas, interviniendo en ellas de manera cautelosa, con el mayor de los respetos hacia la obra de su padre, solo introduciendo con mucho tacto y cuidado la nueva tecnología en materia agrícola y una política de contratación de personal administrada por el más cualificado grupo de profesionales de Recursos Humanos que se pueda encontrar en la actualidad, etc, etc, etc. Cuando, tras varias horas, el agricultor polaco dio por terminada la exposición de su propuesta se generó el consabido y tópico silencio de veinte segundos en el que todo lo dicho se condensa en una abstracta pregunta, a la que R. contestó sencillamente, no. Y se levantó.
            La idea de aniquilación de Altensam iniciada por el padre de R. tenía en el propio R. un firme seguidor. Altensam sería vendida sí, pero no al agricultor polaco cuyos éxitos agrícolas expuestos en su libro lo hacían un candidato a descartar precisamente por su solvencia que, indudablemente, haría renacer las tierras de Altensam, le daría la prosperidad hacía años perdida. Altensam, definitivamente, sería malvendida y el montante recibido iría, como ya había planeado R., a los ex presidiaros de la cárcel del distrito, a ellos y a los propios presidiarios, según R. la gente sobre la que el Estado había ejercido la mayor presión, los más desfavorecidos, los más desamparados.
            El agricultor polaco, no insistió, le ofreció la mano a R. pero éste le negó el saludo. R. no tuvo la deferencia de acompañarlo a la puerta. Dejó caer “La agricultura en Polonia” sobre la mesa y observó como el polaco tenía dificultades para abrir la puerta. Tras varios intentos fallidos el agricultor se volvió para mirar hacia el lugar en el que estaba R., no obtuvo de R. el más mínimo movimiento esperanzador. Lo intentó de nuevo, sin lograr el resultado deseado que su nerviosismo creciente lo hacía cada vez más inalcanzable. R., inmutable, sumido ya en las sombras del salón, dejaba hacer al hombre. El polaco miró a su alrededor y probó salir por una ventana, accionó los pestillos pertinentes que debían abrirla pero, quizá, por los años de abandono que había sufrido la mansión de Altensam, el mecanismo estaba oxidado, inservible. Apenas quedaba ya claridad del día que entrara por las ventanas, mientras la silueta negra de R., inamovible, se disolvía en la inminente oscuridad total.
 
 
 
022. Los escritores 2 (la versión del autor)
 
Odio en grado sumo a los escritores, y la sabiduría que con esa práctica administran. Escoria humana. La escritura es un subterfugio rastrero para destacar sobre los demás. El escritor trapichea con esa falsa sabiduría adquirida mediante la lectura (si esa sabiduría es auténtica ya es un ser absolutamente perdido), en un posicionarse por encima del otro (está mejor valorado socialmente un escritor que aquel que no lo es, claro que esta valoración la hacen los propios escritores), que sí, que esa pelea es humanamente lícita, pero el escritor común no sabe esto, se engaña creyéndose un alma que habita las praderas frondosas del conocimiento de la existencia del ser humano de forma desinteresada, es tan bobalicón que es incapaz de atisbar que en la adquisición de saber hay claros signos, sino únicos, de egoísmo con el fin de quedar por encima del otro, y poco más. Engaño que para el escritor es totalmente necesario para poder sobrevivir, tan débil se sabe que sin ese apósito que es el saber que le proporciona la escritura está perdido, vulnerable ante el otro. El escritor lo es también porque tiene miedo a ser despreciado, arrastra ese temor, y mediante su gestión de saberes, acumulación de información, está pidiendo indulgencia. Presenta sus credenciales y ya sabemos que no pertenece a la chusma, es un hombre cultivado.
El escritor es incapaz de un intercambio de datos emocionales sin esa capa presuntuosa de lo intelectual, no conoce, no sabe que es más que suficiente una sabiduría simple, funcional y aséptica, no adquirida en los libros sino en la calle, para contraer con el otro un eficaz trato humano, ese prurito sabiondo es un añadido molesto para el otro, si ese otro es un ser inteligente se sentirá incómodo ante ese hombre cultivado, el desagradable y siempre un punto engreído escritor.
El escritor, tan centrado en gestionar sin fisuras su saber tramposo, su base de datos, la información es poder, tan absorto en mantener las constantes persuasivas de la sabiduría postiza que le da sus lecturas, con el fin de que no se le escape la presa, sobre la que tiene que predominar, tan pendiente de ese ejercicio, sin importarle afectivamente nada el otro, que ese otro es solo un objeto que le va a proporcionar un estatus superior, es la versión ruin y cobarde del lector. Para llegar a ser el intelectual que se expresa mediante la lectura, estatus que el escritor anhela secretamente, a veces tan secretamente que no sabe que lo anhela, no le alcanza para ello el talento y tiene que conformarse con las cagaditas de la escritura: el escritor común es un lector en diferido, postura acomodaticia. Un poco de psicología evolutiva nos diría que al escritor, con el tiempo, se le va agriando el carácter, convencido de que su conversión a lector ya nunca se producirá por falta de talento, se sentirá frustrado, y condenado a seguir siendo el escritor que siempre ha sido (seguramente un mal escritor; abundan más de lo que pueda parecer), ¿qué otra cosa puede hacer? Aun así, la actividad escribidora, las más de las veces, es la puerta abierta a mayores y variadas perversiones: se empieza siendo un escritor de textos de esos que “hay que escribir” para conseguir entrar tímidamente en esa mafia que se llama intelectualidad, más tarde, para no perder esa posición conseguida uno acaba escribiendo lo que no está escrito, no vaya a ser que no estés al día y eso te deja en muy mal lugar, y se acaba dando consejos a los amigos lectores que tú consideras que están por debajo de tus posibilidades y les recomiendas lecturas, incluso escribes algún articulillo planteando los arcanos narratológicos de esta u otra novela. Todo por ir reafirmando tu posición de hombre o mujer de interés intelectual. Sí, sí, la escritura es imprescindible para triunfar en esta vida, para obtener una posición de valor en tu círculo. Y triunfar ya sabemos lo que supone, y significa.
Hay escritores que sustentan moralmente sus textos en ideas filantrópicas: comprender la existencia del mundo y hacérsela ver desinteresadamente a sus semejantes, dar consejos a través de citas famosas, la escritura nos permite comprender los mecanismos que hacen funcionar la familia, la sociedad y así ser más comprensivo con ellas, etc. Claro, el escritor no podrá reconocer nunca su egocentrismo silente, la verdadera función de sus saberes adquiridos estriba en que es un medio al servicio de su egoísmo para ser mejor que el otro; si así fuera, si descubriera la naturaleza de su obsesivo e innecesario almacenamiento de saber quedaría al descubierto, quedaría solo ante su mediocre monstruosidad que con tantos trabajos mantiene oculta bajo su careta social. El ser humano no quiere saber qué es ni cómo es, no le interesa, sabe que cada descubrimiento que haga sobre sí mismo lo acercará más y más al monstruo que irremediablemente mantiene oculto en las mazmorras de su ser. La escritura le ayuda a ocultarse de sí mismo.
La sabiduría que proporciona una actividad escribidora enmascara al monstruo. Otro día hablaremos de los patinadores.
 
 
 
023. Después de mi muerte
 
Después de mi muerte repentina quedaron varias cuestiones pendientes. Ya me encontraba bien, parecía que había superado mi enfermedad. Me habían dado el alta y poco a poco había vuelto a retomar las actividades que por el malestar y la desgana que produce la enfermedad había abandonado. Me di ánimos y acometí la tarea de solucionarlas.
            Comencé por ir a un taller de carpintería para que me arreglaran la puerta corredera del cuarto de baño, que desde hacía años estaba estropeada y en cuanto el empuje ejercido sobre ella para cerrarla o abrirla era mínimamente violento o brusco, las dos pequeñas ruedas que hacían posible el deslizamiento se salían del riel y la puerta quedaba varada a mitad de camino y se hacía muy dificultoso abrirla o cerrarla. Había que desmontarla, colocar las ruedecillas sobre el riel y montarla de nuevo.
Eso fue el pasado lunes dos de octubre. A las cinco de la tarde. El carpintero me tomó la dirección y me dijo que en un par de días, tres máximo, iría a casa para ver la puerta. Pero pasó la semana y el profesional no apareció. Mi muerte se produjo el lunes siguiente, es decir, el nueve de octubre. Pues el carpintero apareció por casa el miércoles once, a eso de las cinco y media de la tarde. Pulsó el timbre varias veces y nadie le abrió, sólo los ladridos muy apagados de mi perro le dieron la certeza de que en la casa no había nadie. Y se fue refunfuñando. Seguramente habría memorizado mi cara el día que fui a contratar sus servicios y ahora, al alejarse de la casa, la habría visualizado, una cara viva, para tenerla como referente de su queja.
También ese lunes dos de octubre, después de ir a la carpintería, al volver a casa, me preparé un té y me puse a navegar un rato por el Facebook. Dio la casualidad de que encontré por terceros a un viejo amigo al que hacía mucho tiempo que no veía, quizás veinte años o más. Andrés Sampablo, que se había ido a vivir fuera y ahora, después de muchos años, había vuelto a la ciudad. Le mandé un mensaje, un saludo, y me dijo que a ver cuándo quedábamos, y le dije que cuando quisiera. Ahora estoy de viaje, llego la semana que viene, el domingo quince, podríamos vernos por la tarde. OK, le contesté, y quedamos a las siete en la Plaza Fariñas.
El martes diez de octubre, a las once y pico de la mañana, el cartero depositó en el buzón de mi casa un paquete que contenía dos libros. Había hecho el pedido el sábado anterior a través de Amazon y pagado con Paypal. Después de haber estado sin leer durante unos meses, ahora había recobrado las ganas de nuevas lecturas. Estuve toda la tarde del sábado decidiéndome por qué libros comprar, no me fue fácil porque no daba con qué tipo de literatura debía volver a la lectura, estaba muy desorientado. Por fin me decidí por dos novelitas ligeras de género de la editorial Cerbero, me dije que para abrir boca, lo que significaba que había un proyecto, que después de esos libros vendrían lecturas más complejas, pero que debía ir poco a poco.
No fue hasta el día catorce, sábado, a primera hora de la mañana, que vinieron a casa a recoger al perro. A nadie le dio por pensar en él. Con el ajetreo de la incineración y demás trámites que acarrea la muerte no habían reparado en que mi perro estaba en casa, abandonado, sin comida y haciendo sus necesidades en la terraza. Fue el marido de mi hermana el que lo recogió. El perro, seguramente, cuando oyó las llaves en la cerradura y el abrirse de la puerta creyó que su amo había vuelto por fin, y se puso a dar saltos esperando verme aparecer, pero al no ser así la alegría quedó rebajada a un movimiento casi forzado de la cola.
Los sábados por la mañana acostumbraba tomar un café en la cafetería Patricia, allí leía por encima El País, con atención especial hacia el suplemento Babelia que siempre me defraudaba. Al terminar acudía a la librería Rosi y echaba la quiniela y una apuesta para el Gordo de la Primitiva, y comprobaba lo que había jugado la semana anterior, siempre lo hacía así, así que siempre me pasaba una semana con los boletos en la cartera sin saber si me habían tocado. Lo más que llegué a percibir como premio fueron 240 euros por la apuesta del Gordo, hacía al menos ya dos años de eso, después un premio de siete euros y de vez en cuando tres euros. También hice eso el sábado siete. Recuerden que mi muerte se produjo el lunes nueve. Así que guardé los boletos en mi cartera, como era costumbre. La cartera, al llegar a casa, la dejé en un mueble que hay en el salón, a la vista, también como siempre.
El martes diez, a eso de las seis de la tarde, mi vecina me llamaba desde su terraza, colindante a la mía: ¡vecino!, ¡vecino! Se negaba, no sé por qué, a llamarme por mi nombre, después de más de diez años de vecindad y trato. Acudió mi perro que echó las patas delanteras sobre la muralla de separación y se dejó acariciar por ella. Ve a llamar a tu dueño, anda, ve y dile que venga, y el perro movía la cola pero no se apartaba de la muralla, reclamando cariño a la vecina. La cuestión era que había quedado en ayudarle a instalar las cuerdas de un tendedero nuevo que había comprado hacía unos días y yo me había comprometido a llevar mi taladro y ponerlo juntos.
Por fin, el domingo quince mi hermana y su marido, los acompañaba mi perro, llevaron mis cenizas a la playa, lo hicieron muy temprano para evitar la curiosidad de los paseantes más madrugadores. De vuelta no sabían qué hacer con la urna cineraria y la arrojaron a un contenedor de basura. Al día siguiente, lunes dieciséis, mi hermana vino a mi casa para echar un vistazo, subió al dormitorio, abrió las puertas del ropero y pensó qué podría hacer con toda mi ropa. Tuvo la delicadeza de pasar suave la mano por la manga de una mis chaquetas, y creo que sintió por unos segundos un vacío infinito al confirmarse de manera rotunda que ya no volvería a verme nunca más. Bajó al salón y se sentó en una silla, miró alrededor, lo hizo muy lentamente, fijándose con atención en cada cosa que miraba, el mueble en el que estaban las medicinas y en la balda de arriba una bandeja con las llaves, un bolígrafo, etc, y al lado la cartera…, en la pared opuesta una estantería con cedés y figuritas…, se levantó con decisión y fue hasta la cocina, de allí cogió el saquito de cereales de mi perro, salmón con vegetales. Y salió de casa.
 
 
 
024. Siete caballos vienen de Bonanza
 
En un momento ocurre simultáneamente todo lo que es posible que ocurra. Pongamos como ejemplo un momento al que llamaremos minuto, y que se encuentra ubicado en el año 2018, el mes de febrero, el día 15, la hora 13, el minuto 25. En los sesenta segundos que dura ese minuto, en la Tierra ocurre todo lo que es posible que ocurra.
            En ese minuto mueren hombres, animales, plantas…, miles de cada uno de ellos.
            En ese minuto miles de mujeres son penetradas por falos sintéticos y humanos, hombres que besan apasionadamente a hombres, y cientos de ellos son fotografiados, tríos, camas redondas…
            En ese minuto se consuman millones de transacciones bancarias. Personas que eran pobres alcanzan lo que se llama riqueza, familias que tenían una casa son desahuciadas. Los niñatos de Wall Street se preparan para decidir sobre nuestras vidas, y los de la City ya están en ello, mientras el ganadero, ese gallego propietario de una sola vaca, rechaza una oferta suculenta y neoliberal. Los dueños de Uralita. El asbesto instalado en los pulmones de los trabajadores. Todo en ese minuto, y en la universidad sin hacer nada al respecto, formando operarios para el sistema. ¡Sistemón! Y todavía hay gente que cree que la Cultura nos va salvar. Otro relato caído.
            En ese minuto en alguna parte del mundo un delantero centro marca un gol, una niña en un patio de recreo encesta una canasta, mientras su padre trabaja y su madre se divierte con el butanero. También se da a miles el caso contrario: un marido en paro se tira a la vecina mientras en unas oficinas de Tokio alguien está fumando un clandestino cigarrillo en el servicio de caballeros, mientras tanto el Ártico se derrite y a miles de personas les va la vida de puta madre y tantas manos como miles accionan el interruptor de la luz, mientras el chulo del barrio le pega una paliza a su parienta delante de los niños chicos, y en millones de hogares, en ese minuto alguien tira de la cadena del wáter y otros blasfeman con razón y cortos se quedan. ¿Y M punto Rajoy?, ¿qué estaba haciendo ese mamonazo en ese minuto 25 de la hora 13 del día 15 de febrero de 2018?
            En ese minuto la Guerra está siendo alimentada por la industria armamentística sin descanso. Al menos una bala del calibre que sea habrá perforado la piel de quién sabe quién, habrá traspasado o perforado un órgano vital y habrá salido esa bala ensangrentada de ese cuerpo que cae, mientras su alma se eleva y va al lugar al que van las almas, después de remar y remar hasta la otra orilla.
            Todo simultáneamente.
            Han nacido niños en ese minuto, y en cientos de mataderos se habrá asestado un martillazo certero sobre la tez de un ternero al que se le nubla la vista y cae, a la vez que en un sótano de Ciudad de México un cuerpo atado a una silla sangra y desfallece. Accidentes laborales. Y en cientos de puntos del Planeta, en ese minuto, gente llorando, médicos dando malas noticias, y buenas, y la industria farmacéutica frotándose las manos y los lingüistas mosqueados porque en ese minuto se han dicho y escrito millones de varvaridades lingüísticas, balga la reluctancia.
            En ese minuto alguien estaba leyendo “Tiempos difíciles” de Charles Dickens, o “La temperatura” del gran escritor linense, ajeno a aquello que estuviera ocurriendo a los niños que habitan los panteones abandonados del cementerio más grande del mundo, que es el de El Cairo, según nos cuenta Bueso, mientras, a su vez, iniciaban su pudrición los enterrados recientes.
            Y el hijoputa de Trump, y tantos como él, Lagarde, por ejemplo, existiendo, respirando a lo largo de ese minuto, y los ciegos en su minuto de oscuridad, y cada hombre en su noche.
            En algún lugar alguien estará consumiendo un pitagol caducado, lo chifla, a la sombra del muro de un psiquiátrico. Todo esto es posible en este minuto que se está haciendo eterno, porque lo eterno puede estar contenido en un instante. ¿Y los algoritmos? Y, ¿cómo se llama eso que extraen en Nigeria y que hace funcionar el teléfono móvil?, ¿cuánto se ha extraído en ese minuto? ¿Y cuántas veces en ese minuto habrán hecho la vista gorda los llamados cuerpos de seguridad de nuestro querido planeta azul? ¿Cuántas cuerdas de guitarra eléctrica habrán saltado bajo la presión desmedida de la púa en ese minuto congelado para siempre?
            Y va uno y le dice: ¡no puedo!, ¡no puedo!, ¡jarrrrl! eres un fistro de la pradera… siete caballos de Bonansaaaa...
Y tantos recuerdos implantados.
            ¿Qué estábamos haciendo cada uno de nosotros en ese minuto? Fuera lo que fuese, formábamos parte de ese pendular inextricable de la existencia, me susurra Chiquito.
 
 
 
025. Isabel Gómez-Acebo
 
Ya casi no veo El Intermedio, lo he cambiado en los últimos tiempos por First Dates, que lo dan a la misma hora; sigo disfrutando cada tarde, mientras meriendo, de un buen rato de Salvados y hago lo posible por ver algunos resúmenes de Gran Hermano Vip; deseando también que llegue una nueva temporada de ese lujazo de reality que es Gypsy Kings. Valga esta entradilla como advertencia de que yo, Miguel Guerrero, no debo ser tomado por un narrador fiable, (cómo podría serlo con estos gustos culturales tan fuera del ámbito de lo correcto y con una idea estética y ética tan fuera de la dictadura y concepción del arte dominante a la que seguramente prestarán pleitesía la mayoría de los lectores, entre ellos algunos pijos de la cultura, presumo, que tendrá este texto) y que lo que relate a continuación, y ya que estamos, valga la misma consideración hacia todo lo que he escrito, y quizá, quién sabe, hacia lo que escriba en el maldito tiempo que me quede, tampoco esté sometido a fiabilidad.
            El caso es que ayer, zapeando un poco, me encontré con la entrevista que la Sabatés, de El Intermedio, le hacía a Isabel Gómez-Acebo, teóloga, (la teología es una de las ramas de la literatura fantástica menos tenida en cuenta, injustamente) y claro, a las primeras palabras que la señora dijo me quedé prendado y me apalanqué en el sofá con interés supino y aplaudiendo de forma silente, con el pathos subido hasta las orejas, la intervención de Isabel. Todo lo que dijo es muy razonable y creo que los católicos de bien deberían estar orgullosos de tener entre sus filas a personas como ella, no como otros, que quieren una Iglesia como dios manda, no la que hay ahora. Yo no tengo demasiado interés, o casi ninguno, en la mejora de la Iglesia Católica (hablo siempre de la institución, que me parece perversa, no de las personas de a pie que profesan sus creencias de manera sana y personal, y que tienen su punto, sino lean a Carrere y entenderán qué les digo), ningún interés, digo, en esa mejora, que si se produce será milagrosamente, yo no lo veré, pero si se produce, bien venida sea. El ideal sería la desaparición de la Institución, (nunca de manera violenta, una desaparición por inanición de ese constructo ya caduco, y que el cuerpo católico institucional suba al cielo de la manera más poética posible), sin que ello suponga la desaparición de las creencias y que estas se desarrollen fuera la Iglesia, insisto, la Institución.
Solo un pequeño “pero” al excelente decir de Isabel Gómez-Acebo: la periodista le pregunta por el machismo o misoginia en la Iglesia, y ella contesta que la Iglesia ha sufrido el machismo desde siempre como cualquier otra institución, que el machismo ha estado en todos los ámbitos de la vida y la Iglesia lo ha padecido como todos. No es así. La Iglesia no ha sufrido el machismo, ha sido uno de los productores de machismo, quizá el que más, que ha soportado siempre la sociedad y a día de hoy abundan en ello. Una mujer tan inteligente y sensible como Isabel debe saber esto, pero quizá debido a la urgencia de contestar de manera resumida (problema gravísimo que genera el medio televisivo), o a que la entrevistadora (excelente también en su moderación y respeto) no tuviera en su guion la aclaración de ese matiz, se produzca esta incompletitud en el relato. De alguna manera, ningún narrador es fiable stricto senso, tampoco hay que exigírselo a Isabel.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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